Había pasado todo el día sumida en mis estudios. Los libros y las notas se apilaban alrededor de mi escritorio, testigos silenciosos de mi esfuerzo. La noche finalmente llegó, trayendo consigo un alivio momentáneo. Mi mamá entró en mi habitación con una sonrisa y una bandeja con la cena. Nos sentamos a la mesa y, como siempre, nuestras conversaciones comenzaron a fluir, poniéndonos al día sobre lo que había ocurrido en nuestras vidas.
De repente, un recuerdo me golpeó y decidí preguntarle:
—Oye mamá, ¿tú me mandaste una flor?
Mi mamá me miró con sorpresa y curiosidad antes de responder.
—No hija, yo no te mandé nada, ¿por qué la pregunta, mi vida? —exclamó ella, intrigada.
—Porque hoy alguien me mandó una peonía rosa, mi flor favorita, y eso solo te lo he contado a ti —dije, aún asombrada por el gesto.
—No hija, yo no fui, pero qué gesto más bonito el de esa persona —dijo mientras me tocaba el pelo suavemente.
—Sí, ya lo sé, quizás solo lo mandó como una flor cualquiera —respondí, tratando de restarle importancia, aunque en el fondo sentía una mezcla de emoción y curiosidad.
—Puede ser. ¿Tenía alguna carta o algo? —preguntó mi madre, aumentando su interés.
Asentí y me levanté para buscar la flor junto con la carta que había recibido. La flor, con su delicado color rosa y su fragancia embriagadora, parecía aún más especial bajo la luz de la lámpara. La carta era sencilla, sin firma, pero con palabras que parecían venir del corazón.
—Ay hija, tienes un admirador secreto, ¡qué ilusión! —dijo mi madre, emocionada, mientras sostenía la flor.
—Ay mamá, ya te pareces a Valeria, en serio —respondí con una sonrisa, pensando en mi amiga siempre tan romántica.
Ella rió mientras olía la flor. Era muy bonita y era la primera vez que alguien tenía ese lindo gesto conmigo, aparte de mi madre.
Después de eso, me fui a acostar. Cogí un libro que tenía pendiente y me sumergí en sus páginas. La historia era fascinante y logró atraparme por completo. Sin embargo, mis pensamientos volvían una y otra vez a la misteriosa peonía. ¿Quién podría haberme enviado esa flor?
Mi celular comenzó a vibrar, sacándome de mis pensamientos. Era el grupo de mis amigos en una videollamada. Me incorporé y contesté, viendo cómo las caras de mis amigos aparecían en la pantalla, una a una.
—Hola —dije, intentando sonar alegre.
—Hola, ¿qué pasó? ¿Por qué llaman? —preguntó Abigail, luchando contra el sueño con un ojo cerrado y el otro abierto.
—Sí, lo siento, mañana pijamada en mi casa —anunció Facundo, como siempre lleno de energía.
—Oye, ¿tú qué te piensas? ¿Que vamos a hacer pijamada todos los fines de semana? —Vale retó a Facu, con una expresión de exasperación.
—Sí, mira que la gente tiene cosas que hacer —dijo Héctor, provocando risas entre todos nosotros.
—Anda, calla, tú no haces nada y eso se sabe —dijo Benjamín, el alma de la fiesta, con su usual chispa.
—Dije las personas, no yo. Yo me apunto —respondió Héctor, con una sonrisa.
—Sí, yo igual —dijo Vale, claramente con ganas de pasar más tiempo con Facu.
—Yo no puedo, me voy a la casa de mis abuelos —anunció Benja, y todos exclamamos un decepcionado "Noo".
—Yo, como no tengo nada más interesante que hacer, también me apunto —dijo Abi, ganándose nuestro cariño una vez más.
—Sí, ¿por qué no? Yo igual me apunto, y ahora chau, que tengo sueño —exclamé, sintiendo el cansancio del día acumulándose.
—¡CHAU! —gritó Facundo, haciendo que todos riéramos de nuevo.
Decidí colgar sin discutir con él. Apenas apagué el teléfono, sentí el agotamiento caer sobre mí. Había sido un día muy largo, lleno de sorpresas y emociones. Me quedé dormida rápidamente, con la imagen de la peonía rosa en mi mente y la curiosidad sobre su origen todavía latente en mi corazón.
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Entre la lluvia y los rayos
Teen FictionAmelia Rodrigues una chica muy alegre, la cual nunca se mete en problemas, o así fue por un tiempo. Oscar Diaz un chico conocido en el mundo del boxeo gracias a su gran talento dentro del ring, pero jamás tocaría a alguien afuera de este ¿o si?. D...