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Philza enfocó la mirada en él, notando los detalles de su apariencia por primera vez y tras cientos de años de letargo sintió un pequeño, muy leve tirón en su interior.
-¿Tú eres el que me está llenando de flores? -Preguntó como si el pequeñín no hubiese estado volando en torno a él las últimas semanas.
-Missa, me llamo Missa. -En un aleteo de sus alas se elevó en el aire y se puso a la altura del rostro ajeno. -¿Cómo te llamas?
-Preguntó lleno de emoción, sus esfuerzos comenzaban a dar resultado.
-Philza... -Respondió con simpleza, mirando a aquella curiosa criatura delante de sus ojos, él no se había dado cuenta de ello, pero un ligero brillo curioso había despertado en su mirar gracias a Missa... ese era un nombre que definitivamente no olvidaría.
Los días siguientes pasaron con mayor ánimo, Missa llegaba a verle con el amanecer y se marchaba cuando empezaban a brillar las estrellas en el cielo, resultaba curioso, Philza salía de su letargo desde el mismo instante en que escuchaba acercar el aleteo veloz de aquellas alas de hada y volvía a sumirse en su estado somnoliento apenas el menor se marchaba.
Una mañana de sol, Missa volvió a su encuentro, llevando consigo una preciosa Astromelia, de tonos rosas y suaves destellos amarillos, Philza dirigió a él una mirada curiosa, mientras el pequeño flotaba frente a él con aquel regalo que prácticamente era de su tamaño.
-Extiende tu mano. -Le pidió manteniendo la flor en el aire con esfuerzo, siempre solía dejar los regalos a su alrededor pero por una vez quería dársela apropiadamente, esa flor simbolizaba la amistad y era una declaración importante para él.

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