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los ojos para encontrarse con él, muy cerca de su rostro, desprendiendo aquel aroma delicioso con cada batir de sus alas. Le resultó infinitamente hermoso. En esta ocasión no dijo nada, el elfo se recostó lentamente sobre el césped musgoso y Missa se había posado sobre su pecho, el ritmo de sus alas aceleraba el corazón del rubio y lo arrullaba al mismo tiempo.
En algún momento de aquella ensoñación había caído profundamente dormido y cuando abrió los ojos el hada ya no estaba, solo quedaba un rastro de efluvios de los pétalos de la Peona rosada que había dejado en su lugar, esas flores en particular permiten expresar sentimientos de amor incipientes o timidez. Por un breve y fugaz momento, Philza no pudo evitar sonreír.
Finalmente Missa había descubierto algo importante, uno de los ancianos del pueblo le había dicho dónde encontrar a la bruja y al mismo tiempo le había advertido que no se acercara a sus territorios por nada del mundo, comprendía su tribulación, pero sabía que solamente iba a encontrar problemas si se marchaba a ese lugar, nada podían hacer las hadas para ayudarle en su misión y si eran francos, nada podía hacer él para ayudar a Philza.
Comprendía que estaba tomando una decisión sumamente peligrosa y era muy probable que aquella fuera la última vez que tuviese la oportunidad de verlo.
Apareció en el bosque con la bruma de la mañana, vio a Philza donde siempre, sentado en su lecho con los ojos cerrados, en un suspiro dejó fluir toda su magia, transformando su cuerpo poco a poco, haciendo desaparecer sus alas en tanto que sus extremidades se alargaban para llegar a la altura normal de un ser humano. Se acercó a pasos lentos e inseguros, el rubio abrió los ojos al sentir su presencia, reconociendo en

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