Desde aquel día me convertí en ladrón, no era el cómplice de Benjamín, sino su esclavo. Robaba cualquier cosa que él me pidiera, desde los lápices del chico que se sentaba al lado mío en el salón, hasta la colación de los niños de cursos inferiores. Incluso una vez me pidió tomar el lápiz con el que la profesora escribía en la pizarra. Nada de eso era útil, solo me hacía robar para atormentarme, pero no podía parar. Lo había jurado por mi alma y, además, desde que hice el trato con él, ya no había vuelto a molestar a Sarah, y eso se notaba: ahora ella era más alegre y tranquila, lo que beneficiaba a todos en la casa, tanto a sus padres como a mi madre.
Pero cada día me sentía peor, con un enorme nudo que me oprimía la garganta todo el día y a veces me provocaba dolores en el pecho. Me sentía prisionero, un prisionero sin ninguna oportunidad de escapar. Además, desde que había empezado a robar, el Espíritu Santo se comportaba diferente conmigo. Ya no era amable, ahora era agresivo. Todo el tiempo me recordaba que era un pecador y que Jehová estaba muy enojado conmigo.
Además, sus peticiones se volvían cada vez más largas y exhaustivas: cosas como rezar ocho veces al día, no pisar las líneas del piso y repetir letras de canciones en mi cabeza en orden alfabético. No entendía para qué eran todas esas cosas, pero no importaba, no quería que Jehová estuviera más enojado conmigo de lo que ya estaba.
Todas las noches tenía pesadillas, soñaba con las llamas del infierno consumiendo mi alma. Todo esto duró algunos meses, pero a mí me parecieron años, años de pura agonía.
Una tarde estaba en la casa de mi abuela tomando un poco de mate, cuando sentí la necesidad de decirle todo lo que me estaba pasando, pero no me atreví. No quería que ella se decepcionara de mí, por eso solo le hice una pregunta que intenté que no sonara sospechosa.
—Abuelita, ¿qué pasa si una persona no puede dejar de pecar porque si lo hace cometería un pecado aún mayor?
Mi abuelita no entendió la pregunta, pero ella era la sabia del reino del día y siempre sabía qué decir.
—Mi pequeño, no hay que pecar y no existe ninguna excusa para hacerlo. Nunca nadie podría pecar en el nombre de Jehová, pues quien lo conozca de verdad nunca sería tentado de esa manera —me contestó.
Pero eso no me hizo sentir mejor, solo empeoró mi sentimiento de culpa. Sentí que yo mismo estaba ensuciando el nombre de Jehová con solo mi existencia. Toda esa situación empezó a repercutir en mi salud: comencé a tener fiebre y sudor frío, y casi vomitaba cada vez que comía. Mi abuelita se preocupaba por mí y me cuidaba con sus remedios caseros, pero eso solo me hacía sentir peor. Me sentía culpable de que alguien tan bueno como ella se preocupara por un pecador como yo.
Un día de enfermedad en el que ni siquiera pude ir a la escuela, Sarah me fue a visitar y me trajo un chocolate de regalo. Para ese punto ya me sentía tan mal que no tuve más opción que contarle un poco de la verdad. Le dije que había pecado mucho y que me sentía muy culpable. Sarah era mucho más lista de lo que todos pensaban, así que me aconsejó:
—Ve a mi iglesia para confesarte con el curita —me dijo y me explicó que en su iglesia, cuando alguien pecaba, tenía que ir a la iglesia y meterse a una habitación cerrada y pequeña donde le confesabas tus pecados al cura sin que él te viera, y luego él te diría qué hacer para que Dios te perdonara.
Esa idea me gustó, pero no me atreví a hacerlo. Muy pocas veces había ido a la iglesia de Sarah y no conocía al cura, por lo que no sabía si podría confiar en él.
Durante ese periodo de tiempo me sentía completamente perdido, y el Espíritu Santo cada día era más agresivo conmigo. No sabía qué hacer o a quién pedirle consejo.
Hasta que un día tuve una idea: si no podía hablar con Jehová, le pediría ayuda a otros dioses, los dioses a los que le rezaba mi madre.
Una noche le pedí a mi madre rezar junto a ella. Cerramos los ojos y le rezamos a Olorun, el dios supremo del universo. Yo decidí ser directo y le pedí que me hiciera un milagro cualquiera, cualquier cosa que me pudiera salvar de esa pesadilla que estaba viviendo.
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Lo Que El Mundo No Te Cuenta Del Toc Y La Religión, Isaac
Teen FictionIsaac , Sinopsis Isaac es un joven de 18 años que lucha con un trastorno obsesivo-compulsivo (TOC) desde la infancia. criado por su abuela y su madre, su vida ha sido una batalla constante entre su devoción religiosa y las voces intrusivas en su m...