Capítulo 14 Un nuevo comienzo

3 2 0
                                    

Los días en el internado seguían siendo grises, pero algo empezó a cambiar en mí después de mi encuentro con la señorita Rose.

Era una profesora joven, tal vez demasiado joven para un lugar como ese. Mientras todos los demás profesores me miraban con odio, como si esperaran verme encerrado en una cárcel juvenil, Rose era la única que parecía tener fe en mí. Me trataba con amabilidad, sin importar cuán desagradable fuera mi actitud. Al principio, pensaba que solo lo hacía porque era su trabajo, pero con el tiempo, me di cuenta de que realmente creía que había algo más en mí, algo que yo ya había olvidado.

Un día, mientras intentaba escapar por una ventana sin barrotes, ella me encontró. Me sorprendió lo silenciosa que fue al acercarse. Al principio, pensé que me iba a sermonear como siempre lo hacían los demás. Suspiré, preparándome para las mismas palabras vacías que ya había oído tantas veces. Pero en lugar de eso, Rose me miró directamente a los ojos y me hizo una sola pregunta.

—¿Por qué estás siempre tan enojado, Isaac?

Aquella pregunta me dejó helado. Nadie me había preguntado algo así antes, al menos no de esa manera. Algo en su tono me hizo sentir que realmente quería saber la respuesta, que no me estaba juzgando, sino tratando de entender.

Y entonces, algo en mí se rompió. Tal vez fue la frustración acumulada, o el hecho de que, por primera vez en mucho tiempo, sentí que alguien me estaba escuchando. Sin pensarlo demasiado, le conté mi historia. Le hablé de la sombra que había vivido dentro de mí desde que era un niño. Al principio, creí que era el Espíritu Santo, una presencia divina que debía seguir. Luego pensé que eran demonios, alimentándose de mi miedo y mis errores. Toda mi vida me había sentido como un esclavo de mis creencias, encadenado a una religión que me había roto por dentro.

—Sentía que tenía que ser bueno, pero no porque quisiera, sino porque tenía miedo. Miedo de Dios, miedo de no ser lo que Él esperaba de mí. Pero ya no creo en eso. Ya no hay razón para ser bueno. No después de todo lo que nos ha hecho a Sarah y a mí.

La señorita Rose me escuchó en silencio, sin interrumpirme ni juzgarme. Cuando terminé, me miró con una mezcla de tristeza y comprensión.

—Isaac, ser una buena persona no tiene que ver con hacer feliz a un Dios o a cualquier ser superior. No se trata de cumplir con reglas para evitar un castigo. Se trata de ser bueno porque te sientes bien haciéndolo. Porque ser una buena persona te hace bien a ti, no a los demás. —Hizo una pausa, como si estuviera eligiendo sus palabras con cuidado—. Además, creo que podrías estar luchando con algo más. Tus pensamientos, tus comportamientos... podría ser algo llamado trastorno obsesivo-compulsivo. No soy psicóloga, pero creo que deberías buscar ayuda.

Aquellas palabras me golpearon con una fuerza inesperada. Nunca había pensado en mis pensamientos de esa manera, como algo más que simplemente "pecados" o "demonios". Quizás lo que había sentido todo este tiempo no era una batalla espiritual, sino una lucha mental. ¿Y si todo esto era algo que se podía entender y, quizás, incluso controlar?

No escapé esa noche. En su lugar, me quedé en mi habitación, pensando. Pensé en mi madre, en cómo se habría sentido al verme caer tan bajo. Pensé en Sarah, en cómo me había roto verla llorar cada vez que hablábamos. Tal vez aún había razones para ser bueno, pero ya no tenían que ver con una religión que me había herido tanto. Podía ser bueno por las personas que amaba, por las personas que aún creían en mí.

Unos días después, mi madre vino a visitarme. Tenía el rostro demacrado, y vi que algo andaba mal. Se sentó frente a mí, con lágrimas en los ojos, y me dio una noticia que me rompió por dentro.

—Isaac, tu abuela Adeline está muy enferma. No sabemos cuánto tiempo le queda.

El dolor me golpeó como un puñetazo. Quería verla, quería estar con ella, pero sabía que debido a mi comportamiento en el internado, no me dejarían salir. Esa noche, lloré más de lo que había llorado en mucho tiempo. Me di cuenta de lo mucho que me había alejado de las personas que realmente me importaban. Y supe, en ese momento, que algo tenía que cambiar.

Decidí que iba a ser un chico modelo, no por miedo, no por Dios, sino por mí mismo y por las personas que amaba. Empecé a seguir las reglas, a hacer mi trabajo y a comportarme. Lucas, sorprendentemente, me apoyó en esto. Aunque ambos habíamos sido los chicos malos, él entendió que había algo más importante en juego, y me ayudó a mantenerme en el buen camino.

En cuestión de meses, logré lo que parecía imposible: me gané el derecho a salir del internado y volver a una escuela normal. Y, lo más importante, finalmente pude ir a ver a mi abuela Adeline. Cuando me encontré con ella, postrada en la cama, su sonrisa fue lo que me recordó que había tomado la decisión correcta. No se trataba de ser perfecto, sino de encontrar mi propio camino hacia el bien, por las razones correctas.

Ese día, mientras tomaba la mano de mi abuela, supe que aún tenía un largo camino por delante, pero ya no estaba solo. Ya no era el esclavo de una sombra.

Lo Que El Mundo No Te Cuenta Del Toc Y La Religión,  Isaac Donde viven las historias. Descúbrelo ahora