Capítulo 12 , Un nuevo Isaac

2 2 0
                                    

Corría. No podía detenerme. Sentía mis pulmones arder, el frío del aire golpeándome la cara mientras las palabras de mi madre resonaban en mi cabeza: “¡El señor Carrasco está furioso! ¡Sarah llegó llorando!” Cada paso que daba me acercaba más a la casa de Sarah, pero nada podía calmarme. Mi corazón latía con violencia, cada latido me empujaba a correr más rápido, a no pensar, solo llegar. ¿Qué le había pasado? ¿Qué había salido mal para que Sarah estuviera tan destrozada?

Cuando llegué, el señor Carrasco ya me estaba esperando en la puerta. Lo vi antes de detenerme, su rostro rojo de furia, sus ojos clavados en mí. Ni siquiera me dio tiempo para recuperar el aliento.

—¡¿Por qué abandonaste a Sarah?! ¡¿Dónde estabas, Isaac?! —me gritó, sus palabras eran como golpes, cada una más fuerte que la anterior.

Me quedé allí, jadeando, incapaz de decir nada. ¿Abandonarla? ¿De qué hablaba? No tenía idea de lo que había pasado, pero la culpa comenzó a invadirme. ¿Realmente la había dejado sola? No quería pensar en eso, no podía. Sarah era mi mejor amiga, y si ella había sufrido... eso era todo lo que importaba ahora.

—¡Tengo que verla! —fue lo único que pude decir antes de correr escaleras arriba, ignorando los gritos de Carrasco. Lo único que importaba era ella.

Abrí la puerta de su habitación sin pensarlo dos veces. Y allí estaba, tirada en la cama, abrazando sus peluches, llorando como si el mundo se le hubiera caído encima. Mi corazón se detuvo por un segundo al verla así, rota, destruida. Sarah siempre había sido fuerte, siempre había aguantado más de lo que cualquier otra persona podría. ¿Qué demonios le habían hecho?

—Sarah... —susurré mientras me acercaba, sentándome a su lado en la cama. Me dolía verla así, más de lo que jamás habría imaginado.

No respondió de inmediato. Solo levantó la mirada, sus ojos rojos e hinchados, y rompió a llorar de nuevo. No sabía qué hacer, cómo consolarla. La abracé, y ella se aferró a mí, llorando en mi hombro. No dije nada, solo la dejé llorar. Sentí cómo su dolor se filtraba en mí, como si sus lágrimas quemaran mi piel.

Después de lo que pareció una eternidad, Sarah logró calmarse lo suficiente para hablar.

—Fui a la casa de Cristal... —su voz era apenas un susurro, rota, como si cada palabra la desgarrara—. Todo estaba bien al principio, pero... —hizo una pausa, tragando saliva, intentando encontrar las fuerzas para continuar—. Les conté a Cristal y a sus padres que... que estoy considerando la posibilidad de ser lesbiana.

Sentí como si el suelo se abriera bajo mis pies. ¿Eso era lo que había pasado? ¿Por eso estaba así? Mi mente intentaba procesarlo, pero no había tiempo. Sarah seguía hablando, y necesitaba escucharla.

—Cuando se los dije... me miraron con asco, Isaac. Me dijeron que era antinatural, que estaba maldita. —Su voz temblaba—. Me echaron de su casa. Cristal no hizo nada. Solo me dejaron allí, sola...

La rabia comenzó a arder dentro de mí. ¿Cómo podía alguien tratar así a Sarah? ¡A Sarah, la persona más increíble que había conocido! Mis manos temblaban, y apreté los puños con fuerza, luchando por contenerme. No podía permitirme perder el control, no ahora. Sarah necesitaba consuelo, no mi ira.

—Lo siento tanto, Sarah... —le dije, abrazándola más fuerte, como si pudiera protegerla del dolor que ya había sufrido. Pero las palabras sonaban vacías. Nada de lo que dijera podría hacer que ese dolor desapareciera.

Dentro de mí, algo estaba cambiando, algo se estaba rompiendo. Las voces en mi cabeza, esas que siempre me habían hablado de Dios, de obediencia, ahora solo eran un eco distante. ¿Cómo podía ser esto parte de lo que me habían enseñado? La fe que me había guiado toda mi vida... ¿era todo una mentira? Porque en ese momento, no podía entender cómo algo que supuestamente venía de Dios podía causar tanto daño.

Me levanté de la cama de golpe, incapaz de soportarlo más. Sarah me miró, confundida, pero no podía quedarme allí. Tenía que hacer algo. Salí corriendo de la habitación sin una palabra, mis pensamientos convertidos en un caos. Sentía la sangre hervir en mis venas. No sabía a dónde iba, pero sabía lo que tenía que hacer.

La casa de Cristal estaba cerca. Llegué en minutos, empujando la puerta sin tocar. Allí estaban, sentados tranquilamente en la sala, como si no hubieran destrozado la vida de mi mejor amiga. El padre de Cristal se levantó en cuanto me vio, furioso, pero no me importó.

—¿Qué demonios crees que estás haciendo? —gritó, pero yo ya no escuchaba.

—¡¿Cómo pudieron hacerle eso a Sarah?! —grité, incapaz de contener la furia que sentía—. ¡Ella solo quería ser sincera, y ustedes la rechazaron! ¿Cómo pueden vivir consigo mismos?

La madre de Cristal intentó hablar, su voz era suave, conciliadora. No me importaba.

—Isaac, lo que Sarah dijo no está bien. No podemos...

—¡Cállense! —estallé—. ¡Ustedes son los que están mal! ¡Son ustedes los que la lastimaron!

El padre de Cristal dio un paso adelante, su presencia imponente, pero no me intimidaba. Nada me importaba en ese momento.

—¡No permito que un mocoso como tú entre a mi casa y nos falte el respeto! —dijo, con la voz llena de autoridad.

Eso fue lo último que escuché antes de perder el control. Todo el dolor, la rabia, la impotencia que había acumulado durante años, todo explotó en ese instante. Me lancé sobre él, descargando mi furia con golpes. No pensaba, no razonaba. Solo golpeaba, una y otra vez.

Los gritos de Cristal y su madre llenaron la sala, pero no me importaba. No podía detenerme. Golpeé al hombre hasta que mi cuerpo no pudo más. Cuando finalmente me alejé, mi respiración era agitada, mis manos temblaban, y todo a mi alrededor estaba hecho pedazos , los platos , la televisión,  incluso la mesa estaba dada vuelta . No solo la casa. Yo también estaba roto.

No recuerdo cómo volví a la casa de Sarah. Subí las escaleras como un autómata, mi mente en blanco. Cuando entré a su habitación, ella seguía allí, llorando. Me acerqué y la abracé con fuerza.

—Siempre estaré aquí para ti, Sarah. Pase lo que pase —le susurré, con la voz rota, porque en el fondo, no estaba seguro de poder cumplir esa promesa.

---

Los días que siguieron fueron un infierno. El señor Carrasco estaba decidido a alejarme de Sarah. Por lo tanto dejo de pagar mi colegiatura de  la llama perpetua,  lo que significaba que ya no iria a la misma escuela que Sarah . Pero eso no fue lo peor. Pronto, me encontré frente a un juez, acusado de agresión y destrucción de propiedad. El veredicto fue claro: un internado para chicos problemáticos. Era el castigo que merecía.

Sarah lloraba cada vez que hablábamos de ello. Me dolía verla así, pero intentaba consolarla.

—Volveré pronto —le decía, aunque en mi interior, el miedo me consumía. Sabía que no sería el mismo después de aquello.

El internado era un lugar oscuro, frío, con reglas estrictas y castigos aún peores. Al principio, temía lo que me esperaba. Pero, a medida que pasaban los días, algo comenzó a cambiar. Las voces en mi cabeza seguían, insistentes, pero ya no les creía. Ya no creía en Dios. ¿Cómo podía creer en algo que solo me había traído sufrimiento?

Y así, con la fe hecha pedazos, me preparé para enfrentar lo que viniera, pero con una convicción clara: ya no cargaría con el peso de una religión que solo me había roto por dentro.

Lo Que El Mundo No Te Cuenta Del Toc Y La Religión,  Isaac Donde viven las historias. Descúbrelo ahora