Capítulo 5 Yael parte 2

7 3 0
                                    

En casa ese fin de semana, me dediqué a leer el evangelio según San Mateo para entender mejor las palabras de Yael, pero eso solo me hizo reflexionar más. ¿De verdad había personas que veían a Jesús como un medio para manipular a otras? ¿O en serio había personas que veían la fe más como una carga que como un sentimiento agradable? Todo eso me estaba provocando una sensación de inquietud, como si algo en mi mente no encajara. Toda mi vida me había esforzado para vivir en el mundo del día, pero ahora, por razones más allá de mi control, estaba perdido en el mundo de la noche, un mundo en el que ya no se veían estrellas en el cielo.

En ese momento, el Espíritu Santo me volvió a hablar: "¿Qué pasa, Isaac? ¿Acaso estás cuestionando a Dios?".

"¡No!", exclamé en voz alta. Yo no estaba cuestionando a Dios ni a Jesús.

"Entonces, ¡pruébalo!" La voz en mi cabeza sonó como un grito en mis oídos.

"¿Qué tengo que hacer?", dije sumisamente.

"Debes rezar el Padre Nuestro cuatro veces mientras das tres vueltas por la habitación, luego leer el pasaje 5 del evangelio seis veces, después arrodillarte y pedir perdón a Dios ocho veces, y repetir todo desde el principio diez veces", me ordenó. Yo, a ese punto, ya no tenía la opción de negarme.

Al día siguiente, tuve que volver a reunirme con Benjamín en el patio de la escuela. Él ahora era mi amo y ese día me iba a pedir algo importante. Le dije que tenía que decirme rápidamente lo que quería que hiciera para volver con Sarah; esa mañana ella me había dicho que haría algo importante y quería que la acompañara. No sabía a qué se refería, pero quería estar con ella.

"¿Qué quieres que haga?", le pregunté. Estaba tan harto de él que ya no me importaba si le hablaba con tono de molestia.

"¿Qué pasa con ese tono?", dijo de forma amenazante.

"Por favor, solo dime lo que quieres hoy", dije con más bien fastidio en vez de súplica.

Eso pareció molestar a Benjamín, ya que me dio un ligero golpe en las costillas. Eso me dolió mucho, ya que estaba muy débil. Desde que esa pesadilla había empezado, había dejado de comer y dormir adecuadamente, y me veía cansado y delgado, algo que nadie pareció notar mucho.

"¿Recuerdas a Luis García?", me preguntó.

"Sí", contesté. Luis García era un chico de un curso mayor, conocido por ser un matón desagradable, casi tanto como Benjamín.

"Él me molestó hoy. ¡Quiero que vayas y le partas la cara!", dijo casi gritando. Eso me aterrorizó tanto que mi rostro se puso pálido y mis rodillas temblaron. Me estaba pidiendo pelear con un chico mayor que yo, que podría mandarme al hospital con solo chasquear los dedos.

"¡No puedo hacer eso!", grité. "Él me podría matar", intenté pedirle piedad, pero Benjamín no aceptaría mi rechazo.

"Más te vale que lo hagas si no quieres que yo te parta la cara", me amenazó.

"Pero, Benjamín, él me podría matar y además me metería en problemas con los maestros", intenté razonar con él.

"Solo hazlo, idiota", dijo antes de patearme y luego irse riéndose a mi costa.

Yo ya no sabía qué hacer. Estaba en una situación sin salida. Volví a entrar a la escuela y comencé a caminar por los pasillos intentando pensar en algo, pero no había solución para ese problema.

Finalmente, me senté en el piso abrazando mis rodillas y ya no pude contener mis lágrimas. Debí haberme visto ridículo llorando como un bebé en los pasillos, pero ya no sabía qué hacer. De repente, sentí una mano acariciando mi hombro y escuché una voz hablándome suavemente.

Era Yael. "¿Qué quieres?", le dije con enfado en la voz. No quería que nadie me molestara en esa situación.

"Primero, dime qué te pasa a ti", me dijo tranquilamente mientras se sentaba a mi lado.

"¿Por qué lloras?", me preguntó.

"Por nada", le contesté en voz alta.

"Solo los llorones lloran por nada", me contestó. "Y tú no eres un llorón. Sé que eres fuerte y las personas fuertes solo lloran si tienen miedo. ¿Le tienes miedo a alguien?", me preguntó.

"¡Déjame!", le grité.

"Lo haría", me contestó. "Pero estoy intentando aprender a ayudar a las personas y, en una situación como esta, hay que ayudar a la persona que se ve preocupada por algún problema. Primero debes decirme cuál es tu problema", me dijo.

Algo en la voz de Yael me hizo sentir confianza, como si lo conociera de toda la vida. Algo en ese chico era hipnótico y cautivador.

"¿Tiene algo que ver con el chico con el que estabas hablando en el patio?", me preguntó.

Eso me asustó. "¿Me estabas espiando?", le pregunté.

Yael se echó a reír. "No, yo no soy un acosador. Solo los vi hablando desde la ventana de mi salón y, por su forma de moverse, se nota que ese chico es un bravucón".

"Sí que lo es", contesté. "Pero no le digas que te dije eso", le supliqué.

"Entonces, ¿ese chico te da miedo?", preguntó, y yo no contesté nada.

"No deberías tenerle miedo a alguien como él. Las personas como él no tienen futuro, solo se pasan la vida entera parasitando a los demás. Son solo como insectos, no hay que temerles si no aplastarlos", me dijo, y en ese momento él me pareció el chico más sabio del mundo entero.

"Dime, ¿él te molesta?", me volvió a preguntar.

"No te lo quiero decir", le dije casi gritándole.

"Solo no le digas a nadie que te hablé de él", le pedí un poco más calmado.

"Algún día descubriré todos tus secretos, Isaac", me dijo.

"¡Jamás!", le grité. Pensé que me estaba amenazando.

"Como tú quieras", dijo levantándose del piso. "Pero te aseguro que algún día sabré todo sobre ti y no tendré que obligarte a que me lo digas, ya que tú mismo me darás esa información con gusto".

Eso me pareció muy extraño, pero él se fue antes de que pudiera hacerle más preguntas. Sin duda, era un chico extraño.

Lo Que El Mundo No Te Cuenta Del Toc Y La Religión,  Isaac Donde viven las historias. Descúbrelo ahora