Capítulo 6 , Prometo cuidarte

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Después de la conversación que tuve con Yael, me pareció haber pasado un año entero atrapado en mis pensamientos. Yael me hizo reflexionar y me di cuenta de lo mal que me había sentido todo ese tiempo robando, mintiendo y sufriendo. Decidí que hablar de eso con mi mamá y mi abuela me haría sentir mejor. No sería fácil, pero era necesario. Sabía que al hacerlo, mi alma se sentiría libre.

De repente, recordé a Sarah. La había dejado todo el recreo de la tarde sola. Me espanté al recordar que ella quería que la acompañara para "algo" importante. Yo no sabía a qué se refería con eso. Desesperado, empecé a correr hasta llegar a nuestra aula. Mi intención era decirle a la profesora que me ayudara a buscarla, pero entonces vi que todos mis compañeros estaban formando un círculo alrededor de alguien. Se estaban riendo, parecía una ronda.

—¿Qué pasa? —grité, sospechando lo peor. Corrí y me abrí paso empujando a mis compañeros hasta llegar al centro del círculo. Allí, todos mis temores se cumplieron.

Sarah estaba tendida en el piso, recostada en posición fetal, llorando en silencio y murmurando palabras sin sentido.

—¡No! —grité. Le estaba dando un ataque de ansiedad. Eso le había pasado antes y era espantoso.

Mientras ella temblaba en el piso, escuchaba a todos a su alrededor riéndose de ella y gritándole insultos.

—¡Cállense! —grité, y rápidamente me acerqué a ella. Intenté calmarla hablándole, pero no funcionó. Así que la tomé entre mis brazos, usando toda mi fuerza para cargarla como un bebé. Ella solo lloraba y temblaba en silencio.

La llevé al baño de chicas, que por suerte estaba vacío. Abrí el grifo y tomé un poco de agua con la mano para dársela en la boca. Por suerte, eso pareció calmarla y pudo volver a ponerse de pie.

—¿Qué te hicieron, Sarah? —le pregunté, pero ella no contestó, estaba aterrada.

Decidí ir a la oficina de la directora para hablar con ella. Fue comprensiva y nos dio permiso para ir a casa. Tomé a Sarah de la mano y caminamos a casa juntos, sin siquiera volver al salón por nuestras cosas.

Al llegar a casa, me di cuenta de que no había nadie. Los papás de Sarah estaban trabajando y mi mamá ese día había salido con sus amigas por ser su día libre.

—Sarah, dime qué te hicieron —le volví a preguntar, pero apenas abrí la puerta, ella salió corriendo tan rápido como una bala y subió las escaleras para encerrarse en su habitación.

—¡Sarah, ven por favor! —le grité al otro lado de su puerta, pero ella no quería salir. Solo podía oír sus llantos desesperados, amortiguados por la almohada que probablemente se había pegado a la cara.

Cuando Sarah se ponía mal, solo había una cosa que la hacía sentir mejor: una rebanada del pastel de chocolate de mi mamá y un vaso de leche tibia. No tenía más opción que hacerlo yo mismo. Nunca antes había cocinado un pastel, así que seguí cuidadosamente la receta del libro de mi mamá. Preparé la masa y la horneé, para finalmente servirlo cuidadosamente en un plato junto al vaso de leche. Tardé aproximadamente dos horas y, para entonces, Sarah ya se había calmado lo suficiente como para salir de su habitación al sentir el olor del bizcocho.

Ella se sentó en la mesa y tuve otra oportunidad de preguntarle lo que le había pasado.

—Fue Sofía —me contestó. Sofía era una niña de nuestro salón. Todos los chicos querían estar con ella ya que decían que era la más bonita del curso, tenía el cabello negro brillante, la piel morena y ojos verdes.

—¿Ella te molestó? —le pregunté.

Pero ella solo negó con la cabeza.

—Sarah le dijo a Sofía que le gustaba.

Eso me impactó. Sarah le había dicho a Sofía que le gustaba y por eso todos la habían atacado. Entonces recordé que la noche anterior Sarah había hecho una tarjeta en forma de corazón muy bonita y cubierta de brillantina arcoíris. No podía creer lo que había pasado.

No tenía idea de qué decir, así que simplemente la abracé y ella volvió a llorar. No podía creer todo lo que había sufrido. Me di cuenta de que, al estar concentrado en mis problemas, me había olvidado de cuidarla.

—Te prometo que siempre te cuidaré, Sarah —le dije mientras la consolaba—. Lo juro por Dios y por mi alma —le dije, y esta vez no iba a romper ese juramento.

Sarah y yo pasamos toda la tarde jugando con las muñecas de papel en su habitación. Desde que era muy pequeña, ella solo jugaba con pedazos de papel recortados como muñecas. Eso la hacía muy feliz. En la tarde, cuando llegaron sus padres, nos pidieron que bajáramos para tener una seria conversación.

El padre de Sarah se veía enojado y su madre estaba notablemente desconcertada. Sarah estaba tan nerviosa que no me soltó la mano. Ella había vuelto a temblar.

—¿Le dijiste a una niña que te gusta? —preguntó el señor Carrasco.

Y yo decidí poner en práctica mi juramento.

—No, señor Carrasco. Todo fue un malentendido —dije en voz alta y con firmeza—. A mí me gusta mucho Sofía, pero fui muy tímido y le pedí a Sarah que le diera la tarjeta que le hice por mí. Sofía lo malinterpretó todo, por eso pensó que la confesión era de Sarah.

Al oír eso, tanto el señor Carrasco como la mamá de Sarah parecieron calmarse.

Y pronto el señor Carrasco soltó una risita nerviosa, parecía avergonzado.

—Ya entiendo —dijo para aliviar la tensión del ambiente—. Lamento haberte asustado, Sarah —dijo antes de abrazar a su hija, un abrazo al que no tardó en unirse la mamá de la familia.

—Todo está bien, pero Isaac, no vuelvas a usar a Sarah para mandar tus mensajes. No quiero que esto se repita —dijo antes de irse a su habitación junto a su esposa.

Una vez que estuvimos solos, Sarah me dio un fuerte abrazo.

—Gracias, Isaac —me susurró al oído.

Y yo la rodeé entre mis brazos. Estaba feliz de que ella supiera que siempre podría contar conmigo.

Lo Que El Mundo No Te Cuenta Del Toc Y La Religión,  Isaac Donde viven las historias. Descúbrelo ahora