XVIII.Un accidente fugaz

26 1 0
                                    

Había llegado la media noche; Eliana cabalgaba con rapidez por el Bosque Real. Cuanto antes llegase a una taberna para recibir alojamiento, mejor le vendrían las cosas. Con suerte para ella, había una a menos de una legua de distancia.

Tenía la capucha puesta sobre su cabeza previniendo que la reconociese cualquier bandido pionero. No le había dado tiempo a cambiarse para el viaje, por lo que muy a su pesar tuvo que cabalgar con el vestido turquesa que llevaba en la última mitad del torneo de aquel día. Llevaba unas alforjas con lo imprescindible en la grupa del animal; un cambio de ropa, armas de largo y corto alcance, bebida y comida por si debía pasar la noche a la intemperie... Sabía muy bien que llevarse a su doncella sería un problema, ya lo habían discutido y llegaron al acuerdo de que sería más seguro ir sola y sin escolta. Su hermana no debía saber sobre aquel viaje tan repentino que había tomado la iniciativa de hacer.

Una vez cerca de la taberna descabalgó lo mejor que pudo con aquella larga vestimenta. Serían una molestía los mocasines que calzaba si decidía continuar su camino toda la noche. Ya le empezaban a doler las piernas por el trote del caballo.

-Tranquilo SombraGris, acamparemos un par de noches y retomaremos nuestro camino- Le decía a su montura, que recibía las acaricias de su amazona en las crines cuando esta lo ató junto a otros corceles. Sacó las forjas de su jamelgo y como si de una mochila de cuero se tratase se la colgó a los hombros.

Entró a la taberna donde una mujer regordeta y de mala dentadura la recibió con amabilidad. La joven asintió como forma de agradecimiento y pasó a la estancia. Esta no era muy acogedora que digamos. Habían personas, vasallas de otros señores disfrutando de sus bebidas. Al fondo se podían apreciar algunos mercenarios y el calor era agobiante. No solo por las velas y la hoguera encendida, sino por algunas zonas que apenas y se podía ver un espacio al descubierto.

Mientras seguía a la tabernera, logró fijarse en un hombre de barba blanca, la cual tenía recogida en dos trenzas vikingas. Le pareció haberlo visto antes, en alguna parte pero ahora no conseguía recordar con firmeza quien podía llegar a ser.

Tan pronto como entró en aquella habitación que por el momento sería su lugar de reposo, se deshizo de la capa.

-Mi señora de Lannister- La tabernera se inclinó cordialmente tras ver quien se escondía debajo de aquella tela.

Elia se enfrentó a la mujer con una mirada amenazante que también significaba cautela y silencio por parte de su receptora.

-Te pediría que no hablases de esto a nadie. Por ahora solo estimo mi seguridad de esta forma, en la que nadie debería reconocerme.

-Os lo juro mi señora. Permitidme ayudaros con vuestras pertenencias- Se adentró en el cuarto con la esperanza de poder prestar su ayuda a la noble.

-Podeis retiraros. Puedo encangarme de esto por cuenta propia.- Decía mientras rebuscaba en una pequeña bolsa de cuero algunas monedas justo después de haber dejado la bolsa con sus pertenencias sobre el colchón. Sacó una de plata y otra de oro e, inmediatamente después, se las lanzó a la mujer como pago por adelantado por dormir aquella noche bajo techo. - Tomároslo como un pago por adelantado. Estaré agradecida por vuestro cobijo- Sonrió la joven, guiñando un ojo.

-Muchas gracias- Le bastaba con tres monedas de bronce para que la noble ocupase la estancia durante aquella noche, pero el recibir aquellos dragones de gran valor había comprado su silencio para varios días. Se inclinó y se fue.

La rubia inspeccionó el lugar. Habían varias manchas de humedad por las paredes, pero al menos lo demás estaba en un estado aceptable. Después de todo era una taberna en la mitad de la nada, no se podían permitir demasiados lujos.

HEREDERA DE LEONESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora