Capitulo 9

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Mia, mía ahora y mia siempre

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La sombra

Intento tocar su frente, pero el quejido constante de la noche me detiene. Hace horas que llegué a revisar cómo estaba, y me preocupé al instante al verla salir del agua con la boca llena de sangre. Mi pequeña bruja, mi frágil muñeca de porcelana que cada día me hace sentir vivo.

Observo una gota de sudor deslizarse por su frente. Está sufriendo, pero no puedo hacer nada. No puedo tocarla, no puedo hacer nada por ella sin alterar el curso de los acontecimientos.

—No sabes... —susurro, acercando mi mano a su cuerpo—, cuánto deseo tocarte, sentir tu piel en la mía y tu calor... —Pero la voz se me quiebra; siempre hay algo que me detiene de hacer lo que más anhelo. Todavía no comprendo qué es.

El lila de sus ojos ilumina la habitación por unos segundos, incluso dormida. Siempre me ha dado miedo que vea mi verdadera naturaleza. Ella es mi debilidad, un secreto que nadie conoce, que nadie debe conocer. Y si es necesario destruirla para lograr mis objetivos, lo haré. Me odiará, pero sabrá que todo lo hice por nuestro bien.

Su respiración se vuelve a regular. Observo los moretones en su cuerpo y solo me invade el deseo de asesinar lentamente a aquellos que osaron lastimarla.

— ¿Quién fue? —Pregunto, rozando su mejilla con la frialdad de mi mano—. ¿Quién te hizo tanto daño?

Siento que su cuerpo se agita. Me percibe, sabe que estoy aquí.

—No te preocupes —le digo mientras me levanto de la cama—. Pagarán por cada uno de los golpes que te dieron.

Abandono la pequeña casa y me adentro en la noche. Londres Rojo se encuentra envuelto en un aura mágica. El aroma a madera y menta inunda el aire, creando una atmósfera de paz y armonía. Sin embargo, lo que nadie sabe es que este perfume solo atrae a las verdaderas brujas, a la verdadera reina.

—Caballero —me interrumpe uno de los guardias del palacio—. Muestre su identificación.

— ¿Para qué? —respondo con los dientes apretados—. No necesito mi identificación.

—Es una orden del rey... —balbucea el guardia. Me giro y le muestro mi verdadero rostro.

—Disculpe, señor —dice con voz temblorosa—. No quería ofenderlo. No diré nada, no quiero ser castigado.

—No se preocupe —sonrío—, nadie se dará cuenta.

El guardia se aleja, y yo me dirijo hacia una de las tabernas. La espesa neblina de humo me envuelve al entrar, mezclándose con el olor a cerveza rancia y el murmullo de las conversaciones en voz baja. Me acerco a la barra, buscando consuelo en un vaso de whisky que no me juzgue. El camarero, un hombre de aspecto rudo con una cicatriz irregular en la cara, me observa con curiosidad mientras me sirve el líquido ámbar.

Me siento en un taburete, contemplando el vaso. La ira burbujea en mi interior, una furia que apenas puedo contener. Bebo de un trago, sintiendo el ardor del alcohol bajar por mi garganta. Mis pensamientos vuelven a ella, a sus ojos llenos de dolor y desesperación.

—Otra ronda —digo al camarero, arrojando unas monedas sobre la barra.

Él asiente y me sirve otro vaso. Mientras bebo, mi mente maquina planes de venganza. No permitiré que nadie le haga daño. No de nuevo.

Tomo un trago amargo. El alcohol quema mi garganta, pero no logra calmar la tempestad de emociones que me invade. Soy la sombra que protege a ella, su guardián invisible. La amo con un amor prohibido, un amor que solo puedo expresar en la oscuridad de la noche.

Prisión EscarlataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora