Capitulo 8

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Capítulo 8

Querida siempre fuiste mi obsesión

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Hace neones – Londres Rojo

(Narrador Omnisciente)

La luz tenue de las antorchas apenas penetraba la espesa bruma que reinaba en la sala del trono. Un silencio sepulcral solo era roto por el crujir del fuego en la chimenea y la respiración agitada de un joven que, arrodillado ante un imponente trono de ébano, esperaba con recelo la respuesta de su padre, el rey.

El rey, una figura imponente envuelta en un manto de sombras, observaba a su hijo con una mirada penetrante. Su rostro, curtido por años de batallas y despiadada ambición, era una máscara de impasibilidad. Un gesto de desdén curvaba sus labios mientras escuchaba la pregunta de su hijo.

— ¿Crees que podré ser grande y convertirme en un rey como tú? —susurró el joven, su voz apenas un hilo en la inmensidad de la sala.

Una sonrisa fría y cruel se dibujó en el rostro del rey.

— ¿Qué estás dispuesto a sacrificar por eso? —le preguntó, su voz resonando con una autoridad inquebrantable. Sus ojos, dos pozos negros y sin fondo, recorrieron la sala hasta posarse sobre un grupo de figuras temblorosas que se arrodillaban ante él.

— Mi vida —respondió el joven con firmeza, aunque un temblor recorrió su cuerpo. Siempre había tenido una respuesta para todo, y tal vez, como su padre insinuaba, esta era la prueba definitiva de su determinación.

El rey alzó una mano y acarició su barbilla pensativo.

— Creo que tu propia vida es algo muy sencillo —dijo finalmente, señalando con un gesto hacia el otro extremo de la sala.

El joven siguió la dirección de su mirada y vio a una niña, de no más de diez años, de pie junto a una columna, observándolos con curiosidad. Sus ojos, grandes y brillantes como un Lepidolita, irradiaban una inocencia que contrastaba con la oscuridad que los rodeaba.

— ¿Esa niña? —preguntó con incredulidad.

— ¿La observas? —replicó el rey. El joven asintió en silencio. —Ella tiene una vida, una vida por la cual está luchando ahora. Si eres capaz de quitarle la vida, serás capaz de gobernar el mundo.

El joven contempló a la niña. Su belleza angelical y su aura de pureza le conmovieron profundamente. La idea de arrebatarle la vida le resultaba repugnante, irracional. No podía ser parte de este juego cruel.

Sin embargo, no se atrevió a desafiar a su padre. Su mirada se cruzó con la del rey, y en ella encontró una determinación inquebrantable, una frialdad que le heló la sangre.

— El ser débil —le dijo el rey, tomando su rostro con una fuerza desmedida— nos hace creer que esa criatura que ves sonriendo merece vivir, que es mejor que nosotros. La muerte es para los débiles; los fuertes luchan, sufren y se ganan todo a pulso. Si quieres vivir, ella no merece existir.

Un nudo de terror se formó en la garganta del joven. Cerró los ojos con fuerza, tratando de bloquear las palabras de su padre, pero su voz resonaba en su mente como un martillo implacable.

Asintió en silencio. No tenía otra opción. Si quería sobrevivir, si quería alcanzar el poder que tanto anhelaba, tendría que sacrificar lo más inocente.

Los guardias del rey se acercaron y lo tomaron por los brazos. Lo arrastraron por la sala, sus pies no tocaban el suelo, mientras el olor a sangre fresca inundaba sus fosas nasales. El sabor metálico de la sangre le revolvía el estómago, pero no podía permitirse mostrar debilidad.

Prisión EscarlataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora