𝐏𝐫𝐨𝐥𝐨𝐠𝐨

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𝟏𝟐𝟗 𝐝.𝐂

La reina Alicent, envuelta en su característico vestido verde, recorría los pasillos del castillo con paso decidido, sus pensamientos sumidos en preocupaciones. Había visitado a su hijo Aegon, que descansaba en su cama, sus heridas de batalla sanando lentamente. Necesitaba hablar con su hermano, no solo porque su padre había ignorado sus cartas, sino también para preguntar sobre dos personas que ocupaban sus pensamientos.

Al salir al patio principal, observó a varios soldados preparándose para partir. Su mirada recorrió el lugar en busca de su hermano, pero se detuvo al ver a Ser Criston Cole. Mientras su mirada se perdía en él, una voz familiar resonó a sus espaldas.

"Hermana," la voz de Gwayne la sacó de sus pensamientos. Se giró para encontrarlo con una expresión amable en su rostro.

"Gwayne," saludó Alicent, tratando de ocultar el nerviosismo en su voz. "Me alegra haberte encontrado."

"¿Qué te preocupa?" preguntó Gwayne, notando su inquietud.

"Deseo darte mi bendición," confesó Alicent.

"Vaya, le agradezco a la reina viuda," respondió Gwayne con una sonrisa leve. "Aunque seguramente mi esposa podría golpearte si te escuchara." Su tono era ligero, pero había un trasfondo de seriedad mientras se giraba para continuar con los preparativos de su caballo.

Alicent se acercó más, su voz bajando a un susurro urgente. "Me pregunto si sabes algo de nuestro padre," soltó finalmente. "Envié cuervos a Highgarden y a Oldtown, pero aún no hay respuesta."

Gwayne dejó de ajustar las riendas y miró a su hermana. "No sé nada," admitió. "Pero no he enviado mensajes más que a mi familia. Aunque sabes que si escribe cartas, serán para ti. Siempre fuiste su favorita."

"Es extraño que no conteste," insistió Alicent.

"Otto Hightower es muy ingenioso. Enviará noticias cuando haya alguna que enviar," contestó Gwayne con seguridad, tratando de calmar las ansiedades de su hermana.

Alicent se acercó a su hermano, observando su rostro cansado. "Me pregunto cómo habría sido la vida si te hubiera traído a ti a la corte, si tú y Alyssa hubieran cambiado algo en esto."

Gwayne le sonrió con ternura. "Bueno, soy el hijo mayor, debía ser criado en Oldtown y mi esposa accedió a irse conmigo," explicó, recordando los sacrificios y decisiones que los habían llevado hasta allí.

Alicent Hightower, la reina, lo observó con melancolía. "Tenías ocho años de edad y sin una madre. Debió ser difícil", añadió, su voz impregnada de una compasión que raramente mostraba.

Gwayne asintió ligeramente, recordando aquellos tiempos. "Uno sigue adelante, ¿cierto? Cuando no hay opción, al final encontré a la mujer de mi vida y ella fue mi complemento para hacer el hombre que soy ahora", dijo con una sonrisa amplia, evocando la imagen de Alyssa esperándolo en casa con una sonrisa acogedora.

Alicent vaciló un momento antes de preguntar lo que realmente la inquietaba. "Mi hijo, Daeron. ¿Cómo es él?", se atrevió a preguntar, recordando las últimas veces que había visto a su hijo, cuando tenía trece años, con recuerdos que no eran los mejores.

Gwayne suspiró y se encogió de hombros con una expresión comprensiva. "¿No te escribe? Alyssa es quien le dice que te escriba", admitió, reconociendo la distancia creciente entre madre e hijo.

"Cada vez menos", confesó Alicent, su voz disminuyendo a un susurro mientras miraba a su alrededor, como si temiera que sus palabras pudieran desvanecerse en el aire.

𝐄𝐥 𝐥𝐞𝐠𝐚𝐝𝐨 𝐨𝐥𝐯𝐢𝐝𝐚𝐝𝐨 | 𝐆𝐇Donde viven las historias. Descúbrelo ahora