𝟎𝟒

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𝐑𝐢́𝐨 𝐀𝐠𝐮𝐚𝐦𝐢𝐞𝐥

𝟏𝟏𝟓 𝐝.𝐂

Habían pasado unos meses desde que Alyssa había tomado la decisión de mudarse a las torres que Otto Hightower les había regalado, un lugar imponente que ahora ambos llamaban hogar. Las torres, con sus altos muros de piedra y sus amplios salones, se erguían majestuosas en el paisaje, ofreciendo vistas impresionantes del reino. Los ventanales adornados con vitrales de colores proyectaban una luz cálida y etérea durante el día, mientras que por la noche, las antorchas y candelabros proporcionaban un resplandor acogedor.

La adaptación a su nuevo hogar había sido un proceso exigente, especialmente con un niño pequeño en la casa. El pequeño Daeron, a pesar de su corta edad, parecía estar ajustándose lentamente a su nuevo entorno. Sin embargo, su presencia implicaba noches interrumpidas y un esfuerzo constante por parte de Alyssa y Gwayne para mantener la paz y la armonía en el hogar.

Era una noche oscura y tormentosa, y la lluvia golpeaba furiosamente las ventanas, acompañada de truenos que resonaban como tambores en el cielo. El sonido de los truenos parecía despertar un miedo profundo en el pequeño Daeron, que se manifestaba en llantos desgarradores en plena madrugada.

"¡Por todos los dioses!" murmuró Gwayne, visiblemente molesto al escuchar a Daeron llorar por segunda vez en la noche. A pesar del ruido, Alyssa seguía profundamente dormida, agotada por las noches anteriores de vigilia.

Gwayne se levantó con cuidado, cubriendo su cuerpo desnudo con prendas finas y ligeras. Con paso silencioso, salió de la habitación para no despertar a Alyssa y se dirigió al cuarto del pequeño. Al entrar, notó cómo el llanto de Daeron aumentaba al percibir su presencia, como si la tormenta exterior se hubiera trasladado a su interior. Gwayne lo levantó en brazos, sintiendo cómo el niño se aferraba a él con fuerza, temblando de miedo. Se dio cuenta de que la causa del llanto era la tormenta, cuyos estruendos y destellos iluminaban la habitación de manera intermitente.

"Debiste levantarme", dijo Alyssa con suavidad, apareciendo en la puerta. Sostenía una pequeña antorcha en la que una vela titilaba, proyectando sombras danzantes en las paredes.

"No quería desvelarte. Llevas casi una semana sin dormir", respondió Gwayne en un susurro, tratando de consolar al pequeño Daeron en sus brazos.

"¿Crees que extrañe a su madre?" preguntó Alyssa, la preocupación nublando su mirada. Temía no estar haciendo un buen trabajo en cuidar al niño, a pesar de sus esfuerzos.

"Le tiene miedo a la lluvia y a los truenos", explicó Gwayne rápidamente, intentando aliviar sus temores. "Creo que sería una buena idea que Daeron duerma con nosotros, al menos hasta que tenga la edad suficiente para comprender que los sonidos son comunes y que no le pasará nada", añadió, acercándose a su esposa.

Alyssa asintió lentamente, comprendiendo la lógica detrás de las palabras de Gwayne. Se acercó aún más y besó suavemente la frente del pequeño, que ya comenzaba a calmarse en los brazos seguros de su padre. "Sí, sería buena idea," estuvo de acuerdo Alyssa.

El pequeño Daeron, sintiendo la presencia de su madre, extendió sus pequeños brazos hacia ella, sus ojos violeta brillando cristalinos aún con las lágrimas en su rostro. Alyssa sonrió ante el gesto y tomó al niño en sus brazos, donde él inmediatamente escondió su rostro en el cuello de su madre, encontrando consuelo y seguridad en su calor.

"No extraña a nadie," dijo Gwayne, observando la escena con ternura. Sin embargo, una reflexión cruzó su mente y recapacitó sobre lo que podría significar tener a Daeron durmiendo en la misma habitación que ellos. "Aunque... debemos pausar... eso," agregó, un tanto nervioso, refiriéndose a sus momentos de intimidad que ahora tendrían que ser interrumpidos.

𝐄𝐥 𝐥𝐞𝐠𝐚𝐝𝐨 𝐨𝐥𝐯𝐢𝐝𝐚𝐝𝐨 | 𝐆𝐇Donde viven las historias. Descúbrelo ahora