𝟎𝟕

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"El destino parecía estar sellado; las almas que alguna vez estuvieron unidas serían brutalmente separadas, mientras la guerra desataría ríos de sangre inocente y las lágrimas derramadas se transformarían en un odio."

La llegada de Nyxara a Rocadragón fue un evento que no pasó desapercibido. La guerra había transformado a todos en sombras de sí mismos, pero la presencia de Alyssa parecía traer un rayo de luz en medio de la oscuridad que envolvía a Rhaenyra.

El sonido de las alas de su dragón resonó en las antiguas piedras del castillo, y cuando Nyxara finalmente tocó el suelo, la tensión era evidente. Las miradas se dirigían con temor hacia la figura que descendía. Alyssa, montada en su majestuoso dragón, era una visión que imponía respeto. Sin embargo, más allá del dragón, era la mujer la que dominaba la escena, irradiando una fuerza que eran dignas de una Targaryen.

Rhaenyra, desde su posición, observaba con cautela. A lo largo de la guerra, había aprendido a no confiar plenamente en nadie, ni siquiera en la sangre de su sangre. Pero al ver a su hermana desmontar y caminar hacia ella, un destello de esperanza se encendió en su pecho. Nyxara, el dragón de Alyssa, vigilaba cada movimiento con ojos llenos de inteligencia y recelo, como si entendiera que la guerra había convertido a todos en posibles enemigos. No permitiría que nadie se acercara demasiado a su jinete sin su consentimiento.

Alyssa, al haber dado los pasos necesarios para mantener la distancia adecuada, comenzó a quitarse los guantes negros que usaba para manejar a Nyxara. Sabía que el cuero grueso era esencial para proteger sus manos durante el vuelo, pero en ese momento, más que su armadura, necesitaba mostrar vulnerabilidad. Cuando los guantes cayeron al suelo, Rhaenyra no pudo contenerse más.

Sin mediar palabra, se lanzó hacia su hermana, envolviéndola en un abrazo desesperado. Rhaenyra, la mujer que había soportado una gran perdida, sintió cómo el peso de la muerte de Lucerys, su hijo pequeño, se le vino encima una vez más. Las lágrimas brotaron sin control, y su llanto resonó en el silencio de Rocadragón. La frialdad y dureza que había adoptado como escudo en la guerra se desmoronaron en ese instante, revelando el dolor inmenso que la consumía. Alyssa, lejos de rechazar el abrazo, lo devolvió con igual fervor, consciente de que, a pesar de lo que los demás pudieran pensar, la relación entre ellas no era una de rivalidad, sino de un amor profundo y una lealtad inquebrantable.

A pesar de los rumores que circulaban por el reino, los que aseguraban que la ambición de Alyssa de ser reina rivalizaba con la de Rhaenyra, la realidad era mucho más compleja. La lucha por el trono no había afectado el vínculo de sangre que las unía. Alyssa era consciente de las expectativas que se tenían sobre ella, de las dudas y sospechas que su mera presencia suscitaba en el consejo de su hermana. Pero por encima de todo, Alyssa había jurado lealtad a Rhaenyra, y ese juramento era sagrado para ella. Esa lealtad, sin embargo, le había costado caro; su matrimonio, su familia.

"Me han arrebatado a mi niño", susurró Rhaenyra con una voz cargada de un odio que apenas podía contener. Sus ojos, enrojecidos por las lágrimas, reflejaban una ira que amenazaba con desbordarse.

Rhaenyra intentó hablar, pero su voz temblaba bajo el peso de las palabras no dichas. "Yo... dicen que estás...". Los rumores que habían llegado a sus oídos en el consejo le quemaban la lengua. Le habían advertido que Alyssa podía haberse puesto del lado de Aegon, que su lealtad podía haberse tambaleado. Pero Rhaenyra no podía, no quería creerlo.

Alyssa, con la mirada fija en su hermana, no necesitó más explicaciones. Su corazón también estaba dividido, desgarrado entre la familia que había formado y la familia de la que provenía. Pero su decisión ya estaba tomada. "Mi esposo ha tomado su decisión y yo he tomado la mía... mi reina", dijo con firmeza, bajando la cabeza en una reverencia que sellaba su juramento.

𝐄𝐥 𝐥𝐞𝐠𝐚𝐝𝐨 𝐨𝐥𝐯𝐢𝐝𝐚𝐝𝐨 | 𝐆𝐇Donde viven las historias. Descúbrelo ahora