𝟎𝟓

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Cuando Alyssa llegó al castillo que alguna vez había sido su hogar, una oleada de nostalgia la envolvió. La majestuosidad de las torres y las imponentes murallas no habían cambiado, pero el peso de los años y las experiencias las hacían parecer diferentes. Recordó su infancia, corriendo por los pasillos con su madre, Aemma, cuyas risas resonaban como ecos lejanos en su mente. La muerte de Aemma había sido un golpe devastador que aún dolía en lo más profundo de su ser. Cada rincón del castillo tenía un fragmento de esos recuerdos, y al sentir a Nyxara, su dragona, aterrizar suavemente, esas memorias la inundaron con una fuerza.

Con un suspiro profundo, se dirigió hacia la entrada del castillo, su corazón latiendo con fuerza en su pecho. ¿Cómo la recibiría su padre? ¿Querría que viera a Daeron? La incertidumbre la llenaba de inquietud, pero intentó tranquilizarse, enfocándose en avanzar paso a paso.

Al cruzar el umbral del castillo, todos los presentes se inclinaban ligeramente en señal de respeto. Sus rostros, algunos familiares y otros nuevos, formaban un mosaico de expresiones de curiosidad y deferencia. Alyssa se sentía un poco incómoda bajo tanta atención, pero su mirada se detuvo en uno de sus sobrinos, el único con el que había intercambiado cartas ocasionales durante su ausencia.

"Ahora ya no tienes que imaginarte lo horripilante que soy, tía", dijo su sobrino Aemond, avanzando hacia ella con una expresión seria y calculada en su rostro.

Aemond, con su figura alta y delgada, tenía un aire de autoridad y misterio. Su parche sobre el ojo izquierdo, no hacía nada para disminuir su atractivo; de hecho, parecía aumentar su aura de peligro. Alyssa sonrió con calidez, notando cómo había crecido desde la última vez que lo vio.

"Sigues siendo un joven atractivo, Aemond", admitió Alyssa con una pequeña sonrisa que suavizaba la tensión en su rostro. "¿Acaso tu sonrisa la has escondido? ¿Temes demostrar tu verdadero yo?"

Aemond se detuvo a escasos pasos de ella, su mirada intensa fija en la de su tía. "Madre dice que eres buena mintiendo, y veo que lo eres", replicó, su tono firme pero sin rastro de hostilidad.

La cercanía de Aemond permitía a Alyssa observar los detalles de su rostro con mayor claridad: la línea dura de su mandíbula, la cicatriz que atravesaba su ceja y bajaba hacia el parche, y sus labios, que parecían reacios a curvarse en una sonrisa. Era evidente que la vida le había endurecido.

Alyssa soltó una risa ligera, pero había un tinte de amargura en ella. Asintió. "Tu madre," repitió, mirándolo con una sonrisa que no llegaba a sus ojos. "Ante mi mirada sigues siendo el pequeño que lloraba para que jugara con él." Sus palabras eran suaves. "¿En serio no te alegras de verme?"

Aemond apretó los puños, luchando contra la tormenta de emociones que se arremolinaban en su interior. "Debiste llevarme contigo," soltó finalmente, su voz cargada de una vulnerabilidad que raramente dejaba ver. La sorpresa se dibujó en el rostro de Alyssa al escuchar sus palabras. "Pasé días esperándote volver y simplemente te fuiste dejándome con..."

El momento e interrumpió por la voz autoritaria de Alicent, que resonó desde las escaleras. "Alyssa, me alegra tenerte aquí," dijo, observándolos desde arriba. "Por favor, ven para que puedas reunirte con tu padre."

Alyssa asintió, pero antes de alejarse, tomó la mano de Aemond con una ternura casi maternal. "Si por mí hubiera sido, te hubiera llevado conmigo, pero no era mi decisión." Sus palabras eran sinceras, pero cargadas de una tristeza contenida.

Aemond permaneció inmóvil, sorprendido ante la respuesta de su tía, mirando a Alicent con incredulidad. Alyssa, por su parte, se alejó sin titubear. Caminó junto a Alicent por los pasillos, hasta llegar a las puertas de la habitación de su padre.

𝐄𝐥 𝐥𝐞𝐠𝐚𝐝𝐨 𝐨𝐥𝐯𝐢𝐝𝐚𝐝𝐨 | 𝐆𝐇Donde viven las historias. Descúbrelo ahora