Capítulo 9: "Contexto"

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Emily estaba de pie en el claro del bosque, desconcertada, con la bandera en una mano y el rasguño en su brazo brillando suavemente. Miró a Eidan, cuyo rostro mostraba una mezcla de preocupación y asombro.

—¡¿Cómo es posible que hayas podido verlo?! Se supone que nadie puede verlo, —sus palabras se vertieron con rapidez, mientras la confusión y el miedo brillaban en sus ojos.

—Y tus ojos... Eidan, ¡qué eres! —exigió, su voz subiendo de tono, cada sílaba cargada de desesperación.

Eidan soltó una risa forzada, casi histérica, mientras se rascaba la nuca, claramente evitando su mirada directa.

—¿Me vas a interrogar a mí? —se mofó suavemente, intentando desviar la atención—. Cuando claramente tú me estás ocultando algo a mí.

—¿Yo? —Emily frunció el ceño, perpleja por su insinuación.

—¡Sí! ¿Cómo es posible que tu piel brille? Se supone que eso ya no... —se cortó a mitad de la frase, como si hubiera revelado demasiado.

—¿Que ya no qué, Eidan? ¡Deja de ocultarme cosas! Ni siquiera yo sé qué es lo que me pasa, pero seguro tú sí. Y aparte de ocultarme lo que pasó aquella noche, sobre tus ojos, y ahora también sobre esto...

Eidan miró a su alrededor, su mente trabajando a toda velocidad para encontrar una salida a la situación. Con un suspiro resignado, se acercó a Emily, sus ojos fijos en los de ella, buscando alguna señal de confianza.

—Mira, Emily, hay cosas que... que son complicadas de explicar. Y no es que no quiera decirte, es que algunas verdades son difíciles de aceptar sin... contexto.

—¿Contexto? —repitió Emily, incrédula. Su frustración era palpable.

—Exacto. Y sobre tu piel, es... es raro, sí, pero tal vez no sea nada malo. Tal vez sea algo único, algo especial sobre ti que aún no comprendes.

Emily lo observó, escéptica, pero decidió no presionar por ahora. Había algo en la manera en que Eidan evitaba hablar directamente de los temas que la hacía sospechar que había mucho más bajo la superficie.

—Está bien, Eidan. No hablarás, y yo... yo necesito pensar en todo esto.

La tensión entre ellos era casi tangible mientras comenzaban el descenso hacia el instituto. El regreso fue silencioso, cada uno perdido en sus propios pensamientos. Emily repasaba cada detalle de la noche en que su memoria jugaba con ella, intentando conectar los fragmentos dispersos de su memoria. Los árboles pasaban a su lado en un borrón mientras caminaban, pero su mente estaba en otro lugar.

Llegando al instituto, las luces de los pasillos parecían demasiado brillantes, cada sonido demasiado fuerte. Su mente acelerada por los descubrimientos de aquella tarde. Mientras pasaba junto a la vitrina de trofeos, su mirada se vio atraída irremediablemente hacia las fotografías de generaciones pasadas del equipo de fútbol americano. Entre ellas, descubrió rostros conocidos intentando pasar desapercibidos: James y Eidan Gilbert, congelados en el tiempo en la generación de 1899. El descubrimiento la sacudió hasta el núcleo.

En el baño de mujeres, Emily se apoyó sobre el lavabo, cerró los ojos y luchó por regular su respiración. Las imágenes volvieron con fuerza despiadada: los ojos rojos y hambrientos de una mujer, el dolor punzante de los colmillos en su cuello, la frialdad de la mano de Eidan atravesando el cuerpo de la atacante. Estas visiones, tan vívidas y aterradoras, la dejaron temblando. Al abrir los ojos, su reflejo en el espejo parecía desafiarla a confrontar la verdad, a buscar respuestas a las preguntas que ardían en su mente.

Decidida a no dejar que el miedo dictara sus acciones, Emily se dirigió a la oficina del entrenador al día siguiente, armada con una sonrisa cautivadora y una excusa convincente sobre un proyecto escolar que requería inspeccionar los álbumes de fotos de años anteriores. El entrenador, encantado por su interés y sin sospechar sus verdaderas intenciones, accedió a su solicitud sin demora.

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