Capítulo 10: "Ojos Carmesí"

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El dolor de cabeza era insoportable cuando Emily abrió los ojos. Estaba acostada sobre las ramas y la tierra, el aroma fresco y terroso del bosque invadiendo sus sentidos. No podía ver nada, una venda cubría sus ojos, y sentía sus manos y tobillos amarrados con fuerza.

El pánico la invadió de inmediato. Quería gritar, llorar, patalear, pero el miedo la mantenía paralizada. Las voces de hombres se volvían más nítidas, acercándose. No quería que se dieran cuenta de que estaba despierta, no quería enfrentar la incertidumbre de lo que pudieran hacerle. No sabía cuánto tiempo había pasado ni dónde estaba, y mucho menos qué querían de ella.

—Andrea y Selene Wick, las desaparecidas de ahora —la voz grave de Zeke Hoffman resonaba en el pasillo lleno de policías e investigadores, todos trabajando frenéticamente—. Al parecer, nadie escuchó nada.

Charlotte, de pie en medio del caos, estaba confundida e irritada. ¿Cómo podían dos niñas desaparecer sin dejar rastro? ¿Cómo nadie había oído cuando la puerta fue abierta? Los padres solo se dieron cuenta aquella mañana al despertar.

—Las puertas no fueron forzadas —añadió el jefe—, no había huellas en las manijas, lo que sugiere que usaron guantes.

Charlotte frunció el ceño, observando los detalles.

—Parece que una de las niñas forcejeó —dijo, señalando una mancha de sangre y vidrios rotos de una maceta—. ¿Los padres fueron sedados? ¿Por qué no escucharon nada?

Zeke miró a su alrededor, asegurándose de que nadie más los escuchara, y se acercó para susurrar:

—No creo que esto sea normal. Estamos entrando en un territorio que solo nos pertenece a nosotros, y necesitamos investigar por nuestra cuenta.

Charlotte asintió, pero la reputación estaba en juego. Ella era la esposa del alcalde y la gente confiaba en ellos.

—No podemos —respondió rápidamente—. Los padres de estas niñas necesitan saber lo que está pasando. Si el pueblo no tiene noticias, empezarán a sospechar.

—¿Y cuándo actuaremos de verdad? —insistió Zeke—. Recuerda que tengo... tenemos —se corrigió— dos hijas, y esto podría no terminar bien.

—Por favor, Hoffman, tu hija puede defenderse sola. La has preparado para todo.

—Quizá sí, pero ¿y tu hija?

Charlotte no había considerado todas las posibilidades. No conocía a las chicas que se habían llevado, ni qué relación podrían tener con Emily. Pero su hija tenía algo especial que podría hacerla un objetivo. Empezaba a arrepentirse de haberla dejado sin protección.

La paciencia de Charlotte se agotaba. Llevaban todo el día interrogando a las casas vecinas de la familia Wick, y nadie había visto nada sospechoso. El jefe de policía, Zeke Hoffman, solo negó con la cabeza cuando uno de sus policías se acercó a él.

—Charlotte —la llamó Henry desde la habitación de una de las hijas de los Wick—, ven aquí.

Henry estaba acuclillado en el pasillo, frente a una puerta blanca de madera decorada con flores de colores. Charlotte se acercó, con el corazón latiendo rápidamente. Sentía que cada paso la acercaba a una verdad que temía descubrir.

Al entrar en la habitación, Charlotte no pudo evitar notar que la decoración infantil era similar a la de Emily, aunque esta niña ya había superado esa etapa. Henry estaba acuclillado junto a la puerta, iluminando el suelo con una linterna de luz azul.

—¿Ya viste esto? —le preguntó Henry, señalando los rayones en el piso de madera.

Charlotte se acercó y observó las marcas más detenidamente.

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