CAPÍTULO 3: "LING MALISORN"

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Faye llegó a su casa, un apartamento normal aunque a simple vista se veía pequeño, debido a la cantidad de libros que albergaba, su posesión más preciada era su extensa biblioteca.

Nada más entrar escucho el monólogo que tenía su amiga Pam con Ling, la niña a sus dos años apenas pronunciaba cuatro o cinco palabras, no había aprendido a hablar como el resto de sus compañeros a pesar de que era muy inteligente.

La castaña se dirigió a la habitación de la pequeña, mas se dio cuenta de que la voz de su amiga no provenía de esa estancia sino de su propia habitación, por lo que cambió el rumbo con gesto taciturno. Cuando entró, sus ojos claros barrieron el lugar, posándose irremediablemente en su cama donde yacía Ling acostada, bajo unas cuantas mantas. Era pequeña, más pequeña de lo normal a su edad, sus ojos del color de la miel a juego con sus cabellos, entre caoba y dorados, sus mejillas estaban sonrosadas debido a la fiebre y agarraba con fuerza una de sus camisas, abrazándola como si nada más en el mundo tuviera valor para ella.

Los ojos de la pequeña se posaron sobre Faye y su rostro cambió por completo, dibujó en sus pequeñas facciones una inmensa alegría al ver a la castaña plantada en la puerta, con las manos en los bolsillos de su vaquero y una mueca de disgusto en el rostro. En ese momento pronunció una de las pocas palabras que lograba pronunciar con claridad, su palabra favorita, la misma que repetía demasiadas veces al día, como invocándola.

-"Mamá"

Pam se giró rápidamente para encontrarse con la mirada de Faye, cargada de reproche, tragando saliva con dificultad. Sabía que su amiga se había enfadado pero no le importaba, no entendía por qué trataba así a la pequeña pues esta no tenía la culpa de los fantasmas que Faye arrastraba. Iba a saludarla cuando ella se le adelantó, con voz grave que no dejaba lugar a dudas, estaba terriblemente enfadada.

-¿Por qué está metida en mi cama?

-"Vamos Faye, está enferma, pensé que se sentiría mejor aquí"

-No la quiero en mi cama

-"Faye..."

La castaña no escuchó a su amiga, la apartó para llevarse a Ling a su habitación, mas al intentar agarrarla esta empezó a patalear y a llorar, balbuceando palabras incomprensibles.

-"No...mamá...no...nena...no"

Estaba cansada, los llantos de la pequeña la desquiciaban y al intentar sacarla de su cama constató que realmente tenía la fiebre muy alta, por lo que empezó a preocuparse.

-Pam por qué demonios le has dado mi camisa

-"No se la he dado yo, ella la agarra y no hay manera de quitársela, Faye es tu hija y te echa de menos cuando no estás, es decir casi siempre"

Ella resopló, mantenía a esa niña bajo su techo, pagaba su alimentación y su educación, había cumplido su papel, odiaba en esos momentos a su amiga por reprocharle sus largas ausencias, ella no tenía ni idea de lo difícil que era mirar a la pequeña.

Su amiga tomó sus cosas y se marchó, dejándola sola con Ling. La pequeña sollozaba, aun sin recuperarse del llanto anterior, asustada pues no quería que Faye se la llevase, quería permanecer con ella, adoraba a la castaña de manera enfermiza, era su heroína, su mamá, por mucho que esta no le demostrase afecto alguno.

Rendida pues sabía que sería imposible sacarla de su cama, se marchó a prepararse algo para cenar y alejarse de la mirada color miel llena de admiración que la pequeña le regalaba.

Cenó tranquila, ojeando algún libro y pensando en sus clases, esperando que Ling estuviera dormida cuando fuese a acostarse, cuando escuchó sus pasitos acercándose y se llenó de rabia, no entendía por qué se había levantado de la cama.

La pequeña hizo su aparición en la sala donde ella se encontraba, su rostro teñido por un gran esfuerzo y en sus manos un libro, un tomo pesado que cargaba con todo el cuidado que puede tener un niño. Al verla con uno de sus libros se alarmó, pues tenía prohibido tocarlos o dañarlos. Ella se acercó con mirada cargada de felicidad y le dio el libro orgullosa, era La Odisea, uno de sus favoritos.

-Te he dicho muchas veces que no tomes los libros Ling

-"Cuento"

-No es un cuento, es un libro y es mío, no lo toques

La pequeña cogió su brazo, zarandeándola, llamando su atención y sacándola de sus casillas.

-Deberías estar en la cama, estás enferma

-"Mamá... cuento"

-A la cama

-"Cuento"

Resopló frustrada, era muy cabezota y no se daría por vencida así que decidió leerle uno de sus cuentos para que se quedara tranquila. Se levantó para acostarla y leerle cualquier cosa insulsa para que se durmiera, cuando Ling volvió a coger La Odisea.

-"Ete mamá"

-Eso no es un cuento, no es para niños, vamos a buscar uno de los tuyos

-"Ete cuento mamá"

Miró intensamente a esa pequeñaja que se empeñaba en llamarla mamá, y se quedó unos instantes pensando ¿Por qué no? La Odisea para una niña tan pequeña tiene que ser sumamente aburrida, se dormiría en seguida y ella podía continuar con sus cosas sin preocuparse de ella.

-"Aupa mamá"

Salió del limbo ante las palabras de la pequeña, esta le tendía el libro como podía ya que era pesado y pedía sus brazos. Intentaba cogerla poco, solo cuando era estrictamente necesario mas recordó su fiebre y pensó que en esa ocasión sí lo era. Tomó el libro y la alzó, para gran alegría de Ling que refugió su carita en el cuello de su madre, jugando con sus rizos castaños, excitada puesto que Faye no solía estar nunca en casa y cuando estaba no solía prestarle la más mínima atención.

Suavemente la dejó sobre la cama, intentando retirar su blusa sin éxito ya que la pequeña se había vuelto a apoderar de ella y la sujetaba con fuerza. Tomó el libro y se tumbó, intentando poner distancia, hecho que se hizo imposible ya que Ling se acurrucó lo más pegada a ella que pudo en cuanto esta se hubo acomodado.

Abrió el libro y empezó a leer las historias y aventuras de Ulises, esperando que la niña cayese dormida en el acto mas no lo hizo, su carita iba cambiando de alegría a asombro, del miedo a la euforia, sus exclamaciones y como ponía sus pequeñas manos sobre las páginas para ves las ilustraciones con detenimiento consiguieron que su rostro dibujase una sonrisa. Tenía que admitir que Ling había heredado su amor por la buena literatura.

Tras la aventura del cíclope empezó a cabecear, aferrándose a su brazo, con miedo a perderla a que esta despareciese y una punzada de culpa se alojó en su estómago. Quería a Ling, a su manera la quería, pero al mirarla demasiado dolor, demasiadas lágrimas le venían a la mente, por mucho que lo intentaba no podía darle el amor que la pequeña necesitaba, no mientras su alma sangrase copiosamente.

Cuando por fin cayó dormida, quiso liberarse de su agarre más no tuvo fuerzas, se quedó mirando el rostro diminuto de la pequeña, que se había dormido con el dedo en la boca, sus mejillas sonrojadas y sus cabellos alborotados sobre la almohada, aferrada a su blusa como si la vida dependiese de ello y sin soltar su brazo.

Apartó un pequeño mechón de su cara, provocando que murmurase en sueños y aferrase aun más su brazo, esa noche no podría desprenderse de ella. Apagó la luz tras dejar La Odisea sobre su mesita de noche y se acurrucó como pudo para no despertar a su inesperada compañera de colchón, cayendo en un sueño profundo y sin pesadillas por primera vez en demasiados años, un sueño invadido por unos ojos color chocolate ávidos de nuevos conocimientos, una sonrisa afable coronada por una extraña cicatriz, cabellos oscuros como una noche sin estrellas, sus sueños se cubrieron de misterio, el misterio de un nombre que no salía de su cabeza, Yoko, Yoko Lerprasert.

Miss Malisorn Donde viven las historias. Descúbrelo ahora