𝐃𝐄𝐒𝐈𝐂𝐈𝐎𝐍𝐄𝐒 𝐏𝐄𝐋𝐈𝐆𝐑𝐎𝐒𝐀𝐒

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La pelirroja salió de bañarse con una toalla en la cabeza. Después de lo que había pasado ayer, estaba intentando volver al punto en el que dejaba de importar todo. No sería fácil, pero creía que podía lograrlo. Se acercó al espejo, se sacó la toalla del cabello y dejó que su largo y rojizo cabello cayera sobre sus hombros. Justo en ese momento, su teléfono comenzó a sonar. Era una notificación de un mensaje de Stefan. Arrugó el ceño; el Salvatore menor no era con quien solía hablar mucho por teléfono.

Suspiró y continuó en lo suyo, levantando la cabeza para seguir acomodándose. Pero al mirar en el espejo, un brinco involuntario la hizo retroceder.

— No soy tan feo, ¿o sí? —preguntó Damon con su tono característico, sin apartar la vista de la revista que leía sentado en el sillón junto a la cama de la Gilbert.

— ¿Hace cuánto estás ahí? —preguntó Artemisa, el tono de su voz cargado de sorpresa y molestia.

— Desde ayer, exactamente desde que dejaste de leer aquel libro antes de acostarte.

Artemisa suspiró y negó con la cabeza.

— Eso es acoso, Damon.

Damon alzó la vista de la revista y la observó con su habitual desdén, pero sus ojos no mostraban la usual chispa de diversión. En lugar de eso, había una sombra de algo más profundo, algo que no solía mostrar.

— Te gusta más de lo que admites.

Artemisa entrecerró los ojos, su paciencia al límite con la actitud despreocupada de Damon.

— No me hagas reír. —Se giró finalmente para enfrentarlo—. Escucha bien, Damon. No sé qué estás buscando con todo esto, pero debes parar... No soy Katherine.

Damon levantó una ceja, su expresión contenida mientras se levantaba del sillón y se acercaba a ella con un paso decidido, pero sin perder su aire indiferente.

— Eso lo tengo claro...

— Me parece que no. —Artemisa lo interrumpió, su voz firme y llena de dolor—. Hasta que no decidas lo que vas a hacer a partir de ahora, no te acerques a mí. Déjame en paz.

Damon se detuvo a una distancia prudente, su rostro impasible, pero sus ojos revelaban una intensidad que contrastaba con su actitud habitual. La preocupación se insinuaba en su mirada, aunque trataba de mantener su fachada de indiferencia.

— A ver si entendí bien, quieres que terminemos lo que estamos comenzando por lo que pasó ayer.

Artemisa respiró profundamente, su mirada penetrante llena de decisión y tristeza.

— Quiero que elijas. O estás conmigo, o sigues buscando la forma de abrir la tumba y sacar a Katherine. Tienes que decidir, porque yo no soy ni tu segunda opción ni una sombra de alguien más. —Sus ojos brillaban con una mezcla de determinación y dolor—. Seguramente tu decisión se definirá con lo que hagas hoy. Ahora me voy, tengo cosas que hacer. —Abrió la puerta de su cuarto—. Trata de escabullirte sin que nadie te vea aquí.

Damon se quedó allí, su expresión reservada pero su mirada seguía fija en la puerta por donde Artemisa se había ido. La tensión en el aire era palpable, y aunque su exterior seguía mostrando su habitual indiferencia, el conflicto interno y la preocupación por lo que podría perder eran evidentes en sus ojos.























[...]

Elena se despertó con una punzada en la cabeza y llevó una mano a la frente, aún atrapada por el cansancio. El dolor era insoportable. Miró a su alrededor, y fue entonces cuando lo vio: un hombre dormía en una silla, a solo centímetros de su cama. El miedo la invadió de golpe. Se incorporó rápidamente, su corazón latiendo con fuerza al darse cuenta de que no estaba en su cuarto.

𝐃𝐄𝐒𝐏𝐄𝐑𝐓𝐀𝐑☆ ℒ𝒶𝓏𝑜𝓈 𝒹𝑒 𝒮𝒶𝓃𝑔𝓇𝑒Donde viven las historias. Descúbrelo ahora