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En cuanto acaba el himno, nos ponen bajo custodia. No quiero decir que nos esposen ni nada de eso, pero un grupo de agentes de la paz nos acompaña hasta la puerta principal del Edificio de Justicia. Quizás algún tributo intentase escapar en el pasado, aunque yo nunca lo he visto.

Una vez dentro, me conducen a una sala y me dejan solo. Es el sitio más lujoso en el que he estado, tiene gruesas alfombras de pelo, y sofá y sillones de terciopelo. Sé que es terciopelo porque mi madre tenía un vestido con un cuello de esa cosa. Cuando me siento en el sofá, no puedo evitar acariciar la tela una y otra vez; me ayuda a calmarme mientras intento prepararme para la hora que me espera. Ese es el tiempo que se les concede a los tributos para despedirse de sus seres queridos. No puedo dejarme llevar y salir de esta habitación con los ojos hinchados y la nariz roja; no me puedo permitir llorar, porque habrá más cámaras en la estación de tren. 

Eren y mi padre entran primero. Extiendo los brazos hacia mi hermano, y él se aferra a mí y me rodea el cuello con los suyos, apoyando la cabeza en mi hombro. Mi padre se sienta a mi lado y nos abraza a los dos. No hablamos durante unos minutos, pero después empiezo a decirles las cosas que tienen que recordar hacer, ya que yo no estaré para ayudarles.

Eren no debe coger ninguna tesela. Pueden salir adelante, si tienen cuidado, vendiendo la leche y el queso de la cabra, y siguiendo con la pequeña botica que lleva mi padre en sus días buenos para la gente de la Veta. Zeke le conseguirá las hierbas que él no pueda cultivar, aunque tiene que describírselas con precisión, porque él no las conoce como yo, y también les llevará carne de caza.

Cuando termino con las instrucciones sobre el combustible, el comercio y terminar el colegio, me vuelvo hacia mi padre y lo cojo con fuerza de la mano.

—Escúchame, ¿me estás escuchando? —Él asiente, asustado por mi intensidad. Tiene que saber lo que le espera—. No puedes volver a irte.

—Lo sé —me responde él, clavando los ojos en el suelo—. Lo sé, no lo haré. No pude evitar lo que... 

—Bueno, pues esta vez tendrás que evitarlo. No puedes desconectarte y dejar a Eren, porque yo no estaré para mantenerlos con vida y Zeke trabaja demasiado. Da igual lo que pase, da igual lo que veas en pantalla. ¡Tienes que prometerme que seguirás luchando!

He levantado tanto la voz que estoy gritando; estoy soltando toda la rabia y el miedo que sentí cuando él nos abandonó.

—Estaba enfermo —dice, soltándose—. Podría haberme curado yo mismo de haber tenido las medicinas que tengo ahora.

La parte de haber estado enfermo es cierta; después he visto cómo despertaba a personas que sufrían aquella tristeza paralizante. Quizá sea una enfermedad, pero no nos la podemos permitir.

—Pues tómalas... ¡y cuida de él! —le ordeno.

—Todo saldrá bien, Armin —dice Eren, acunando mi cara—. Pero tú también tienes que cuidarte; eres rápido y valiente, quizá puedas ganar.

No puedo ganar; en el fondo, Eren debe de saberlo. La competición está mucho más allá de mis habilidades. Hay chicos de distritos más ricos, donde ganar es un gran honor, que llevan entrenándose toda la vida para esto. Chicos que son dos o tres veces más grandes que yo, que siempre fui flacucho y bajo; chicas que conocen veinte formas diferentes de matarte con un cuchillo. Sí, también habrá gente como yo, chavales a los que quitarse de en medio antes de que empiece la diversión de verdad.

—Quizá —respondo, porque no puedo decirle a mi padre que luche si yo ya me he rendido. Además, no es propio de mí entregarme sin presentar batalla, aunque los obstáculos parezcan insuperables—. Y seremos tan ricos como Levi Ackerman.

Los Juegos del Hambre | JearminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora