7. Estelas de lágrimas y sonrisas

19 2 2
                                    

Me despierto sacudida por una melena rubia, es Isabella. Anoche me quedé hablando con ella hasta la madrugada. Se hizo tan tarde que, al final me dormí al lado de ella en la silla. Hoy me dan el alta y por fin podrá salir de la enfermería. Ella insiste en que demos una clase hoy, ya que no hemos podido en todo el mes, por culpa de su intoxicación.

-Enserio, las pruebas son en dos meses y todavía no te he enseñado nada valioso.

-Isabella, lo primero es tu salud -digo por décima vez.- Ya nos pondremos al día con las lecciones.

La elfa continúa diciendo que no, que vamos a tener una clase. Al final, gana ella. Estamos conversando cuando viene una ninfa y le dice que puede irse. Le da unas medicinas y la despide. Yo me voy con ella y quedamos en pasar toda la mañana juntas. No quiero que se sienta solo, y en cierto modo me da miedo que no esté bien del todo y le pase algo.

En el tiempo que transcurre en la mañana, Isabella me enseña uno de sus lugares favoritos en el bosque. Vamos a un sitio alejado, hay una cueva. Entramos y puedo ver que no es muy profunda. Las paredes tienen un color azul eléctrico muy inusual, es como si estuvieran hechas de algún mineral. Al fondo de la cueva hay una cesta llena de cosas.

-Esta es la cueva de la luna, o al menos yo la llamo así -sonrie y toca las paredes. -Vengo aquí cuando quiero estar en paz... O bailar.

La cara se le ilumina y los ojos le brillan. Rápidamente va hacia la cesta del fondo de la cueva y saca unas telas de diferentes tonos de azul. Son alargadas y miden como una de nuestras piernas. Ella coge dos y luego me da a mí otras dos. Al ver mi cara de confusión explica.

-En el clan tenemos danzas para alabar a la luna. Las hacemos con estas telas, aunque nosotros las llamamos estelas. -las agarra con fuerza y se pone a dar vueltas. -Bailamos así. ¡Ven a bailar conmigo!

Esta feliz, eufórica por enseñarme sobre su gente y su cultura. Gira sobre sí misma, levanta un brazo, luego el otro, luego los sube y baja a ritmos diferentes. Mientras tanto sus pies van moviendo, creando su propio ritmo, sin música, solo el sonido de sus pisadas y de su risa. Su alegría se me contagia y la imito. No sé muy bien qué estoy haciendo, es muy probable que parezca un pato bailando, mas no me importa.

Lo único que me importa es que me lo paso bien. Sin darme cuenta estamos las dos soltando carcajadas en nuestro propio mundo. Por un momento, nos olvidamos de todo lo demás. Ahora somos solo dos almas, dos amigas, dos corazones. No soy Kiara, y ella no es Isabella, solo somos dos crías llenas de gozo.

El tiempo pasa y dejamos de bailar, nos tiramos en el frío suelo de la cueva. Tomamos aire y nos miramos.

-¿Te a gustado?

-Me a encantado, Isabella, mil gracias.

Ella me mira con una sonrisa, se levanta y me quita las estelas. Me indica sentarme, se pone detrás de mí. De un segundo a otro, me está trenzando el pelo, haciendo una especie de trenzas de raíz, enlazando mi pelo con las estelas. Al cabo de un rato, tengo unas trenzas preciosas y cascadas de colores azul y negro me caen sobre la espalda. La observo con agradecimiento, una pregunta se me cruza de repente y la hago.

-Isabella, ¿cómo es que no tienes al clan entero rodeandote? Eres maravillosa.

Ella solo me mira, con una sonrisa triste.

-Bueno... Es verdad que me tienen aprecio, pero solo se fijan en la dulzura. Nadie se toma el tiempo para ver qué hay debajo de esa capa de azúcar. -Pero no pasa nada, enserio.

La veo, sus ojos azul cielo se han transformado a un azul tormenta.

-Isabella, ¿por qué no dejas que la gente se preocupe por tí? -solo se la ve confusa- En la enfermería pasó lo mismo, no dejas que nadie se preocupe.

Mi verdadero yoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora