11. Danza mortal

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Es casi de noche cuando cojo mi arco y mis flechas, salgo de casa y me dirijo a el lago de los Valientes. La luna a empezado a asomarse. Es majestuosa, se ve su silueta, está negra, iluminada por el sol. Es como si fuera una diosa.

Me estoy acercando al lago cuando diviso al elfo nadando. No me creo que no se esté congelando ahora mismo. Al llegar, no lo veo. Recorro el sitio con la mirada, pero sigo sin encontrarlo. Incluso miro por encima la cueva, sin embargo, no hay rastro.

De repente, siento una mano en mi hombro. Doy un grito y cojo mi daga, preparada para atacar. Al darme la vuelta, bajo la guardia. No hay ningún enemigo, sino el chico de ojos miel. Esta riendo, me la ha colado.

-No es gracioso -digo con voz aburrida.

-Un poco sí.

Al ver que mi expresión no mejora, para de reírse y me dedica una sonrisa.

-Vale, lo siento. ¿Puedes parar de apuntarme con una daga, fierecilla?

Bajo la daga, avergonzada.

-¿Me das un segundo? Tengo que cambiarme.

Lo miro de arriba a abajo, está empapado. Lleva un traje de cuero que se le adiere como una segunda piel. Puedo ver cada músculo marcado. Sobre todo los del brazo y los abdominales, se nota que es un guerrero y entrena mucho.

-Si, claro -digo un poco más tarde de lo necesario.

Él solo se va a la cueva. Se adentra en esta, lo suficiente para que no lo vea.

Oye, él nos ha gastado una broma. ¿Le damos un pequeño susto?

Me encanta la idea.

Esto va a ser divertido.

Cojo unas cuantas ramas rotas y las pongo en la entrada de la cueva, dificultando el paso. Luego, me escondo a un lado de la cueva. Lo espero con la daga en la mano. Al cabo de un rato, sale cambiado. Se queda un tanto extrañado al ver las ramas, pero las salta sin problema. Lo bueno es que ahora está mirando las ramas, no su alrededor. Cuando se libera de la trampa, salgo de mi escondite, a su espalda. Sigilosamente llegó detrás suya y de un movimiento de mis pies, lo tiro al suelo, de espaldas.

Me siento encima suya y me río, justo como él había hecho antes.

-No es gracioso.

-Un poco sí -digo utilizando sus propias palabras en su contra.

-¿Te puedes levantar? -pregunta. Yo decido que ya es suficiente y lo dejo ir.

Se levanta y me mira, divertido.

-Vamos a empezar, anda.

Me lleva a un árbol cercano al lago. Este está acolchado.

-Para empezar, necesito saber tu técnica. Dale un puñetazo al árbol.

Lo hago y el me pide que siga. Continúo pegándole al árbol mientras él me observa, me analiza. No paro hasta que choco con su cuerpo tras mi espalda. Me agarra los brazos.

-¿Puedo? -pone una mano en mi cintura. Yo asiento. Cuando sus manos acarician el cuero de mi traje, siento una pequeña descarga de electricidad. Suelto todo el aire que, de manera inconsciente, he retenido en los pulmones y me relajo ante su tacto. Sus manos son fuertes, pero a la vez suaves, es una mezcla de sensaciones.

-Sigue pegando, pero deja que yo te ayude.

Vuelvo a pegarle al árbol. En cada movimiento que hago, él mueve mi cuerpo.

-Tienes que acompañar en golpe con el cuerpo, eso le dará más potencia -explica.

Ahora, una de sus manos sube por mi espalda hasta llegar a mi brazo. Lo sujeta y dirige con cada golpe.

Mi verdadero yoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora