One Last Time

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(POV Vegas)

Recorría las calles de Florencia con una sensación de nerviosismo contenida. La imagen de Pete, con su sonrisa inocente y su aire desorientado, aparecía en mi mente como una pintura hecha por el mismísimo, Giorgio de Chirico.

Merodeaba alrededor de él, gravitando sin que notará mi presencia y  desde nuestro encuentro en la heladería, siempre se encontraba rodeado de gente que lo mantenía a salvo, al menos por ahora.

Cada encuentro furtivo en las calles me recordaba lo cercano y, al mismo tiempo, lo inalcanzable que era él. Mi corazón se debatía entre la esperanza y la desesperación.

Hoy, sin embargo, las cosas habían cambiado. Me encontré con Pete de nuevo, pero esta vez estaba solo, caminando por las calles en busca de un regalo. Era mi oportunidad perfecta.

Mi identidad actual, Dan, un hombre de 27 años con una sonrisa enigmática, se presentó para ayudarlo. Me sentía como un actor en una obra, interpretando un papel que se había vuelto demasiado real.

Observaba cómo Pete se movía de tienda en tienda, frustrado por no encontrar el regalo perfecto. Aproveché la ocasión para acercarme y ofrecerle mi ayuda. Ver su sorpresa y cautela al reconocerme fue una mezcla de satisfacción y dolor. La familiaridad en sus ojos y la forma en que se tensó al tocar su mano me recordaron cuánto había anhelado este momento.

Mientras caminábamos juntos, me esforzaba por mantener la fachada de Dan, un hombre atractivo pero aparentemente inofensivo. Cada palabra que decía, cada sonrisa que le dirigía, estaba cargada de intención y desesperación. Al invadir su espacio personal con una insinuación juguetona, sentí un torbellino de emociones.

Mi intención era seducirlo, hacer que bajara la guardia, pero sus reacciones me sorprendieron. La forma en que se tensó y el golpe inesperado que me dio me hicieron cuestionar mi enfoque. El contacto físico era una delicia y una tortura a la vez; al sentir su piel bajo la mía, mi corazón se aceleraba, deseando abrazarlo y mantenerlo a salvo.

Pero no podía dejarme llevar por el impulso; debía actuar con cautela.

Aunque su rechazo momentáneo me dolió, no podía desistir. Cada vez que me llamaba extraño, me recordaba que era un extraño para él, a pesar de la conexión que compartimos.

Cuando Pete se calmó y aceptó mi oferta de seguir buscando el regalo, me sentí aliviado y esperanzado. Sabía que cada momento a su lado era una oportunidad para acercarme a él, para hacerle sentir que podía confiar en mí.

Cuando mencionó su relación con el viejo Lucca, me tranquilicé un poco. Aunque Lucca era un amigo extraño de mi padre, nunca dejaba pasar una oportunidad. Aún así, debía proteger a Pete.

Mi mente estaba en constante movimiento, ideando formas de ganarme su confianza y, quizás, en algún momento, revelarle mi verdadera identidad. Quería invitarlo a salir, conocerlo mejor, pero no podía arriesgarme a que mi verdadera identidad fuera descubierta.

Cada paso que dábamos juntos me acercaba más a recuperar lo que había perdido, a reconstruir lo que me había sido arrebatado. Aunque mi corazón anhelaba revelarle quién era realmente, sabía que debía ser paciente.

Mi amor por Pete era más fuerte que cualquier temor o inseguridad. Mientras lo acompañaba en su búsqueda, sabía que cada pequeño gesto y cada conversación nos acercaban a un futuro donde, con suerte, podría ser él mismo de nuevo, y yo podría ser la persona que le devolvería la felicidad.

Así, entre risas forzadas y silencios llenos de emoción contenida, continué a su lado, esperando el momento en que pudiera desvelar mi verdadero yo y llevar a cabo lo que había planeado desde el principio.

La esperanza de recuperar a Pete y darle un futuro feliz seguía siendo mi mayor motivación.

Cuando estábamos caminando, una mezcla de emociones me invadió. El tiempo con Pete había sido increíblemente gratificante, y me sentía impulsado a avanzar con mi plan.

Mientras contemplábamos las calles, tomé una respiración profunda y me decidí. No podía dejar pasar la oportunidad de invitarlo a salir, de conocerlo en un entorno menos formal, donde pudiera mostrarle quién era realmente, aunque aún bajo mi fachada de Dan.

—Pete —dije, tratando de sonar casual mientras se detenía para ver qué calle tomar—, he estado pensando que, después de todo esto, podríamos salir a tomar algo. Tal vez un café o a un lugar que te guste. Sería una buena manera de relajarnos un poco y hablar de cosas fuera de las compras y los regalos.

Pete levantó la vista, sus ojos expresando sorpresa y desconfianza. Sus cejas se fruncieron mientras procesaba mi propuesta.

—¿A salir? —repitió, como si intentara entender la oferta—. ¿Por qué querrías hacer eso?

Me esforzaba por mantener una expresión tranquila y amigable, a pesar de la creciente tensión en mi pecho. Quería que supiera que mi invitación era sincera.

—Bueno, creo que hemos pasado un buen rato juntos hoy —respondí, esbozando una sonrisa—. Y me encantaría seguir conociéndote mejor. No tienes que hacerlo si no quieres, pero pensé que podría ser divertido.

Pete parecía sopesar mis palabras. Lo veía luchar con sus propios sentimientos, su mirada se movía entre la duda y una curiosa esperanza.

—No estoy seguro —admitió, dando un paso hacia un costado—. No estoy acostumbrado a confiar en la gente tan rápido.

Lo entendía perfectamente. Su situación y el reciente accidente le habían dejado cauteloso. Pero también sabía que su deseo de tener una conexión genuina con alguien era evidente. Decidí ser honesto, mostrarle que mi interés era auténtico.

—Entiendo tus reservas —dije con empatía—. No estoy aquí para presionarte, solo para ofrecerte una oportunidad. Si prefieres no aceptar, está bien. Solo quería que supieras que me gustaría pasar más tiempo contigo.

Pete se quedó en silencio un momento, sus ojos mirándome con una mezcla de inseguridad y anhelo. Finalmente, un pequeño suspiro escapó de sus labios y una sonrisa tímida apareció en su rostro.

—Supongo que un café no suena tan mal —dijo, su voz ahora más relajada—. Tal vez sea una buena forma de despejarme un poco.

Sentí una oleada de alivio y alegría. Aunque sabía que aún había mucho por construir entre nosotros, el simple hecho de que aceptara mi invitación era un paso positivo.

—Genial —respondí, sonriendo ampliamente—. ¿Te gustaría ir a algún lugar en particular o prefieres que yo elija?

Pete pensó por un momento, luego sacudió la cabeza con una sonrisa más amplia.

—No, tú elige. Estoy seguro de que conocerás un buen lugar.

Me sentí emocionado por la oportunidad. Sabía que esta era solo la primera de muchas conversaciones y momentos compartidos, pero era un comienzo perfecto.

A medida que caminábamos hacia el café, no pude evitar hacer un comentario ligero.

—Espero que no esperes un lugar demasiado elegante; mi idea de alta cocina es una pizza con piña.

Pete soltó una risa, su mirada iluminándose.

—Solo si tú pagas —bromeó, y por un momento, olvidé el peso de la situación.

Y así, entre risas y miradas furtivas, nos dirigimos hacia un futuro incierto pero prometedor.

Continuará.

Wicked GameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora