𝟰.

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El silencio entre Ivy y yo es incómodo mientras caminamos hacia la casa de Axel. No hemos hablado desde hace un rato, pero su mirada revela el miedo que siente.

El viento frío de la mañana nos azota la cara mientras cruzamos el parque. Cada paso hacia su casa aumenta mi ansiedad. Trato de convencerme de que esto no es más que una mala jugada de mi mente, pero el peso de la tinta en mi cuello y la sensación de que algo va terriblemente mal me aplastan.

Finalmente, nos detenemos frente a su casa. Es una vivienda antigua que parece esconder los secretos más oscuros del bosque. A pesar de la luminosidad de la mañana, los grandes árboles cubren el cielo. Las ventanas están cubiertas de polvo y algunas están manchadas; la pintura blanca de la casa parece desmoronarse.

Ivy me mira fijamente.

—¿Estás segura de esto, Sophie? —pregunta, asustada.

Algo en la casa la inquieta. Miro hacia el fondo del oscuro bosque y veo una figura sombría que permanece inmóvil, observándonos. Se me corta la respiración y un vuelco en el estómago me deja paralizada. Cojo a Ivy de la muñeca, aterrorizada.

—Ivy, por mucho que estés asustada, tenemos que ir ahí —le digo, señalando con la otra mano hacia los árboles.

Giro la mirada hacia mi amiga y el terror me paraliza de nuevo.

Un hombre de pelo castaño con algunas canas, algo alto y con aspecto de vagabundo, me mira fijamente. Tiene varias heridas en el rostro.

—Cuánto tiempo sin verte, hija mía —dice, extendiendo los brazos hacia mí. Retrocedo, cayendo al suelo y dándome un golpe contra la puerta de Axel.

Mi compañero de clase abre la puerta y me salva justo cuando mi padre estaba a punto de entrar. Axel me ayuda a incorporarme antes de cerrar la puerta con un golpe seco.

—Escucha, sé que no tiene mucho sentido, pero estaba con Ivy, no con ese hombre, que resulta ser mi padre, pero él...

—Está muerto —asiente Axel lentamente.

Saco una pequeña navaja rosa que llevo guardada en la parte trasera de mis pantalones de campana y la apunto hacia Axel, cerca de su cuello.

—No me fío de ti ni un poco. Si te conviertes en una mariposa mutante que intenta chuparme la sangre, te rajo la yugular —amenazo.

Él levanta las manos y me mira atemorizado. Me agarra las manos temblorosas y baja el arma, dejándola sobre su mesa de madera, justo al lado de la entrada.

—No vas a necesitarla —ríe nervioso—. Sé mucho más de lo que quiero saber acerca de este tema, Sophie.

Vuelvo a coger rápidamente la navaja y le apunto. Me cuesta tragar, pero si hace falta, lo haré.

—Di mi nombre completo.

—Necesito que te calmes, Sophie.

Acerco la cuchilla a su garganta hasta que hace contacto. Pestañeo varias veces.

—Dilo.

Axel maldice por lo bajo y llaman a la puerta varias veces, lo que lo asusta. Giramos la cabeza hacia el ruido y él camina sigilosamente hacia la puerta. Se gira para hacerme una señal de silencio.

—¡Eh!, no has dicho cómo me llamo.

Axel se acerca lentamente a la puerta de la casa, una vieja estructura de madera que cruje con cada pequeño movimiento. La pintura, que alguna vez fue de color verde oscuro, ahora está desgastada, dejando al descubierto astillas y grietas. Las bisagras, oxidadas por los años, chirrían cada vez que la puerta se abre o cierra, y el pomo, ligeramente suelto, refleja el paso del tiempo.

EL ÚLTIMO EN SALIR.Where stories live. Discover now