𝟱.

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El sol de la mañana se filtra a través de las rendijas de las persianas, creando rayos de luz que iluminan suavemente la cabaña. El aire es fresco, y el sonido de los pájaros fuera de la ventana es casi tranquilizante. A medida que despierto, me doy cuenta de que estoy acurrucada contra Axel en el pequeño sofá de la cabaña.

Levanto cuidadosamente mi cabeza de su pecho, pero sus brazos me detienen suavemente, atrayéndome de nuevo hacia él.

—Quédate un ratito más —murmura Axel con voz ronca, entrecerrando los ojos mientras me mira. Su tono es más una súplica que una orden, y la calidez de su abrazo me envuelve en un sentimiento de seguridad.

Me sonrío, sintiendo una mezcla de ternura y alivio. Coloco mi cabeza en su pecho, escuchando su corazón latir de una manera tranquilizante.

—Está bien —respondo suavemente—. Un ratito más no hace daño.

Ambos nos acomodamos nuevamente en el sofá, el tiempo parece detenerse por un momento mientras nos envolvemos en la cercanía mutua. La comodidad de su abrazo y el calor de su cuerpo me hacen sentir como si nada más importara en ese instante.

¿Alguna vez has escuchado la frase "los ojos besan antes que los labios"? Empecé a creer en esa frase cuando nuestras miradas se envolvieron.

Axel me mira con una intensidad que va más allá de las palabras. Su mirada expresa preocupación, pero también una ternura escondida en sus oscuros ojos. Es como si cada parpadeo y cada pequeño cambio en su expresión estuvieran hablando en un lenguaje que solo nosotros entendemos.

Nuestras narices se rozan, y nuestros labios están a centímetros de distancia. Siento su aliento, frío como la menta, deslizarse en mi boca.

Nuestra mirada vacila, sin saber a dónde dirigirse: hacia los ojos, hacia los labios...

—¿Así será mi primer beso? El momento que nadie sabe que he estado esperando con ansias —pienso.

7:23 de la mañana, 20 de octubre de 2023, un viernes que comenzaba con un golpe tras Axel cerrar la puerta.

Me levanto inquieta del polvoriento sofá, aún tambaleándome por el sueño. Mi mente repasa una y otra vez la imagen de Axel y la sensación de su abrazo. La intranquilidad me impulsa a buscar mi móvil por la casa; lo encuentro tirado en el suelo, algo rayado. Intento encenderlo, pero no responde.

Salgo a la fría calle en busca de Axel, que ya está a lo lejos, caminando rápidamente con una mochila negra, un gorro, una sudadera y unos pantalones anchos.

—¡Axel! —lo llamo, la preocupación evidente en mi voz—. ¿A dónde vas?

Él se da vuelta, y su expresión cambia de sorpresa a una mezcla de alarma y urgencia. Se apresura a venir hacia mí, sus pasos son rápidos y decididos.

—Vuelve a la casa, ya —ordena con una voz ronca y dura—. Hace demasiado frío fuera como para salir así.

La seriedad en su tono y la intensidad en sus ojos me hacen sentir un escalofrío. Sin cuestionarlo, vuelvo corriendo hacia la cabaña, mi corazón latiendo con fuerza. Al llegar, cierro la puerta con un golpe seco, sintiendo la fría brisa del exterior chocar contra mi piel.

Me fijo en mi ropa: llevo un camisón negro que no parece ser mío y unos calcetines blancos, bastante incómodos porque están mojados por la nieve que hay afuera.

¿Quién diría que nevaría en pleno octubre?

—¿Pensabas dejarme aquí? —apoyo la cabeza en la desgastada puerta de madera.

Se escucha un largo suspiro de Axel, lleno de preocupación.

Siempre he pensado que Axel se preocupa demasiado por los demás, pero, ¿será que alguien se preocupa realmente por él? Ni siquiera me ha hablado de sus padres. Quizá viva solo...

EL ÚLTIMO EN SALIR.Where stories live. Discover now