𝟴.

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Axel y yo estamos en el asiento trasero del coche patrulla. La atmósfera es densa; la vibración del motor, los reflejos de las luces de la calle y el peso de la culpa me envuelven en una extraña emoción. Todo lo que está pasando parece irreal. Me giro hacia Axel, pero él evita mirarme. Está distinto, más serio que de costumbre. Entonces, casi en un susurro, dice:

—Sophie, prométeme que lo que hay entre nosotros no va a terminar.

Asiento levemente, aunque siento una opresión en el pecho que apenas me deja respirar.

—Te lo prometo.

De repente, Axel saca una pistola escondida bajo su chaqueta. Mis ojos se abren como platos, y él me cubre la cabeza contra su brazo para protegerme del estruendo. Apunta hacia la ventana del coche y dispara a una señal de tráfico cercana, provocando que el conductor pierda el control del volante. El vehículo se tambalea y termina estrellándose contra el guardarraíl, deteniéndose bruscamente.

Intento soltarme de su agarre, pero Axel me sostiene con fuerza. Sollozo y le suplico que pare, pero su mirada me llena de pavor.

—Cállate, Sophie. No quiero oírte gritar, ¿entiendes? Si no te callas, nos atraparán.

Mi respiración se acelera, y asiento, incapaz de comprender del todo lo que acaba de pasar. De pronto, Axel apunta y dispara a uno de los policías en la frente. Grito de nuevo, pero él coloca su mano en mi boca, pidiéndome silencio, enfadado. Un segundo policía aparece y abre la puerta de mi lado, apuntándome con su arma.

—Ese policía era mi mejor amigo, niñato —dice el policía, con una furia helada en los ojos.

—Suelta el arma o te juro que... —Axel intenta responder, pero el policía lo interrumpe.

—Has matado a mi mejor amigo. Ahora te haré perder a tu chica.

Mis lágrimas brotan incontrolables mientras trato de pensar en alguna forma de salvarme. Siento en el bolsillo delantero del pantalón la forma fría y metálica de mi navaja. La saco lentamente y, cuando mis dedos la envuelven, levanto la vista hacia Axel. Él me observa y, al ver la navaja, sonríe de lado.

Apuñalo al policía, y cuando me giro a verle, Axel me tira del brazo. Salimos corriendo del coche por su puerta mientras el guardia se queja de dolor, su grito ahogado resonando en mis oídos.

Las lágrimas de mis ojos nublan mi visión y, en mi prisa, tropiezo y caigo al suelo. Axel me maldice en voz baja, noto su tono lleno de frustración. Sin pensarlo, me agarra y me levanta en un movimiento decidido, noto sus brazos alrededor de mi cintura.

—¡Vamos, Sophie! —me insta, su voz grave apenas audible entre el caos—. No podemos quedarnos aquí.

Intento avanzar mientras él me estira del brazo, pero vuelvo a caer al suelo. El mundo a mi alrededor se tambalea, y un zumbido ensordecedor inunda mis oídos. El estómago vacío se revuelca en mí, y la realidad se siente distante, como si estuviera observando todo desde un lugar lejano.

Axel se arrodilla junto a mí, su mirada llena de determinación. Me agarra de la mandíbula con firmeza, obligándome a mirarlo a los ojos. Sin decir una palabra, saca una pequeña pastilla de su bolsillo y me la lleva a los labios. La trago sin cuestionarlo, un último hilo de confianza en él que me impulsa a seguir.

Con un movimiento rápido, me levanta y me coloca sobre su espalda, llevándome a caballito. Mientras corre, siento el aire frío en mi rostro, cada latido de su corazón resonando en mi espalda, un recordatorio de que estamos vivos y juntos en esto.

Llegando a nuestro destino, aquella caseta donde ya nos refugiamos una vez, Axel me sienta en el sofá y empieza a correr las cortinas, asegurándose de que estemos completamente a salvo. La luz del sol se filtra por las rendijas, pero yo, con un mareo creciente en el estómago, logro apenas moverme hasta el baño.

EL ÚLTIMO EN SALIR.Where stories live. Discover now