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Abrí los ojos  al sentir que el coche había parado su marcha.

Al mirar a mi lado, me percaté de que el taxista que me había traído al aeropuerto, se bajaba del vehículo rumbo al maletero para coger mis maletas.

Poco a poco me recosté en el asiento,seguía un poco adormecida pero no me había llegado a dormir del todo.

Tras el madrugón del día anterior y lo poco que había logrado dormir esa noche, me había propuesto dormir una pequeña siesta durante el camino hacia el aeropuerto, y casi lo había logrado, pero mi sueño sé vio interrumpido por el portazo del taxista.

Me pasé las manos por la cara para tratar  de espabilarme un poco.

Ni siquiera me había molestado en maquillarme un poco, el vuelo salía a las 8 de la mañana y pararme frente al espejo para tratar de tapar mis imperfecciones, supondría levantarme a las 6 de la mañana, cosa que no iba a suceder.

Suspirando, dirigí mi mirada hacía el asiento de atrás.

Ayrton me devolvió la mirada y se incorporó en el asiento para poder lamerme la cara.

Sonreí. Por lo menos no estaba sola, está vez.

La noche anterior,mi amiga por fin había decidido hacer caso a mis numerosos mensajes y me había mandado el billete junto con toda la información que necesitaba;
Localización, a que hora me recogería etc.

Por suerte Leire había tenido en cuenta a mi fiel amigo peludo, y había comprado los billetes en una aerolínea que permitía volar con perros.Pero el pobre tendría que soportar 2 horas solo, en un lugar extraño y metido en  un traspontín estrecho.

-pobrecito.- Le dije mientras hacía un puchero con los labios.- Todo por culpa de la malvada tía Leire, ¿ A qué si?

Claramente no me respondió. Pero yo confiaba y creía firmemente en que lo había entendido.

Bajé del coche y abrí la puerta trasera.

Ayrton salió como una bala del vehículo, ansioso por volver a ser libre. Pero la libertad le duró poco, ya que enganché la correa a su collar tan rápido como logré atraparlo.Cuándo llegáramos a Francia  tendría tiempo de sobra para poder correr y perseguir bichos por los extensos prados que llenaban el pueblito a donde iríamos.

Al darme la vuelta, me encontré con todas mis maletas ya en el suelo y al taxista cerrando el maletero.

Me acerque hacía él para agradecerle sus servicios y pagarle.

Minutos después el taxista ya se había marchado y me encontraba en la puerta del aeropuerto.

No había sido fácil recoger todo mi equipaje.

A la hora de hacer mis maletas, había dudado un poco sobre lo que debía llevarme.

El tiempo en Francia no debía ser muy diferente al de San Sebastián, pero por las dudas había optado por llenarlas con un poco de todo, solo por si acaso.

Y quizá se me había ido un poco la mano.

Suspirando saqué mi móvil del bolsillo del abrigo para mirar la hora. No iba mal de tiempo, pero me puse en marcha, prefería ir sobrada de tiempo a perder el vuelo.

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Me puse de puntillas para poder llegar al compartimento que me correspondía.

Detrás de mí, una larga fila de personas esperaban impacientes a que terminara de  colocar mis maletas, muchas de ellas empezaban a resoplar y lanzarme miradas de odio.

Empecé a ponerme nerviosa. Mis pequeños brazos, el peso de la maleta y mi pequeña estatura no eran de gran ayuda en aquellos momentos.Y ahora estaba formando un tapón enorme en el avión.

Volví a ponerme de puntillas para hacer otro intento para levantar la maleta, pero seguía sin llegar.

Suspiré avergonzada.

Mi desesperación había sido parecida unos pocos minutos antes, a la hora de pesar mi maleta.

No contaba con báscula para pesar mi equipaje en mi piso, por lo que había tenido que rezar unos cuantos padre nuestros por que mi maleta no sobrepasara los 15kg mientras esperaba a que la pesaran en el mostrador de la aerolínea.

Por suerte, la Vera de la noche anterior, había decidido no llevarse su almohada favorita y confiar en el criterio de los padres de Leire para elegir sus almohadas, porque el peso de la maleta resultó ser de 14,9kg.

Y  ahora, roja de la vergüenza, comencé a recitar otro padre nuestro silencioso porque la maleta se me estaba resistiendo otra vez.

Y como si de una obra divina se tratase, noté una mano tocar mi hombro.

-Déjame ayudarte.

Gracias a Dios.

La ayuda provenía de un anciano de unos 60 años. Su expresión era amable y casi me dieron ganas de abrazarlo.

Agradecí su ayuda y traté de ayudar a levantar la maleta, pero me aparté  cuando me di cuenta de que solo estaba estorbando al pobre hombre.

Una vez colocadas todas mis pertenencias, la cola que recorría el avión y que cierta persona había causado por fin se disolvía poco a poco.

Me abroché el cinturón en cuanto me senté en el asiento. No era necesario todavía pero era una manía Mia, quien sabe lo que podía pasar.

Cerré los ojos al sentir los rayos del sol en mi cara, el amanecer se hacía paso entre las nubes y la estampa era preciosa a través de la ventanilla.
Si despegábamos en seguida podría ver el amanecer desde ahí arriba.

Pensé en lo que me esperaba al llegar. Leire se había mudado a Londres para vivir nuevas experiencias, según ella. Y sabía que su relación con sus padres era buena, pero..¿Qué sabía realmente de su familia?

Recordaba una conversación en la que me había contado que tenía dos hermanos mayores, pero no recuerdo del todo bien los géneros. Quizá dos hermanos... ¿O una hermana y un hermano?

En fin, pronto lo averiguaría. De momento me iba a concentrar en intentar dormir para no enterarme de nada en caso de que el avión se estrellara durante el despegue.

Puede sonar un poco siniestro, pero es uno de mis mayores miedos de montar en avión.

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Nota de la autora:

Holaa, os dejo un capítulo algo más largo para compensar mi inactividad estos días. Espero que estéis disfrutando muchísimo de la historia y muchas gracias a todos los que estáis votando y comentando cada capítulo, me ayudáis un montón a seguir con la historia y a disfrutar tanto escribiéndola. Prometo no tardar tanto en publicar el siguiente capítulo jeje.

:))

ᴛᴜ, ʏᴏ ʏ ʟᴀ ʟᴜɴᴀ; Robin Le NormandDonde viven las historias. Descúbrelo ahora