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Recogí mi maleta y me puse en marcha, cuando llegué a la salida un hombre de unos cuarenta años esperaba en la puerta, en sus manos sujetaba una hoja con mi nombre escrito con rotulador, al verlo,me acerqué a él y le saludé.

-Hola, soy la chica del cartel.-Le dije con una sonrisa mientras dejaba mi maleta en el suelo.

Está vez no había escatimado en ropa y me había llevado prácticamente todo mi armario, por lo tanto la maleta pesaba como mil demonios.

El hombre se giró rápidamente hacía mi y me devolvió la sonrisa.

-Es un placer.-dijo mientras me estrechaba las manos.-Deja que te ayude con las maletas.

Mis brazos necesitaban un descanso, así que no me opuse y deje que el hombre colocara las maletas en el coche mientras yo me subía en el asiento del copiloto.

El viaje fue tranquilo, tras poner en marcha el coche, el hombre me preguntó por la dirección del piso, y cuando se la indiqué encendió la radio y se concentró en su trabajo.

Utilicé ese trayecto en silencio de una media hora para admirar el paisaje, San Sebastián era una ciudad preciosa, una lástima que albergara tan malos recuerdos de ella.

Medité sobre lo que me esperaba al llegar, tendría que llamar al abogado cuyas llamadas había ignorado durante años y explicárselo todo, pero eso no era lo que mas me costaría.

Tras unos treinta minutos llegamos a la calle que algún día consideré como mi hogar ,él taxista encendió los intermitentes y aparcó en doble fila puesto a que no había ni un solo hueco libre y no tardaría tanto en marcharse.

Aquel barrio siempre había sido muy tranquilo, es lo que mi madre siempre había deseado, una zona tranquila, bonita y con todo lo que cualquier padre podría desear para criar a sus hijos; parques bien cuidados, buenos colegios y rodeados de familias bien acomodadas económicamente,
Todo un sueño para muchos.

Al bajarme del coche, un escalofrío invadió mi cuerpo. Estaba anocheciendo y pese a estar a mediados de julio las temperaturas eran muy bajas. San Sebastián no era una ciudad muy Cálida que digamos.

El hombre me entregó las maletas y tras agradecerle sus servicios, le pregunté sobre el precio.

Tras pagarle, se despidió de mi con una sonrisa y me deseó buenas noches, le devolví el saludo y agarré mis maletas.

Otro escalofrío recorrió mi cuerpo, pero esta vez el culpable no era el frío, sino el dolor que sentía mi corazón.

ᴛᴜ, ʏᴏ ʏ ʟᴀ ʟᴜɴᴀ; Robin Le NormandDonde viven las historias. Descúbrelo ahora