11. La viva imagen de la pasión

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-¿¡Cómo se te ocurre!? -me reprochó Bryce a la par que se agachaba a recoger una botella vacía para introducirla en la bolsa de basura.

Rondaban las 4 de la madrugada y la fiesta había terminado. La casa estaba sola y el sótano rebosante de basura. Y cómo hice mi buena acción del día al comprometerme a ayudar con la limpieza, allí estaba yo, pringando. Fregando toda la mugre del suelo, que no era poca, mientras Bryce barría y depositaba botellas y vasos vacíos en distintas bolsas.

-¿Como se me ocurre qué, exactamente?

-¡Meter a un delincuente a mi casa!

-¡No es un delincuente, es mi amigo! -lo defendí.

-Eso no le quita lo delincuente -murmuró molesto.

-Además, él no vino buscando problemas, fuiste tú quien le golpeó. Deberías haberle visto la nariz, roja como un pimiento.

-Como sea -le restó importancia -¿Ya se ha ido, no? Pues tema zanjado. Aunque sigo pensando que no deberías haberle invitado.

-Lo que tú digas -le concedí la razón con una sonrisa forzada -la fiesta ha sido un éxito, varios compañeros de clase se me han acercado a hablar ¡A hablarme! ¡A mí! ¿No es increíble?

-Que alivio, por nada del mundo volvería a sentarme contigo en el almuerzo para hacerte compañía.

Alcé el palo de la fregona y lo golpeé contra su culo. Él pegó un respingo y rápidamente se cubrió con las manos para evitar un nuevo ataque.

-Retíralo.

-No lo haré.

-Genial. Pues que te cunda la limpieza -anuncié mi retirada apoyando la fregona contra la pared.

Oí a Bryce suspirar con cansancio.

-De acueeerdo Willow, lo retiro.

Sonreí orgullosa de mi logro y volví a agarrar la fregona.

Nos mantuvimos en silencio unos minutos, concentrados en no dejar una sola molécula de porquería en el suelo. Después Bryce hizo un nudo a su última bolsa y la apiló junto a las demás. Volteó hacia mí y se cruzó de brazos, expectante.

-Háblame de Wynn -me pidió con una sospechosa seriedad en su voz -¿Quién es? ¿Cómo os conocisteis? ¿Cuándo?

Dudé un momento. Luego asentí sin dejar de arrastrar la fregona por el suelo, dispuesta a hablar.

-De niños. No recuerdo cómo, simplemente un día apareció y... Se quedó. Se quedó en los buenos momentos, en los no tan buenos, en los malos y en los peores -expliqué con nostalgia en los ojos -Es un alma libre. Se la pasa de fiesta gastando la herencia de sus padres, que murieron no hace más de dos años. Le dejaron una cantidad notable de dinero y una casa a las afueras de la ciudad, a unas cuatro horas en coche. Nunca se ha atrevido a visitarla. A pesar de lo que puede parecer, es un tío sensible, ¿Sabes? Ha tenido una infancia complicada y ahora de algún modo solo le quedo yo.

-¿Es tu...?

-¡No por dios! Si lo fuera no me habría acostado contigo. A diferencia de tí, yo no acostumbro a ser infiel -ataqué en donde sabía que le dolía con una sonrisa altiva.

Él rodó los ojos.

-No sé. No me da buena espina -comentó bajando la mirada a sus zapatos.

-Seguro que es eso... -murmuré para mis adentros -Por cierto, ¿Y tu padre? ¿No le ha molestado que organizáramos una fiesta en su sótano?

-No se ha enterado. Los fines de semana se los pasa fuera por cuestiones laborales. O eso dice él. Yo estoy convencido de que se está viendo con alguien en secreto. Desde que mamá lo dejó todo en casa es...

-Una mierda -completé con una sonrisa amarga -te entiendo mejor de lo que me gustaría. ¿Y no te aburres todo el tiempo solo en una casa tan grande? -desvié el tema.

-A veces. Si te doy pena, siempre puedes hacerme un favor y quedarte aquí conmigo.

-Ya claro, y salir de aquí con cuatrillizos -reí volviendo los ojos en blanco.

-Eso no pasará porque mientras visitiabas a Wynn me llegué a la farmacia a por una caja de condones -canturreó, orgulloso de si mismo.

-En ese caso... Un polvo rápido no hará daño -sonreí con perversión dejando la escoba caer al suelo.

Bryce corrió a cargarme en sus brazos para movernos por la casa hasta entrar a la habitación de su padre.

-¿Qué hacemos aquí? -pregunté entre risas incrédulas.

-¿No es demasiado vainilla que lo hagamos siempre en mi cama? -preguntó atrapando mi labio inferior entre sus dientes -Nosotros necesitamos el morbo... -desplazó su boca por mi cuello hasta presionarla sobre mi garganta -sentir la adrenalina... -subió mi camiseta y bajó a depositar un beso entre mis pechos, aún ocultos por el sostén -Algo que esté a nuestra altura. Porque nostros, Willow, somos la viva imagen de la pasión.

Sabía que hablaba, pero no podía procesar sus palabras.

Mi parte racional ya no se encontraba entre nosotros, de nuevo la Willow hormonal había tomado los mandos adentro de mi cabeza.

Bryce bajó mi falda hasta sacármela por los pies y hundió la mano en el bolsillo trasero de su pantalón en busca de un preservativo.

-¡Lo habías planeado! -me alarmé, ofendida, a lo que el moreno solo ensanchó su sonrisa perversa.

-Contigo siempre hay que estar preparado, Lewis. Eres una rubia peligrosa.

Eso último me hizo acordar a Wynn. Desde que le quemé el pelo en la primaria, él siempre solía apodarme así.

Bryce se colocó el preservativo y se introdujo en mí muy lentamente. Conseguía desesperarme, joder, ¿Por qué no entraba de una maldita vez?

Se detuvo a mitad de camino.

-Quiero oírte rogar -susurró contra mí cuello.

Se me borró la sonrisa de la cara.

Ni de coña.

-Yo, Willow Lewis, te ruego a tí, Bryce Halton que te vayas a la mierda.

Puse una mano en su pecho, dispuesta a apartarlo de encima mía, pero entonces él volvió a atrapar mis labios con los suyos.

Lo sucedido después fue tan rápido como milagroso.

Entró de golpe, en un movimiento rápido y brusco que me envió a ver las estrellas.

Él comenzó con las estocadas mientras yo me aseguraba de clavar con fuerza las uñas en su espalda. Con la otra mano me aferraba a su pelo, atrayendo su cabeza hacia mí.

Hasta que me harté de aquello y decidí tomar el control. Si no quería seguir pareciendo la Willow sumisa y manipulable, no podía seguir actuando como tal.

Detuve a Bryce e intercambié nuestras posiciones en un rápido movimiento.

Quedé encima, con una rodilla a cada lado de sus caderas, y me preparé para comenzar con los saltos. Él llevó las manos a mi cintura, dispuesto a guiarme. Me contemplaba con la mirada encendida en deseo.

Conmigo a las riendas la cosa cambió.

Subía y bajaba a un ritmo moderado, pero con el doble de fuerza que antes.

Porque si queríamos hacer las cosas bien, había que tomarlas con calma.

Tristemente, poco antes de darnos por satisfechos mi teléfono nos interrumpió.

-No lo cojas -me suplicó con un puchero apenado.

Sin embargo, yo sabía la importancia que podía aguardar una llamada en días como estos. Mi teléfono no era precisamente el más solicitado, por lo que solo se me ocurrieron dos posibles remitentes.

Me separé de Bryce y bajé de la cama en busca de mi bolso. Lo alcancé, lo abrí y observé en su interior la pantalla iluminada de mi móvil.

"Llamada entrante de W"

Mis manos, en un gesto inconsciente, comenzaron a temblar.

Una Rubia Peligrosa [1er y 2do libro]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora