3. Sube a la moto

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Era viernes y toda mi vida seguía en desorden.

¿Se puede desordenar algo ya desordenado? Pues eso fue lo que Bryce consiguió al sentarse junto a mí en el comedor.

—¿Que haces? —pregunté con una mueca de desagrado.

—Estás sola. Estoy solo... Dos solitarios en compañía —dijo con despreocupación desenvolviendo su bocadillo.

—¿Estás de coña? —pregunté con notable molestia —¡Nos están mirando, Bryce! Nos mira todo el puto comedor.

—Pues que sigan mirando. Es más, hoy me he despertado generoso y quiero darles algo de lo que hablar.

Bryce devolvió su bocadillo a la mesa y se levantó de su banco para sentarse al otro lado de la mesa, junto a mí. Pasó su brazo por encima de mi hombro y se acercó a mi oído.

—Actúa con normalidad y disfruta de la atención que tanto anhelabas —me susurró.

Quería dar el show. En el fondo, él también echaba de menos la atención que la popularidad brindaba. Pero que hablaran de tí no siempre significaba que lo hicieran bien, ante los ojos de todos esos alumnos yo solo era la rubia egocéntrica a la que Bryce Halton le fue infiel.

—No vas a utilizarme, Halton. Ya no —respondí imitando su susurro juguetón y me levanté del banco para ocupar el otro lado.

De nuevo estábamos frente a frente, solo que esta vez yo no me atrevía a mirarle a la cara.

Tras unos segundos de silencio en los que me pareció raro que Bryce no atacara de vuelta, reuní la valentía para subir la mirada.

Estaba... ¿Estaba sonriendo? ¿¡Por qué sonreía!?

Obtuve la respuesta al notar una mano sobre mi rodilla.

—¿Qué estás haciendo? —pregunté con los ojos muy abiertos.

En lugar de contestar, Bryce deslizó su mano en una caricia ascendente hacia la cara interior de mi muslo, activando cada uno de mis nervios, mandando escalofríos a todo mi sistema, causando en mí una repentina piel de gallina.

—Bryce —le advertí en otro susurro casi inaudible.

Pero su mano no se detuvo. Continúo su recorrido por mi muslo hasta alcanzar el bajo de mi falda.

Cruzamos miradas contrarias. La mía llena de miedo, de inseguridad. La suya llena de picardía, de diversión.

Miré sus labios, que seguían curvados en una leve y cruel sonrisa. Sabía lo que hacía, lo sabía muy bien.

Introdujo su mano bajo mi falda hasta que las yemas de sus dedos alcanzaron el encaje de mi lencería. Sin previo aviso, presionó en ese punto que me hizo estremecer.

Me levanté de un salto y, tras colgarme la mochila al hombro, me alejé de Bryce hasta salir del comedor.

Al parecer Willow Lewis no comería esa mañana.

Los siguientes veinte minutos experimenté una sensación extraña, pero a la vez muy familiar. Mis vellos seguían erizados, mi cuerpo seguía alerta.

Me escondí en los baños de la academia hasta que sonó en timbre. Entonces, y solo entonces, me permití abandonar mi escondite para mezclarme con el resto de alumnos, que ahora al menos se dignaban a dirigirme la mirada.

La siguiente clase fue la primera en mucho tiempo en la que mi compañera de pupitre mi dirigió la palabra. Me preguntó acerca de la fiesta, luego quiso cotillear acerca de Bryce y nuestra supuesta reconciliación.

Así de rápido corrían los rumores.

Expliqué que esa reconciliación era falsa y la chica se mostró algo decepcionada, aún así no volvió a sacar el tema en toda la hora.

Sentí un extraño alivio. Hacía mucho que no hablaba con nadie de ese entorno y volver a hacerlo fue reconfortante, fue el índice de que no estaba todo tan perdido para mí.

Tan pronto como terminaron las clases, eché a correr hacia la salida. No quería cruzarme con él, y no lo hice. En su lugar, hice una visita al esteticista. No tenía cita, pero ese lugar se había convertido en mi segundo hogar, sabía que sería bien acogida.

Tras una sesión de manicura, pedicura y peluquería, me sentaron en un sillón en el que me untaron un potingue blanco por la cara. Decoraron con dos rodajas de pepinillos sobre mis ojos, como en las películas. Mientras hacía su efecto, el esteticista me secaba el pelo cuidando de mantener mis ondas.

—¿Nos dejas solos? —la voz causante de mis pesadillas interrumpió mi paz mental.

El esteticista apagó el secador y se retiró. Respiré hondo y aguardé en silencio.

Mentira, fui impulsiva como mi naturaleza era.

—¿¡QUE HACES AQUÍ!? ¡VETE AHORA MISMO! —grité arrojándole las rodajas de pepinillo.

—Tranquila, Barbie un día en la boutique, vengo en son de paz.

Su tranquilidad tan solo conseguía molestarme más.

Conté hasta tres y respiré todo lo hondo que pude. Al acabar, conté tres más, porque sí, la situación lo requería.

—Querido Bryce —comencé diciendo con una sonrisa forzada —Ahora mismo tan solo te quiero a kilómetros de mí, ¿Lo entiendes?

—Sabía que en el fondo me querías —guiñó un ojo con socarronería —No vengo a que me chilles, ¿De acuerdo? Necesito ayuda en el sótano, no puedo encargarme yo de todo el trabajo.

—En realidad, sí puedes. Soy totalmente consciente de que lo haces para torturarme, pero como esto fue idea mía, cederé. Solo por esta vez.

—Me parece sensato. Lávate la cara, te espero fuera.

Bryce me dió la espalda y abandonó el salón. Llamé al esteticista, quién me retiró la crema y me terminó de secar el pelo. Abandoné el salón tras pagar lo que debía y salí a la calle, donde el sol aún ardía con fuerza.

Miré a ambos lados en busca de Bryce. ¿Donde demonios se había metido?

—Sube a la moto —ordenó una voz a mi lado, pillándome totalmente por sorpresa.

Miré a Bryce y la carcajada se escapó antes de poder hacer el esfuerzo de contenerla. Me llevé las manos a la boca e intenté silenciarme.

Con el casco puesto era casi imposible de reconocer, además, le venía un par de tallas grande.

—¿Qué? —preguntó tajante, poco agradado ante mi diversión.

—Oh dios mío. Estoy es demasiado cliché incluso para tí, Halton —reí haciendo referencia a la escenita digna de Mario Casas.

—¿Te hace gracia? —inquirió molesto.

—No, no. No es eso, es que... —pero no podía detener la risa.

—Te estás burlando. Bien. Entonces irás andando.

Rodé los ojos, pensando que era broma, pero empecé a preocuparme al ver cómo llevaba las manos al manillar y ponía la moto en marcha. En cuestión de segundos y antes de que yo pudiera replicar, Bryce desapareció por la carretera.

No podía ser cierto, Bryce Halton no acababa de dejarme tirada.

Una Rubia Peligrosa [1er y 2do libro]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora