14. Seguir fingiendo

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Había llamado a su timbre unas quince veces y seguía sin acudir. ¿Se habría quedado dormido? Es posible, era una hora muy temprana.

Entonces, como un ángel caído del cielo, Bryce apareció tras la puerta, con el pijama puesto, el pelo revuelto y los ojos hinchados.

¿Por qué me sorprendía? Estaba claro que no sería capaz de madrugar, ni siquiera para echar un polvo.

—Ten piedad y no me mates, por favor. He pasado toda la noche sin poder pegar ojo y... Ahora mismo me siento un muerto viviente. Pero pasa, duerme conmigo, al menos.

Parecía sincero. Ya no quedaba rastro de aquel chico malo, de aquel chulo de instituto. Este era el verdadero Bryce, el Bryce del que yo me enamoré tres años atrás.

Sonreí con ternura.

—De acuerdo —accedí.

No intercambiamos una gran cifra de palabras, nos limitamos a echarnos sobre su colchón y contemplar el techo.

Él rodeaba mi cintura con sos brazos, yo paseaba mis dedos por los mechones despeinados de su pelo.

Apoyó la cabeza sobre mi pecho y nuestras respiraciones se acompasaron, calmadas, ajenas al resto del mundo.

Así, minutos después, él ya había vuelto a dormirse.

Aproveché nuestra posición para admirar y grabar en mi cabeza cada una de sus facciones. Delgadas, elegantes, un tanto intimidantes... perfectas ante mis ojos.

Entonces me dejé aplastar por la realidad. Calculé que faltaban no mucho más de un par de horas para que el señor Halton regresara y me encontrase aquí con su hijo.

La adrenalina causó que mi respiración volviera a acelerarse.

Me preocupó que Bryce pudiera despertarse al escuchar lo fuerte que me latía el corazón. Parecía que tuviera a una mini personita tocando el tambor en el interior de mi caja torácica.

Muy a mi pesar, me zafé de su agarre lo más delicadamente que pude y volví a apoyarme sobre el suelo.

Atravesé pasillos a la carrera y no me detuve hasta llegar al sótano, donde con la linterna del móvil como ayuda me dispuse a encontrar el cuadro eléctrico de la casa.

Cuando di con él, me encontré sola ate un montón de palancas y botones exactamente idénticos los unos a los otros.

Entonces me encontré con el primer problema.

No sabía una mierda de electricidad.

Nunca antes lo había necesitado.

Traté de recordar aquella vez que Bryce manipuló estas mismas palancas para hacer volver la luz. Por regla de tres, si esa vez consiguieron encendieron la luz, ahora también podrían apagarla ¿No?

Visualice e imité sus movimientos, solo que en dirección reversa.

Si él bajó la quinta palanca, yo la subía. Si él activó el botón de la derecha, yo lo desactivaba.

Y así, tras unos cuantos intentos fallidos, logré cortar la electricidad en la casa.

Fase uno: lista.

Fase dos: en marcha.

Puede que de electricidad no supiera mucho, pero con algo de la informática del instituto sí que me quedé. Lo suficiente como para intuir que la memoria de las cámaras tendría el aspecto de una pequeña tarjeta... Y qué probablemente esa tarjeta estuviera insertada en alguna rendija de algún ordenador, ¿Y dónde había un ordenador al que solo William tenía acceso? En su despacho, exacto.

Emprendí la marcha hacia él, alumbrando en camino con el flash de mi cámara.

Una vez más, entré a la guarida super secreta del señor Halton, solo que esta vez a oscuras.

No perdí el tiempo y fui directa a por el ordenador. Revisé cada una de las ranuras de este hasta dar con un grupo de tarjetas que se extraían con tan solo presionarlas.

Segundo problema: ¿Cuál de ellas sería la que yo buscaba?

No tenía ni idea, por lo que acabé optando por sacarlas todas.

Las eché a mi bolso y canté victoria para mis adentros.

Tras revisar de no dejarme nada mío allí, salí del despacho con una sonrisa más grande que mi cara.

Sin apagar la linterna, encendí la pantalla de mi móvil y texteé:

~
Las tengo ¿Qué tal tú por la oficina?
7:51

~W
Aún no han regresado mis hombres. Te mantendré informada.
8:08

Con esto había culminado la parte más complicada de nuestro plan. Ahora solo quedaba seguir fingiendo.

Volví a la habitación con Bryce, repitiendo y perfeccionando mi excusa.

—Bryce. Bryce, despierta. ¡Bryce!

—Mmm —se quejó él.

Agarré la almohada y tiré de ella hasta quitársela de debajo de la cabeza. Entonces despegó un párpado y me observó.

—Presta atención un segundo, luego vuelves a dormirte si quieres ¿Sí? —le obligué a espabilarse —Tengo que irme.

Bryce abrió el otro ojo y se incorporó, no muy contento.

—¿Otra vez?

—Te prometo que esta será la última. Mi madre me necesita en casa —mentí con una firmeza envidiable —pásate luego por mi casa, si quieres.

—¿Segura...?

Y tanto. Yo no podría volver a entrar a la casa Halton con el mayor de ellos pululando por aquí. Tenía que esconderme, que desaparecer un tiempo.

—Muy segura. Ahora, tengo que irme, enserio —me despedí con un beso apresurado.

Estuve a punto de salir de la habitación, cuando ESAS palabras vetadas para mí se escaparon de entre mis dientes.

—Bryce —lo llamé con un pié en el pasillo y le sonreí con sinceridad —te quiero.

Después salí a escape de allí.

Esto se empezaba a convertir en rutina.

Lo que más me aterraba en aquel momento no era que William me descubriera, tampoco Wanda, ni siquiera mi madre.

Lo que más me aterraba era sentirme tan liberada tras dedicar esas palabras a Bryce. Porque quizás, y solo quizás, ese "te quiero" había sido lo único real dentro de toda esta farsa.

Una Rubia Peligrosa [1er y 2do libro]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora