—Solo han pasado aquí quince minutos y mira el desastre que han formado —protestó Willow señalando a su alrededor.
Los cojines del sofá estaban esparcidos por el suelo junto con varias de sus revistas de moda. Había trozos de galleta bajo la mesa y una mancha de zumo en la alfombra.
—Parece que haya pasado un huracán —coincidí.
—Tú mejor mantente en silencio, eres el principal causante de todo este desorden.
Bueno... Admito que declarar una guerra de comida a Finnick no fue una de mis ideas más brillantes.
—Prometo recogerlo todo.
—Por supuesto, ¿No pensarías que iba a hacerlo yo?
—¿Tú limpiando? No por favor, vaya a ser que se te estropee la manicura —rodé los ojos.
—¿Insinúas que yo nunca limpio? —se indignó en un brusco cambio de humor.
Para añadir dramatismo a la escena, la rubia elevó la barbilla con orgullo, dejando bien en claro su postura.
—¡Claro que no! Aunque de haberlo hecho, hubiera estado en lo cierto —contraataqué —¿Acaso sabes cómo agarrar la escoba?
—¡Mejor que tú!
Y de pronto estábamos enfadados.
Y... También de pronto los dos nos reíamos.
—¿Esto se siente al estar casado? —inquirí entre carcajadas.
—De ser así ya te hubiera pedido el divorcio —se burló antes de silenciarnos con una fuerte palmada al aire —Al grano. ¿Donde vive ese tal Bruno... Barry...?
—Barney.
—Como sea. ¿Queda muy lejos su casa?
—El se quedó en nuestra antigua ciudad por lo que... Sí, a un par de horas —contesté mientras me hurgaba en los bolsillos en busca de mi cajetilla de tabaco y un mechero.
—Pues no se que hacemos aún aquí parados sabiendo que Bryce puede estar tirando de sus hilos con la intención de meterte entre rejas.
—Hay una cosa que no entiendo, ¿Por qué viene a por mí?
—Porque a por mí no puede y sabe que eres quien más me dolería.
—Que dulce —suspiré con un deje de ironía a la vez que prendía el mechero.
—Al coche. Ahora.
Willow se acercó a mí para arrebatarme el cigarrillo de entre los dedos y así captar mi atención. Se marchó con él hasta la entrada, donde tras colgarse su bolso al hombro me devolvió el cigarrillo a los labios.
Salimos de la casa y caminamos hasta el viejo coche aparcado frente al porche. Abrí ambas puertas del vehículo para acabar ocupando el asiento del conductor. Arranqué el coche y bajé ventanilla para escupir el humo al exterior, sabía que a Willow le molestaba inhalarlo.
—Me dijiste que dejarías de fumar —me recordó a modo de reproche mientras se abrochaba el cinturón.
—Acabo de salir de las drogas. Tiempo al tiempo, pequeña Willow.
—No me gustan tus adicciones.
Di una última calada y expiré el humo lentamente hacia la rubia, asegurándome de no romper el contacto visual hasta acabar. Eso la hizo rabiar.
Vi por el rabillo del ojo como abanicaba con la mano, tratando de apartar el humo de su cara. Ensanché mi sonrisa ¿Soy una mala persona por disfrutar con esto?
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Una Rubia Peligrosa [1er y 2do libro]
SonstigesPiensa en una Barbie. No, no en la muñeca, piensa en una de esas rubias huecas y egocéntricas cuya mayor preocupación es su aspecto, una de esas que gastan todo su dinero en ropa y bolsos de marca. Ahora piensa en la prota de un libro. No, no ningu...