3. Tiempo al tiempo

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—¿El verde oliva o el blanco? —preguntó alzando las dos perchas.

Ya era viernes. Yo acababa de regresar de las clases y Willow estaba impaciente por elegir vestido para la noche.

Qué ya tuviera a los dos candidatos finales significaba que había pasado toda la mañana descartando al resto. Era enfermizo.

—¿Qué le ocurre al vino tinto que hay sobre tu cama? Solo te lo he visto puesto un par de veces

La mirada de Willow se ensombreció mientras se perdía en la nada. Entendí que prefería no hablar de aquel tema.

—El verde oliva —me retracté.

—¿Te basas en algo o simplemente lo dices para que me calle de una vez? —inquirió a modo de acusación.

—Yo también se algo sobre moda ¿Sabes? El blanco es un color vetado para las rubias, junto con el rojo y el azul eléctrico.

Ella rió divertida, seguramente sin creer una sola palabra.

—Te lo acabas de inventar —me delató entre carcajadas.

—¡No! —mentí con cara de haber oído algo absurdo —Si no me crees, no me hagas caso. Ya me vendrás llorando cuando ningún tío se te acerque en la fiesta.

—De acuerdo, pero si yo no ligo por tu culpa me aseguraré de que tú tampoco triunfes está noche.

—¡No te atreverías! —la desafié exagerando mis gestos.

—Ya lo verás —dijo muy digna antes de empujarme fuera de la habitación para cambiarse de ropa.

Yo no comencé a prepararme hasta que faltaron treinta minutos para la hora a la que debíamos salir.

Por suerte, la discoteca para la que trabajaba no nos obligaba a los empleados a vestir un uniforme en concreto.

Me duché, me puse unos vaqueros, los zapatos y una camisa negra que Willow me regaló. Dejé los primeros dos botones sin abrochar, rindiendo honor al refrán: aunque la mona se vista de seda mona se queda.

En este caso yo era la mona.

Me bañé en colonia y acudí a los gritos de la desquiciada de Willow.

—¡VAMOS O LLEGARÁS TARDE! —gritaba ya junto a la puerta.

Bajamos, abandonamos la casa y subimos a aquel coche que cinco meses atrás rescaté del desguace. No era gran cosa, pero arrancaba, que ya era suficiente.

—Veo que al final te has puesto el verde —comenté victorioso mientras repasaba a la rubia con los ojos desde mi asiento.

—¿Que pasa? ¿No te gusta? —preguntó con apuro, lo que me hizo entrar en ese estado de nerviosismo a mí también.

—¡No, no es eso! Estás... Increíble —aclaré, atropellando unas palabras con otras para no hacerla sentir insegura ni un segundo más —¿Qué te ha hecho pensar eso?

—Oh... No sé. Es que me has mirado... Diferente.

—¿Diferente? —pregunté confuso.

Quizá la había mirado muy fijamente. Quizá demasiado tiempo y eso la había intimidado.

Entonces me di cuenta que seguía mirándola.

Mierda. Soy imbécil.

Despegué la vista de la chica y miré a través de la ventanilla.

Fuera estaba oscureciendo. Los coches ya circulaban con los faros, y la luz se reflejaba en el asfalto. La imagen me transmitió algo de paz, pero no la suficiente como para no seguir nervioso.

¿Pero que me pasaba? Era Willow, Willow Lewis, mi amiga de toda la vida con la que nunca antes me había sentido así de incómodo.

—Ha sido una tontería, lo siento —murmuró observando al exterior del coche.

¿¡Lo siento!? ¿Desde cuándo nos disculpábamos en situaciones como aquella?

—Oye, esto ha sido muy raro. No quiero que te sientas incómoda conmigo, está bien que me lo hayas dicho, intentaré no volver a hacerlo.

—¡No! Digo... No me he sentido incómoda en el mal sentido. Solo diferente, nunca me habías mirado... Así.

—Pues no he sido consciente —admití recuperando la normalidad entre nosotros —Aun así, ¿Qué más da si a mí no me gusta o no tu vestido? Tú vístete para tí. Si a tí te gusta, a mí me gustará. Al fin y al cabo, la que entiende de moda aquí eres tú —finalicé con una pequeña broma para liberar tensiones.

—Totalmente de acuerdo —asintió sonriente con su característica seguridad en si misma.

—Ahora dime, ¿Nerviosa por conocer a mis amigos? —inquirí con una ceja arqueada.

—Seguro que son tan raritos como tú. Yo estoy por encima de eso —contestó con vacile y mucho ego.

—¿Entonces porque te juntas conmigo? —le seguí el juego.

—Me paga el ayuntamiento. Es caridad, querido. Espero que lo entiendas.

—¡Así que la rubia peligrosa también presta servicios a la comunidad! Qué bien saber eso. Ahora comprendo el porqué de que te enrollaras con tanto feo.

—¡Golpe bajo, Davis! —se ofendió llevando una mano sobre su pecho.

—¿Te cuento algo? Finnick tiene muchas ganas de conocerte —sonreí con tanta picardía como perversión —Quién sabe, lo mismo al acabar la noche ya me he ganado el titulo de casamentero.

—Pues pobre de tu amigo porque se va a llevar una gran decepción. Yo ya no estoy disponible para ningún hombre, me repugnan.

—No me has incluido. No sé si ofenderme o sentirme alagado.

—Tu ahora eres una mujer más —me guiñó un ojo —ahora vamos, o llegarás tarde al curro por culpa de tu rubia peligrosa.

Sonreí y arranqué el coche.

Entonces recordé que era viernes de toyboy y se me borró la sonrisa.

—Oye Willow —reclamé su atención mientras me las apañaba para salir del aparcamiento.

—¿Sí?

—Veas lo que veas ahí dentro, recuerda todo lo que me quieres, ¿Vale? Recuerda que soy tu mejor amigo, piensa en todas mis virtudes, y por encima de todo no me lo tengas en cuenta. No estaré de humor para burlas.

—¿Pero...?

—Y no hagas preguntas —la interrumpí.

—¿Y...?

—¡Shht! Ya lo entenderás, tiempo al tiempo, joven Willow.

Ella quedó en desconcierto, mientras que yo comencé a sentir el verdadero terror mientras sentía que me acercaba al local.

Una cosa era segura.

Al salir de allí nada seguiría siendo lo mismo.

Descubriría lo que se siente al ser el hazme reir de la ciudad.

Una Rubia Peligrosa [1er y 2do libro]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora