Eran las seis de la mañana de un domingo y yo ya había bajado a por un café.
Llevaba toda la noche absorto en mis pensamientos, dándole vueltas al tema de Bryce. Casi no pude pegar ojo, ¿Y todo para qué? Para no dar con una mísera solución.
—Tengo la solución —anuncia Willow entrando al comedor como si me hubiese leído la mente.
Ella tampoco había podido dormir todo lo que pretendía. Además de sueño debía de tener una resaca de la hostia. Sin embargo ella, a diferencia de mí, lucía estupenda. Ni rastro de ojeras, ni legañas, tampoco tenía un solo pelo fuera de su sitio.
¿Y qué esperaba de ella? Es decir, es Willow Lewis, modelo de Valentino, por supuesto que siempre está presentable.
—Estoy impaciente por escucharla —comenté con pereza sin ser capaz de mostrar todo el entusiasmo que realmente sentía.
—Es estúpidamente fácil. Solo hay que contactar con la persona que te vendía la droga, ella es quién tiene tu información y por lo tanto también el objetivo de Bryce.
—Barney no es lo que se dice un tío honesto, nunca desaprovecha la oportunidad de ganar algo de dinero. En cuanto Bryce le encuentre y le ponga un fajo de billetes por delante, cantará.
—Nosotros también tenemos dinero. No todo el que nos gustaría, pero lo suficiente como para comprar su silencio.
—No es gente de fiar, Willow.
—Tampoco perdemos nada por intentarlo.
—Pongamos que funciona y nos deshacemos de las pruebas. Bryce no nos dejará tranquilos tan fácilmente, buscará algún otro trapo sucio y será peor.
—En ese caso se nos volverá a ocurrir algo. Nadie es perfecto, menos aún los Halton. Ellos también deben de guardar algún secreto pesado.
—Te estás adentrando en territorios que no conoces —advertí.
—¡Estamos hablando de la cárcel, Wynn! ¡Tu libertad está en juego, ¿Y se la vas a confiar a Bryce!?
La idea no me agradaba.
El debate estaba entre quedarme de brazos cruzados y arriesgarme a ser arrestado, o levantarme del sofá y tratar de impedirlo a toda costa.
Si ponía mis opciones en la balanza, la segunda salía venciendo, sin duda.
—Estás completamente loca —sonreí como indicador de que accedía.
—Supongo que siempre he sido una rubia peligrosa —respondió con picardía imitando mi sonrisa.
—Mi rubia peligrosa —agregué casi en un susurro.
Mis palabras fueron pausadas y quién sabe que significado escondían.
Cuando me di cuenta ya era tarde, ya lo había dicho. Se había formado el silencio entre nosotros mientras compartíamos miradas cargadas de tensión. Era algo nuevo, algo que nunca antes me había sucedido con ella.
Entonces el timbre de la casa nos sacó de nuestra ensoñación, recordándonos que seguíamos en la misma situación de mierda que antes, restregándonos que no podíamos evadirnos de los problemas con tanta facilidad.
Carraspeé la garganta en busca de mi voz.
—Ya voy yo —me ofrecí levantándome de mi asiento para correr a abrir la puerta.
Al otro lado me esperaban Jane y Finnick, sonrientes. Me chocaron la mano a modo de saludo y se tomaron la libertad de entrar a la casa.
Resulta que no me buscaban a mí, sino a Willow.
—¡Hey! ¿Que tal? —saluda el pelirrojo tomando asiento frente a ella en la mesa. Jane hace lo mismo.
—Pues aquí tirando. ¿Vosotros?
—Preocupados. Ayer te fuiste mal y por culpa de Wynn no recibimos noticias, así que hemos decidido venir a verte y preguntarte en persona —explica la chica dirigiéndome una mirada incriminatoria.
—Un poco abochornada de que me vierais en ese estado anoche, pero obviando eso estoy bastante bien —se encogió de hombros con naturalidad.
—Nos alegramos. ¿Os importa si nos quedamos a desayunar con vosotros? —pregunta Finnick agarrando una galleta de la bandeja en el centro de la mesa —No hemos comido nada desde ayer.
—En eso consiste el desayuno, Finnick —expliqué divertido —Le dicen la primera comida del día por algo, ¿No crees?
—Repelente —murmuró con disimulo.
—¿Como dices? Te recuerdo que estás desayunándote mis galletas, bebiéndote mi zumo, en mi casa —amenacé, haciéndole saber que había oído su insulto.
—No, no quería decir eso. Lo siento, lo siento mucho, perdóname —exageró la disculpa cayendo de rodillas al suelo.
—Solo se aceptan disculpas en efectivo.
Entonces Finnick se pone en pié y me da un chorlito en la sien.
Tras la clara agresión me vi obligado a responder con un manotazo en el hombro, al cual él respondió con otro golpe en el costado y... Se desató la locura.
En cuestión de segundos se formó una pequeña guerra de la cual indudablemente yo salí vencedor. Acabé con el elástico del calzoncillo de Finnick en la mano y un zapato de menos.
—Valiente dos imbéciles —oí a Willow murmurar hacia Jane, quién comenzó a reír descontroladamente tras el comentario.
Abandoné mi cuerpo unos instantes para poder observarnos desde fuera y por primera vez en mucho tiempo me sentí al completo.
Probablemente la imagen más reconfortante del día, teniendo en cuenta la montaña de mierda que más tarde se nos vendría encima.
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Una Rubia Peligrosa [1er y 2do libro]
DiversosPiensa en una Barbie. No, no en la muñeca, piensa en una de esas rubias huecas y egocéntricas cuya mayor preocupación es su aspecto, una de esas que gastan todo su dinero en ropa y bolsos de marca. Ahora piensa en la prota de un libro. No, no ningu...