XVIII. Lo que queremos olvidar II

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La sensación de ser observado lo carcomía por dentro. Podía sentirlo, como si el viento que sacudía su largo cabello rubio le susurrara una advertencia silenciosa. Sabía que algo acechaba en las sombras, pero cada vez que intentaba descubrirlo, la presencia desaparecía sin dejar rastro.

Zenitsu lo entendía bien: alguien había notado que aún seguía con vida. Solo era cuestión de tiempo.

Con los días, aprendió a convivir con aquella presencia. Siempre estaba ahí, aguardando, acechante. ¿Esperando qué? Probablemente, la oportunidad de acabar con él.

A pesar de los años, el miedo nunca lo abandonó. Pero había aprendido a ocultarlo, a disfrazarlo con sonrisas y valentía impostada. Lo hacía por ella, por la mujer que iluminaba su vida: Nezuko. Su esposa era su refugio, su razón de ser. Y cuando ella le dio la noticia de su embarazo, Zenitsu sintió que la felicidad lo embargaba por completo. Nada en el mundo podía ser mejor que eso.

Desde ese día, cada vez que salía a trabajar, se repetía una y otra vez que debía regresar. No por él, sino por el bien de su futuro hijo.

Una mañana, le asignaron una misión lejos del pueblo. No tenía deseos de ir solo, así que pensó en cuál de sus sucesores podría acompañarlo. Mientras caminaba por el pueblo, saludando a los conocidos, un niño se cruzó en su camino.

—¡Tío Zenitsu, buenos días! —saludó con entusiasmo el hijo de su amigo.

—¡Aoba! Escuché que pasaste la Selección Final. Felicidades. —Zenitsu sonrió y revolvió el cabello oscuro de su sobrino.

—Dijiste que cuando pasara el examen me harías tu discípulo —recalcó el chico, con una chispa de emoción en los ojos.

Zenitsu intentó recordar si en verdad había hecho esa promesa. No logró hacerlo, pero tampoco quería decepcionarlo, así que improvisó.

—Oh… es cierto. Bueno, ahora mismo voy a una misión. Si logras ser de utilidad, te haré mi discípulo.

Los ojos de Aoba se iluminaron aún más.

—¡Prometo que no seré un estorbo!

Antes de que Zenitsu pudiera responder, su cuervo mensajero le picoteó la cabeza con insistencia. Era hora de partir.

El viaje fue largo. La misión, sencilla, pero Aoba se esforzó en todo momento. Ayudó como pudo, desde cargar medicinas y vendas hasta—accidentalmente—servir como carnada para el demonio (aunque, por supuesto, esa no había sido la idea).

Zenitsu admitía que el chico aún tenía mucho por mejorar. A pesar de haber heredado la respiración de su padre, su habilidad era torpe. Pero su determinación y esfuerzo lo llenaban de orgullo; le recordaban a su yo más joven.

Por esa razón, decidió tomarlo como discípulo. Le enseñó técnicas para mejorar sus posturas y administrar su energía. Con el tiempo, se dio cuenta de que se había convertido en un buen maestro.

—Estoy orgulloso de ti, Zenitsu —dijo de repente una voz a su lado.

Era Tanjiro, observando el atardecer.

El rubio sintió un leve rubor en las mejillas y, un tanto avergonzado, se pasó una mano por el cabello.

—Claro que lo estás. Sé que soy asombroso.

Tanjiro rió suavemente. Luego, su mirada se perdió en el horizonte, pero enseguida desvió los ojos con una mueca de incomodidad.

—Cada vez veo menos… —murmuró, su voz cargada de melancolía.

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⏰ Última actualización: 2 days ago ⏰

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