Cuando eres pequeño el mundo se presenta ante ti como la cosa más inmensa que puedas imaginar. Lo que implica cientos de cosas que ver, aprender y miles de juegos a los que jugar. Éramos pequeños, pero habíamos hecho suficientes puzzles como para saber que cada pieza tiene su lugar, y lo mismo pasa con el gigantesco mundo que empezaba a abrirse cada vez más ante nuestros ojos.
A nadie le preocupaba eso, seamos sinceros, pero de alguna manera, al mismo tiempo, todos éramos completamente conscientes de ello.
Yo me di cuenta demasiado pronto de cual era mi lugar, y sentí que no podía cambiarlo, así que acepté que no todos podíamos ser los protagonistas del cuento de amor, y me acostumbré a hacer el papel del amigo que aparece en algún que otro capítulo para introducir la trama cómica.
Tampoco podía quejarme, ser el amigo que cae bien a los padres y no se mete en problemas es guay. Quizás no es la mejor descripción del mundo, pero alguien tiene que ser el que da los consejos a la prota, o el que insulta al ex idiota.
Ese mensaje fue calando en mí. Sin querer, lo adapté a lo que quería ser, y me perdí un poco en el proceso. Tal vez fue aquello lo que me llevó a sentir que nunca iba a gustarle a alguien, o igual fue la adolescencia, que destruye todo a su paso y se llevó mi autoestima consigo.
El caso es que aprendí a alegrarme por mis amigas cuando empezaron a estar con chicos, acallé la voz de mi cabeza que quería preguntarse porque no me pasaban a mi aquellas cosas, recordé el puzzle, la cantidad de gente que hay en el mundo, y volví a mi lugar sin rechistar.
Nunca tuve problemas con mi sexualidad, por lo menos. Mi familia lo tomó como algo más que me caracterizaba y mis amigas siempre lo supieron sin necesidad de decirlo.
Mi mayor problema siempre fue sentirme pequeño entre las grandes personalidades con las que he crecido. La admiración chocó con mi inseguridad en algún punto dando paso a años de preguntas, creyendo no ser suficiente para mi entorno.
Quizás esa fue la razón por la que me puse aquella corbata de pájaros para el día de la graduación. La compré con Ruslana unos días antes en el mercadillo del sábado. Ella me había dicho que "era muy yo", y no pude no comprarla.
Para qué engañarnos, era horrible, pero fue un paso grande para mí atreverme a ser yo fuera de mi círculo de confianza.
Para mi sorpresa, aquel día no me sentí tan bien como pensaba que me sentiría. Todo estaba aparentemente correcto, había cumplido dieciséis, tenía unas amigas geniales, las clases iban bien, empezaba el verano...
Se me hizo demasiado grande la sala llena de gente, yo me hice demasiado pequeño. Bailaban, se reían, ellos estaban siguiendo el curso de su historia. Yo me sentía un impostor en aquella pista de baile llena de luces.
–Ven Martin, vamos a bailar. –Ruslana apareció en mi campo de visión.
–No sé, aquí se está bien.
–¿En los percheros? Anda ven, ¿has visto a alguien guapo?
–No, la verdad. Pero ves tu a buscar tranquila, estoy bien.
–No quiero dejarte aquí solo.
–Estaré bien, solo me duelen los pies y estoy cansado, ve tú a bailar. En serio.
–Bueno, grita si alguien viene a molestarte. Vendré a atacarle.
La noche siguió en su línea. Gente arreglada de un lado para el otro cada vez más borrachos. En algún punto decidí que me había cansado de estar allí, así que me dispuse a ir hacia donde estaban mis amigas y compañeros de clase. Pero un cuerpo me lo impidió cuando di el primer paso.
–¡Au! Mira por donde andas tío, vaya pisotón...
El pobre chico al que pisé llevaba una copa en la mano que acabó derramada en su impoluta camisa blanca. Me dispuse a intentar ayudarle, pero su cara llena de furia me impidió el paso. De no estar tan nervioso podría haberme fijado más en que era guapo. No era el momento indicado.
–Perdona, no te había visto. ¿Estás bien?
–Si por bien te refieres a llevar la camisa empapada de ginebra con limón y el dedo del pie morado sí, estoy perfecto.
–Oye, de verdad que no te había visto.
–Sí, ya. –dijo con retintín.
–Lo siento... Puedo pagarte otro cubata si quieres, o puedo...
–Déjalo, hazme un favor, aléjate de mí. Y si de paso quitas esa cara de amargado mejor aún, no haber venido si era para pisar a gente desconocida con esa mala leche.
Algo dentro de mí se encendió con ese comentario. Quizás el cansancio tuvo algo que ver, pero la cuestión es que dio en el punto indicado para que se me olvidara todo en lo que estaba pensando. Su actitud me llevó a mi límite.
–¿Pero quién te crees que eres, gilipollas?
Insulté a un desconocido después de haberle pisado unos zapatos que brillaban más que los cristales de casa de mi abuela, lo cual me había hecho sentir muy bien para ser sinceros. Mi mente nunca había batallado tanto conmigo mismo como en aquel momento. ¿Qué hacía? Antes de que pudiera decir nada, Ruslana apareció a su lado pasando un brazo por sus hombros.
–Que bien que ya os conocéis, os habéis adelantado. Ahora venía a presentaros.
–¿Lo conoces? –pregunté de parte de los dos, que estábamos un poco confundidos con la situación.
–Claro, es mi primo Juanjo, del que te hablo siempre.
Vale. Corrijo. Acababa de insultar, pisar y manchar la camisa al primo de mi mejor amiga. Nada podía empeorar desde luego.
–¿En serio? –la sorpresa no cabía en mí, aquel chico no se parecía nada a la descripción que me había dado de su primo.
Ruslana me había aclarado varías veces lo guapo que era, pero al parecer se le olvidó comentar que su fantástica personalidad no encajaba con sus bonitos ojos verdes.
–¿Él es Martin?
–Sí... Algo me dice que no os habéis caído muy bien... –ni las luces verdes del puesto de DJ podían disimular nuestras caras de asco mútuo.
–Nada, que el tonto de tu amigo me ha pisado y me ha tirado el vaso encima.
–¡Eh! ¡No lo llames tonto! –Ruslana se encargó de darle el codazo en el brazo que yo tanto ansiaba darle en la nariz.
–Mentiroso... –no me pude resistir. Iba a quitarle como fuera esa mirada de listillo de la cara.
–¿Yo? Pero si tú no debes de tener ni invitación, no sé qué haces aquí.
–¡Encima! Si el invitado precisamente aquí eres tú, ¡ni siquiera vives aquí!
–Y he socializado más que tú en toda la noche, pringado.
–¡¿Pero serás idiota?! Metete en tus problemas chaval. –horas más tarde me arrepentiría de haberle gritado con esa voz chillona que tanto odiaba tener cuando me enfadaba, pero en ese momento no podía importarme menos.
Rus intentaba parar nuestra discusión pero ninguno de los dos pretendíamos ceder tan fácil, así que optó por echar a su primo de forma poco amigable empujándolo hacia otro lado. Cuando volvió conmigo había muchas preguntas en sus ojos, sin embargo decidió que la mejor idea era decir:
–Es guapo ¿verdad? –me descolocó tanto que no entendí que iba con segundas hasta que arrugó el ceño formando esa expresión pícara que tan bien conocía.
–Ruslana, creo que odio a tu primo. No me gusta, como podrás entender.
–Ya... Es un poco cabrón, no le hagas caso, mis tíos dicen que está tonto por la pubertad o algo de eso. Venga, vamos a bailar.
Como de costumbre, no tuve otra que decirle que sí.
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Sorpréndeme -Juantin-
FanfictionMartin necesita salir del bucle en el que está metido Juanjo está aprendiendo quién es y quien quiere ser Los dos se encontraran después de muchos años en Alemania, entre las nevadas de octubre y los miedos de enero, cuando Martin decide tomarse un...