6.

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He tenido bastante rato en el autobús de camino para pensar en posibles escenarios con los que iniciaría la noche. Pero una casa de dos plantas abarrotada de gente y luces de todos los colores saliendo por las grandes ventanas no era uno de ellos.

La entrada está a reventar de coches, distingo parejas apoyados en los mismos, sin embargo aparto la mirada. Por si acaso. Me gustaría conservar un poco más lo que quede de mi inocencia.

Sabía que Alex era un tío con amigos, pero esto es... Esa sonrisa conquista allá donde va, desde luego. Encuentro al susodicho justo en la puerta, hablando por teléfono. Cuelga instantes antes de que llegue y me abraza con efusividad.

–¡Martin! Me alegro mucho de verte aquí.

–Gracias por invitarme. Felicidades. –saco de dentro de la chaqueta el pequeño paquete que he envuelto hace un rato. –Es una tontería.

–No hacía falta, pero muchas gracias. –lo abre con cuidado de no destrozar el papel.

Observa los dos anillos plateados de la cajita. Fui a comprarlo por la mañana con ayuda de Marlis, me había fijado alguna vez en la joyería que solía usar el chico y supe, en cuanto los vi, que sería un buen regalo. O eso espero, después de lo que me ha ayudado quería tener un detalle con él.

–¡Manito que pasada, me encantan! –me vuelve a abrazar aplastándome las costillas. –¿Has venido en bus?

–Sí, con las indicaciones de la mujer que me hospeda no ha sido muy difícil. –miento, me lo ha tenido que apuntar en un papel y repetir varias veces.

–Podríamos haberte traído, algunos tienen coche. No lo pensé, lo siento.

–Tranquilo, no sabías si iba a venir.

Un chico con un sombrero de vaquero reclama su atención, obligándome a despedirme del cumpleañero para enfrentarme solo al barullo de gente que se arremolina en la primera estancia de la casa. Intuyo que es un salón, pero hay tanto movimiento a mi alrededor que decido buscar la cocina para replantearme un momento lo que estoy haciendo.

Por suerte, rodeo la pista de baile con facilidad, alejándome de la música que resuena en los altavoces. Entro aliviado a una amplia cocina donde se respira tranquilidad. Dejo el anorak en una mesa libre, aquí dentro hace calor, mucha calor. Me dirijo a la nevera abierta para coger algo de beber, cuando esta se cierra dejándome frente un Juanjo igual de sorprendido que yo por la presencia del otro.

Pero no al Juanjo que ignoro a diario y que pasea por los pasillos como un muerto viviente.

Juanjo con una camisa negra desabrochada en los primeros botones y arremangada unas cuantas vueltas hacia sus bíceps. Juanjo con un vaquero ancho sujetado por un cinturón marrón y el pelo despeinado hacia abajo.

Se me ha olvidado lo que iba a decir.

Ah, sí.

–¡Qué susto!

–Buenas noches, pero hasta donde sé no soy un fantasma. –observo el vaso de su mano, dudo que lleve solo fanta de limón. Recuerdo el día que nos conocimos y por un instante comparo lo similar que es la situación, pero a la vez la cantidad de cosas que han cambiado. No hay rastro de zapatos caros ni de camisas blancas, no llevo una corbata de pájaros y su expresión es divertida esta vez. Aunque no se que le hace tanta gracia.

–Que chaval... –suspiro rendido.

–Has venido. –me observa con curiosidad de arriba a abajo sin dejar un solo centímetro de mi cuerpo sin examinar.

–Sí... Por eso puedes darme ese repaso que me acabas de dar, porque resulta que yo tampoco soy un fantasma. –se inclina hacia atrás soltando una carcajada. Se me revuelve el estómago.

Sorpréndeme -Juantin-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora