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Siempre he sido un apasionado del paso del tiempo.

No sabría decir si en el buen o en el mal sentido, pero me encanta recurrir a él como pensamiento. Me encantan las líneas temporales, los recordatorios que hace la galería de cosas que sucedieron hace años, los calendarios, los relojes, pararme a pensar en todo el tiempo que ha pasado desde que hice algo o dejé de hacerlo...

Hay algo que relaciona a todas esas cosas y que me atrapa constantemente cuando vivo momentos que intento con fuerza recordar el resto de mis días. Un concierto, una conversación, un atardecer...  La nostalgia me ha acompañado desde que tengo uso de razón.

Hacía tiempo que no me paraba a pensar en ello, ¿y qué mejor lugar que una cabina con alas a doce mil metros del suelo?

Esta última semana ha pasado tan rápido que casi no he podido procesar lo que estoy haciendo. Cuando en un acto completamente impulsivo del que probablemente me arrepienta pronto le dije a mi madre que me quería ir, todo se puso en marcha como si tomarse las cosas con calma implicara que pudiera echarme atrás.

Bueno, ya es demasiado tarde para eso.

Hasta hoy la idea no me parecía mala. Incluso Elena, mi psicóloga, se alegró de que hubiera decidido tomar esta decisión. Me dijo que va a ser un cambio brusco, pero que puedo llamarla cuando lo necesite. Fue mi primer adiós. El viernes.

Desde entonces he experimentado mil conversaciones con todos mis seres queridos donde la frase más repetida ha sido "pásalo bien". Aunque yo no tengo muy claro que ese sea el propósito. Espero descubrirlo al llegar.

Nunca antes había visto a tanta gente llorar por mi, lo cual ha sido un poco raro, como si estuvieran haciéndome un funeral conmigo vivo. Igual es un poco brusco dicho así, pero es cierto.

Solo me voy a unos dos mil kilómetros de casa, pero sobreviviré. Espero.

Por encima de toda la nube de cariño que me ha rodeado hoy, hay algo que me preocupa, y es que no dejo de pensar en que las lágrimas que he visto hoy fueran de pena. No quiero que me tengan pena, no quiero ser el pobre amigo, nieto o sobrino que está atado al fondo de un pozo y al que todos miran desde arriba.

Ese pensamiento me inquieta. Por suerte las turbulencias han decidido acompañarme en este viaje solitario y tengo otra cosa en la que pensar.

Después de un intento de siesta entre las nubes, el avión aterriza. Me empiezan a temblar las manos, y no tengo claro que se deba solo a que estoy cagado. Desde dentro puedo ver a los trabajadores del aeropuerto bien abrigados, los cristales están cubiertos de vaho y mi teléfono indica... Seis grados, genial.

Algo me dice voy a gastar mis nuevas prendas de invierno, las cuales mi madre me obligó a elegir pensando en que iría a la Antártida. No estaba tan equivocada como yo creía...

Hamburgo me da la bienvenida con el mayor frío que he sentido jamás. Definitivamente debería de haberme puesto la camiseta térmica en la mochila para bajar del avión.

Me queda poco para morir congelado cuando los pasajeros pasamos por fin la puerta de seguridad. La calefacción tan alta me impacta, pero la agradezco. Sorprendentemente no me cuesta encontrar mis maletas. Y siguiendo los carteles de "Willkommen", que ya he intuido que quiere decir bienvenido, llego a mi destino. Un cartelito con mi nombre. Primera fase superada. Hora de poner en práctica mi inglés.

–Hola, soy Martin. –alargo la mano en un intento de ser amable pero el hombre se limita a coger mi equipaje y caminar hacia fuera.

–Vamos.

–Vale, gracias. –musito.

Hombre de pocas palabras, puedo con ello. Sabiendo esta nueva información me limito a estar en silencio en el coche. Aprovecho para avisar a mamá de que he llegado y todo va bien, aunque no lo tengo claro aún.

Sorpréndeme -Juantin-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora