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Mis ánimos hoy no han sido los mejores. Una pesadilla ha interrumpido mi sueño profundo y, pese a haberme despertado, no ha dejado de rondar mi mente desde entonces.

La imagen de la mesa de casa de mi abuela en la que siempre nos juntamos toda la familia me reconforta al principio. He vivido allí todos los cumpleaños de mi vida, excepto el de este, pienso de pronto.

Los treinta de mi tía, los setenta del abuelo, todos los días de la madre, Navidad, los seis de mi prima, mis quince, mis primeras partidas al Trivial, las primeras conversaciones que escuché sobre política, música, cine. En esa mesa sentí el agradable pero amargo sabor de la aceptación por primera vez, también como era sentirse escuchado. Me atrevería a decir que esa mesa me vio formarme como persona.

Esta vez, en la pesadilla, un aura oscura cubría cada conversación. Al principio creía que se trataba de un recuerdo. Sin embargo, muchas perchas afiladas de un color oscuro se hacen presentes en la habitación.

Un uniforme de médico cae en una de ellas. Todas las personas de la mesa miran hacia allí como si fuera normal lo que acaba de ocurrir y posan sus ojos en mi asintiendo con aprobación. Movimientos poco naturales, miradas afiladas.

Un delantal salpicado de pintura junto a un bote lleno de pinceles cae a mi derecha. Sus ojos hacen el mismo movimiento, solo que esta vez niegan con la cabeza cuando se dirigen a mí.

Me empiezo a agobiar. ¿Qué pasa?

Poco a poco todas las perchas se ocupan. Al principio son uniformes de trabajo, todos aquellos que han rodado por mi mente este último año. Uno de periodista, otro de actor, un ingeniero aeroespacial, un profesor de ballet, un cantante, un dentista...

Me doy cuenta de que se están exponiendo todos mis pensamientos más profundos cuando sobre las perchas caen pantallas con escenas. Aquel día que me enfadé con mamá por prohibirme ir a casa de Violeta hasta que no acabara los deberes, pensé en escaparme y mentirle. Desaprobación. Cuando conseguí mi primer diez en el instituto. Aprobación. El pensamiento que tuve hace poco de no ir a la universidad y ponerme a trabajar hasta que se me ocurra algo mejor. Desaprobación.

La habitación me asfixia. No hay forma de levantarme de la silla por mucho que quiera hacerlo. Todas esos pensamientos cambian de pronto la visión de los presentes sobre mí, poco a poco se levantan dispuestos a irse. A dejarme solo con mis pensamientos inseguros.

Dos de mis mayores miedos. No ser suficiente para la gente que admiro y que mi cabeza sea lo único que se quede conmigo.

Por suerte despierto con la caída de una rama. Alguien decidió esta mañana ponerse a podar antes de que saliera el sol, acabando con mi tortura.

–¿A qué hora te vas? Pensaba que no cenarías aquí. –pregunta Marlis desde los fogones.

–No, cenaré por ahí, no te preocupes. Creo que ya está fuera Juanjo, estaba buscando la bufanda morada.

–La he puesto esta mañana a lavar, tenía una mancha de aceite. Coge una mía del armario si quieres. –comenta sin levantar la vista del salteado que está cocinando.

–No pasa nada, esta chaqueta abriga bien.

–De acuerdo. Id con cuidado.

La temperatura exterior es la comprobación de que me equivoco, nunca había salido de casa a estas horas y realmente creía que el frío no sería tan afilado por las noches. Aunque claro, he vivido tan protegido por el calor de los radiadores de Marlis que ni siquiera había caído en que en pleno diciembre cuando el sol ya se ha escondido las temperaturas caen en picado.

Sorpréndeme -Juantin-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora