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Según un estudio, acostumbrarse a una rutina o un hábito cuesta veintiún días.

Yo llevo siete aquí, siete días en los que he dormido poco, comido bastante bien, y he ignorado completamente las miradas de Juanjo por los pasillos. Siempre que aparecía para saludar a Alex y Denna entre clases, había algo mejor que hacer en mi taquilla vacía o tenía una gran urgencia por ir al baño. Creo que ya ha captado que no quiero verle.

Todo va bien y mal al mismo tiempo. Por una parte me he puesto al día con las clases, aunque aún tengo que recuperar un par de trabajos que ya estoy haciendo. Pero por otro lado, mi cabeza sigue empeñada en estar en España.

Y lo odio, porque estoy echando de menos una vida que me estaba desgastando poco a poco.

Otra cosa a la que no me he acostumbrado todavía son las miradas extrañas que me siguen por los pasillos. De verdad que he intentado encontrarle un sentido a que los tíos estén enfadados conmigo por alguna razón. Ya he desistido de ese tema. Tengo suficientes cosas que resolver en mi cabeza como para centrarme en eso.

Como por ejemplo como es que la piedra absorbe tanto frío de un día para otro. Mi banco de confianza de la hora del almuerzo está cada día más helado. Tanto que temo quedarme pegado en cualquier momento. Aunque pensándolo bien, convertirme en una estatua de piedra congelada no suena tan mal en estos momentos. No sé si quedaría muy bien con este bocadillo en la mano, pero bueno.

Una mano en el hombro me devuelve a Tierra. Alex se encuentra frente a mí con su característica sonrisa radiante. A su lado, un chico de su misma estatura que devora un tupper con macarrones me saluda con la mano.

–Martin, ¿no tienes mucho frío aquí?

–Es bueno para la circulación. Y se está más tranquilo fuera.

–Eso es cierto. Soy Lucas, encantado, he oído hablar de ti. –se presenta el chico con un apretón de manos demasiado fuerte para la poca energía que tengo.

–No sé si quiero saber el qué. –se ríe. –Encantado Lucas.

–¿Seguro que no quieres venir a sentarte con nosotros? No sé que pasa con Juanjo, pero no nos importa si quieres...

–Estoy bien aquí, tranquilo. –lo corto un poco más brusco de lo que me gustaría haber sonado. El nombre de su amigo rebota en mi mente como una pelota de ping pong. Alex asiente aceptando mi decisión.

–Por cierto, me ha sorprendido mucho esta mañana cuando has entregado casi todo lo que tenías atrasado. –cambia de tema.

–Bueno, no era mucho.

–De eso nada tío, no te quites mérito. Llevas unos días currando un montón.

–Bueno... –pienso en las horas que he pasado últimamente en la mesa del comedor leyendo los apuntes que Alex me pasó y que le he devuelto esta mañana. –Supongo que sí.

–Deberías venir el sábado a mi casa, celebramos mi cumpleaños. Te irá bien descansar un poco.

Mi respuesta inmediata sería un sí en cualquier otra situación. Alex me cae genial y Denna, que supongo que estará, ha prometido que me enseñará la música que se baila por aquí cuando van de fiesta. Podría ser divertido. Pero un pequeño detalle con ojos verdes transforma la respuesta en una negativa.

–Gracias por la invitación, pero no sé si voy a poder ir. Aún me estoy acostumbrando a mi casa y... –no sé qué más decir, porque sé que Marlis no estará el sábado por la tarde en casa si se va con su amiga pelirroja , y no tengo más excusas.

–Tranquilo, si no te apetece no estás obligado. Pero insisto, tienes una invitación. Dame un momento. –rebusca en su mochila un bolígrafo y lo que creo que es un post-it, escribe una dirección y me lo entrega. Observo el papel.

Sorpréndeme -Juantin-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora