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Las horas posteriores a mi discusión con Juanjo son raras. Rarísimas. Tengo un nudo en la garganta pero soy incapaz de llorar, y eso que la conversación se repite en mi mente una y otra vez sin poder evitarlo.

La mañana se presenta ante mí como un Domingo cualquiera pese a todo. El tiempo sigue corriendo, no se ha parado el mundo por mucho que me gustaría que lo hiciese. Así por lo menos podría empezar a desenredar el nudo de pensamientos que he hecho sin sentir que estoy perdiendo los minutos del día en algo que no puedo arreglar.

Sigo pensando en ello cuando entro al supermercado. Es la primera vez que vengo desde que llegué. Me he ofrecido para hacer hoy la compra y Marlis ha decidido dejarme intentarlo. Para ser sinceros, estar concentrado en intentar tachar todas las palabras de una lista es un método muy eficiente para dejar de pensar en otras cosas.

Al principio me cuesta un poco ubicarme por los pasillos, por suerte un dependiente que resulta ser argentino me echa un cable y en unos minutos tengo todo lo que buscaba. Estoy a punto de pagar, con mi dinero, aunque Marlis haya insistido en que use los billetes que me ha dado, cuando una casita de cartón llama mi atención.

Es un calendario de adviento decorado como si fuera una casa de jengibre. Me parece bonita. Recapitulo todo lo que he hecho esta mañana buscando algo en lo que no había caído hasta ahora. Marlis no tiene ningún adviento en su casa.

Me decido a comprarlo también, en forma de regalo, como agradecimiento por lo buena que está siendo conmigo. No es fácil lidiar con un adolescente y menos cuando es un extrangero perdido que no sabe qué hace con su vida, pero ella lo acepta con gusto. Me acompaña sin molestar en el camino.

Sigo sin decidir si me da miedo o ternura, muchas veces ambas, otras ni lo sé para ser sinceros. Pero está claro que es una mujer sabia, como una guía espiritual en este viaje. Aunque no sé muy bien cómo seguirla, es difícil de pillar la mayoría de veces.

Cuando vuelvo a casa (voy a saltarme la parte en la que repito mi odio hacia el bus para no aburriros), me encuentro las ventanas llenas de pegatinas navideñas como arbolitos o renos con la nariz roja. Dentro, Marlis observa las cajas que llenan todo el suelo del salón con los brazos en jarras, parece cansada.

–Vaya, ¿operación Navidad? –guardo la compra mientras ella abre las cajas una a una comprobando que hay en el interior. De algunas sale incluso polvo, que la hace toser, pero no la frena a hacer lo mismo con las siguientes.

–Sí... Este año me ha apetecido volver a celebrar a lo grande. Además mi familia vendrá en Nochevieja y quiero que esto esté bonito.

–Que bien ¿Hace mucho que no los ves? –asiente con la cabeza, pensativa. No añade nada más sobre el tema.

–Oh Dios, hacía tanto que no decoraba mi casa en estas fechas que ya no recordaba la cantidad de cosas que tenía guardadas.

–Yo te ayudo. ¿Por dónde quieres que empiece?

–El árbol, que como tenga que agacharme yo a montarlo...

Sigo sus instrucciones para hacer la base que sujeta el tronco y, mientras ella no deja de sacar adornos y los va colocando por toda la casa, yo me dedico a quitarle el plástico protector al árbol. No sé cómo esta mujer ha bajado esta cantidad de cosas del altillo sin ayuda.

En cuestión de una hora, ya hemos vaciado la mayoría de cajas y la vivienda se asemeja más a cualquiera de las otras del vecindario, o a la casa de un elfo. Parece que Papá Noel nos ha escupido en las paredes el espíritu navideño que nos faltaba.

Hay angelitos en los pomos de las puertas, bolas con mucha purpurina colgadas del árbol, renos y trineos en las mesas, tiras de copos de nieve cruzando el pasillo, los baños, las habitaciones...

Sorpréndeme -Juantin-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora