En las redes oscuras de cada empresa, donde la ley no tiene voz ni voto y el poder se mide en balas, las mafias gobiernan a su gusto.
Sus nombres son susurros en los pasillos oscuros, pero sus acciones brillan en toda la ciudad. Mostrándose ante al...
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Kevin L.
La primera vez que Kevin se pone el traje oscuro y se coloca el auricular, siente una mezcla de emoción y responsabilidad. La sombra que dejó su padre es alargada, pero está decidido a seguir sus pasos. Cuidaría a ese chico como tantos años le habían enseñado a hacerlo, y dejaría en alto el apellido que llevaba en la sangre.
El camino a la residencia Taylor había resultado ser más largo de lo que esperaba, pero eso le había servido para pensar en todo y analizar la situación en la que se encontraría los siguientes días. No conocía nada del chico, no más allá de lo que todo el mundo podía conocer. Era el heredero de toda la fortuna Taylor, y en los próximos años iba a tomar cargo de las acciones y la empresa de pe a pa, y hasta ahí.
Su expediente era secreto, siquiera se podía conocer el nombre del chico, —y vaya que lo intentó hacer desde que supo que estaría a su cargo —pero descubrir de él era como descubrir acerca de alguien que no existía para la sociedad, era tarea imposible conocer más de lo que el equipo especializado de aquella familia le permitía al mundo saber.
Así que prácticamente iba a trabajar a ciegas.
Soltó un suspiro algo abrumado y dio vuelta por una calle. La brisa fresca aquella tarde daba directo en su rostro, moviendo las ondas rubias de su cabello, siendo estás espléndidamente resaltadas por los rayos del sol y refrescando a su cerebro por segundos. Necesitaba mantenerse con la cabeza fría para terminar de armar un plan de cuidado efectivo.
Después de cruzar un tramo extendido de la ciudad, los edificios comenzaron a desaparecer y con ello las casas continúas. De ser una tras de otra, ahora empezaba a verse un tramo largo de área verde justo antes de que apareciera otra ante su vista. Sin contar que las residencias comenzaban a aumentar su tamaño.
Así una tras otra hasta que estas desaparecieron por completo, dando paso a un gran bosque. Si no tuviera el GPS encendido, habría apostado que se había perdido, pero la ruta le seguía indicando hacia delante, así que ahí se dirigía.
