En las redes oscuras de cada empresa, donde la ley no tiene voz ni voto y el poder se mide en balas, las mafias gobiernan a su gusto.
Sus nombres son susurros en los pasillos oscuros, pero sus acciones brillan en toda la ciudad. Mostrándose ante al...
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Sr. Taylor.
El sol comenzaba a ponerse después de haber llovido gran parte del día, tiñendo el cielo de un rojo que a penas y podía darse a notar tras las nubes grisáceas.
Mientras caminaba por las calles de su ciudad, cada esquina, cada edificio, era un recordatorio de lo que había construido con tanto esfuerzo durante años y años de arduo trabajo.
Era consiente que tal vez no había hecho todo de la mejor forma posible, pero se había esforzado tanto como pudo para mantener los cimientos familiares por los que tanto se había esforzado su padre.
Ahora, todo estaba en riesgo. Los acuerdos, los esfuerzos por mantener las cosas lo menos crueles posible, las alianzas que una vez se habían realizado con otras Industrias, y lo más importante, su familia. La mafia de a la que se enfrentaba no dejaba de presionar, y sabía que no podía seguir evitando el enfrentamiento por mucho más tiempo.
Creía que había sido muy estúpido al creer que se podía crecer y forjar acuerdos con gente así, y ahora que veía las consecuencias, podía darse cuenta de que estaba más que equivocado. Mantener acuerdos con personas así habían sido uno de sus más grandes errores, y ahora se percataba de ello.
Entró en el restaurante donde había quedado con sus hombres. El lugar estaba casi vacío, salvo por unas pocas mesas ocupadas por clientes habituales. Se sentó en su mesa de siempre, y pronto sus lugartenientes se unieron a él. Reflejando en sus rostros casi las mismas emociones preocupadas que sentía él.
Un mesero se acercó rápido, sirviendo para ellos los mismos tragos que solían servirles cada que se reunían en ese establecimiento. Regresando por donde vino, una vez Rocke dejo una considerada cantidad de propina en su mandil, cortesía del Sr. Taylor, quien se lo había entregado con anterioridad, con la condición de que nada ni nadie se acercara a su mesa el tiempo que ellos estuvieran ahí, a menos de que ellos lo pidieran.
—Tenemos que hacer algo—, dijo lo obvio Marco, uno de sus trabajadores más leales, comenzando la conversación. Pasó sus manos con desespero por su rostro y suspiro derrotado.
—A ustedes también les llego el sobre con las imágenes, ¿no? —pregunto derrotado Ben, dejándose caer en el respaldo de la silla mientras bebía de golpe su primer trago. Enseguida, cuatro de los siete hombres presentes asintieron, dejando desconcertados a los otros tres.
— ¿De qué sobres habla? —Damián, otro de los ejecutivos, pregunto.
—Parece que a la mayoría nos han enviado fotos con familiares o personas cercanas junto a una carta con amenazas —dijo en Sr. Taylor —, incluso incluyeron a mi hijo, y él no ha sido parte de esto todavía, se suponía que siquiera se sabía su nombre en los medios.
