Primera parte

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Culpas

-Uf, que calor- se quejó entre dientes un muchacho de cabello rubio, limpiándose el sudor de la frente con su antebrazo.

Hacer eso no le libraba del calor, pero era mejor que tener su pelo empapado en transpiración sobre su frente y sus ojos verdes. De vez en cuando, se acomodaba su deshilachada gorra asegurándose que la visera le cubriese bien la nuca, para evitar que el sol la queme como era quemada una hormiga por un niño con una lupa en los dibujos animados que solía ver de pequeño. Al recordar esa imagen de él mismo viendo los dibujos animados, recordó lo bueno que era esa época donde era un niño y no lo obligaban a trabajar, como hacían ahora.

Antes, si alguno de sus padres necesitaba un par de brazos extra para hacer algún tipo trabajo o esfuerzo físico, él estaba completamente fuera de las opciones, solo era un niño pequeño. Antes de hacerlo sufrir a él, llamaban a un vecino, algún hijo mayor de un vecino, o alguien que quisiera ganar un dinero extra por una tarde de trabajo.

En su momento, su propio hermano mayor había pasado a ser tenido en cuenta para esos trabajos domésticos: ayudar a barrer el jardín, llevar las pesadas macetas de mamá de un lugar a otro, ayudar a papá con alguna reparación en su casa, cargar los ladrillos para que su padre y un amigo se encarguen de levantar una pared. De todo eso él había estado a salvo, solo era un niño pequeño. Pero hace no más de dos años, había perdido ese privilegio de la lástima. Al igual que su hermano en su momento, tuvo que pasar de la comodidad de no ser tenido en cuenta para los trabajos domésticos, a ser un empleado de sus padres por ningún tipo de salario. Ya había crecido. Al parecer, ese cambio de estatura, esa ligera tonificación de los músculos y ese minúsculo cambio en su voz, les habían indicado a sus padres que su infancia ya había quedado atrás y ya no necesitaba ser cuidada.

"Una de las consecuencias de crecer" pensó con cierta resignación, mientras volvía a pasarse su brazo por la frente, sacándose el exceso de transpiración. El sol mañanero no le daba tregua.

-¿Manu? ¿Ya terminaste? No te escucho martillar- escuchó la voz de su padre que lo llamaba desde el muy seguro y suave césped- ¿pasó algo? ¿Otra avispa?- agregó con cierta preocupación.

-No papá, está todo bien- le contestó el chico de 14 años a su padre, mirando hacia abajo desde lo alto de la escalera- solo estaba tomando un descanso.

Solo sus padres lo llamaban Manu, una abreviación de Manuel que habían usado para con él desde que tenía memoria. Era una de las pocas cosas que sus divorciados padres compartían.

-Vamos hijo, no te demores, recuerda que debemos terminar antes que vengan los inquilinos al medio día- le dijo el hombre de unos cuarenta y tantos años a su hijo, mientras seguía arreglando el interruptor de luz que controlaba la iluminación del jardín trasero de la cabaña.


Al terminar de hablar, Leonardo volvió a escuchar los inseguros golpes del martillo sobre las maderas que su hijo menor arreglaba, subido a una escalera. La cara trasera de la cabaña, la cual él era dueño, tenía muchas maderas flojas, incluso algunas podridas que necesitaban ser cambiadas. Arreglarlas era un trabajo más simple y menos arriesgado que manejar los cables con corriente eléctrica, así que por eso se lo había encargado a Manu. Se había guradado lo más peligroso y complicado para él.

-Si quisieras terminar rápido, lo hubieras traído a Fede así también ayude- sonó la voz de su hijo en un pequeño instante donde no hubo martillazos, como si hubiese sido un paréntesis en un texto.

-Ay Manu, ya te dije por qué no lo traje, decidí que se quedara con tu madre así pueda estudiar y rendir esas materias que desaprobó, está en peligro de quedar de curso. Prefiero que le vaya bien en la escuela que traerlo a trabajar aquí- fue la respuesta que escuchó el transpirado y pegajoso rubio mientras calculaba el próximo martillazo, con miedo de martillarse la mano como ya había pasado antes en el transcurso de la mañana.

A pesar de que siempre había sido un chico tranquilo, al ojiverde le hacía calentar la sangre aquel razonamiento que tanto su padre como su madre tenían. Le parecía injusto que a él, que había estudiado durante el año lectivo, le hicieran trabajar y reparar esa pequeña cabaña que tenía su padre en esa villa turística. Mientras su hermano se quedaba en casa, con internet, sus amigos, pero sobre todo...con aire acondicionado. Eso último era lo que el chico de 14 años más extrañaba mientras pesadas gotas de sudor recorrían su rostro. Al final, en vez de recibir un castigo, su hermano había recibido un premio. De seguro, en vez de estar estudiando, como su iluso padre creía, estaría durmiendo plácidamente. Después comería, perdería el tiempo con sus amigos, se sentaría a estudiar 1 hora como máximo, y luego seguiría disfrutando de su verano.

Él, en cambio, había tenido que levantarse a las 7 A.M, estaba arriba de una escalera, expuesto al sol que a pesar de ser las 9 A.M quemaba y bastante, cambiando las maderas del exterior a la cabaña de su padre, con riesgo de molerse la mano por culpa de su inexperiencia con el martillo. Todo porque él había tenido buenas notas y estaba libre durante todo el verano.

Mi suerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora