Octava Parte

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Preocupación

-así parece... ten, sostén esto- dijo el moreno dándole su mochila al menor, disponiéndose a subir trepando la reja.

-¡Seba! ¡¿Qué haces?!


-Tranquilízate, no pasa nada- Seba se detuvo un instante antes de seguir trepando- subo, entro, saco la pelota y salgo, nadie se enterará- sonrió de manera tranquila.

Manu se resignó a ver con cierta preocupación como el moreno trepaba las rejas y saltaba del otro lado, cayendo en el jardín de la casa. Un mal presentimiento le picaba los nervios, aunque no entendía por qué.

-Vaya, cuanta chatarra tiene esta gente aquí tirada- dijo el oji-café observando a su alrededor los trozos de motores y pedazos de autos oxidados desparramados en el extenso jardín de la propiedad.

-Seba apresúrate ¿quieres? – le dijo alterado el blondo, apoyado sobre las rejas del lado de afuera, mirándolo fijamente - recoge la pelota y sal de ahí.

-Tranquilo, tranquilo ¿a que le tienes tanto miedo? – se burló el mayor.


Solo era recuperar un balón que cayó en una propiedad que no le pertenecía, todo el mundo hizo eso alguna vez en su vida. Esta solo era otra de esas veces, pensó el castaño internamente. Caminó hasta donde lo esperaba su balón azul y amarillo y lo recogió dándose media vuelta, mostrándoselo al menor con una sonrisa. La muy épica y arriesgada aventura había terminado.

-¿Ves? Ya está, eso es todo.

La sonrisa del castaño no duró mucho, se borró instantáneamente al ver el rostro del ojiverde, del otro lado de la reja.

Un intenso terror se reflejaba en la cara de Manu. Sus ojos verdes estaban abiertos como nunca los había visto, y su boca entre abierta reflejaba sorpresa. Seba se le quedó observando unos segundos, sorprendido.

El rubio tartamudeó algo inentendible sin cambiar su expresión de miedo, levantando lenta y temblorosamente su mano para señalar algo que al parecer estaba detrás del moreno.

Un intenso escalofrío bajó por la espalda de Seba, el rostro del blondo demostraba que no era bueno lo que estaba detrás de él. Aunque no sabía que se encontraría detrás suyo, se preparó mentalmente para algo malo. Lentamente se dio media vuelta, poco a poco.

Al darse media vuelta lo pudo observar sin problemas. A menos de unos 20 metros, asomándose de entre toda la chatarra amontonada en un rincón del extenso patio, un perro Rottweiler gigantesco le observaba fijamente.

La apariencia del can era más que temible. Para empezar, era bastante grande, más que la media de esa raza de perros que ya de por si tienen gran tamaño. Se notaba que estaba bien alimentado, su tamaño no se debía a grasa sino a músculos. Una hilera de glutinosa saliva caía de sus mandíbulas. Solo faltaba que tuviera los ojos blancos para que fuera un perro digno de una película de terror.

Al parecer, el animal había estado oculto entre todas las basuras en el fondo del terreno, pero salió a ver qué valiente o ingenua alma se había adentrado en "su" patio.

El Cataño se quedó estático al notar que el perro no tenía ninguna cadena que pudiera limitar su movimiento. El gruñido ronco del perro era lo único que se escuchaba en ese momento de la tarde. El can lo miraba en una pose que daba la sensación que en cualquier momento atacaría sin piedad. Era como si el perro estuviese estudiándolo, esperando el más mínimo movimiento para empezar el ataque.

-Seba, no hagas ningún movimiento brusco- le susurró el rubio aterrado, lo suficientemente fuerte para que lo escuchara.

Seba hizo caso y se quedó inmóvil, preparando los músculos de sus piernas para una eventual huida a toda velocidad. No sacó su mirada del animal, el cual no cambiaba de posición. Una gruesa gota de sudor bajó por su frente, su cuerpo se tensó. Los latidos de su corazón lentamente ganaron velocidad, bombeando sangre a todas sus extremidades. Los segundos transcurrían como horas mientras los ojos del muchacho y del guardián del domicilio se mantenían atentos el uno al otro.

Manu por su lado no sabía qué hacer. Pensó en hacer algún ruido para distraer al can, pero luego desistió; eso podría desatar el ataque del perro, condenando al mayor. Maldijo al aire al darse cuenta que solo podía observar la escena, sin poder hacer mucho.

Pasó 1 minuto, que para el castaño fue una eternidad. Decidió que tenía que hacer algo, ya que tarde o temprano el perro atacaría, o por lo menos eso pensaba. Sin sacar su mirada del perro, dio un paso hacia atrás. El cuadrúpedo, todavía gruñendo, dio un paso hacia delante con una de sus patas, como si no quisiese que se alargara la distancia entre él y el intruso.

Mi suerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora