-Adelante- dijo este con rapidez, con los ojos cerrados.
El ojiverde acercó el algodón empapado con el antiséptico hacía la herida del moreno. Sin embargo, cuando estuvo a solo centímetros de apoyarle el líquido, la mano derecha de Seba en el pecho le detuvo.
-¡Espera! Espera... - le paró el oji-café agitado.En su rostro se notaban los pocos deseos de ser curado con aquella sustancia.
-Vamos, Seba. Sé que es muy feo- dijo el rubio con una mirada comprensiva. Él comprendía que no era bonita la sensación de aquel antiséptico en la piel herida- pero sabes que será mejor si lo hago rápido y de una vez.
-Sí, tienes razón- dijo el moreno, sabiendo que no le quedaba otra.
El castaño dio otro suspiro, cerrando sus ojos nuevamente, concentrándose.
-¿Estás listo?
-Hazlo- dijo Seba en voz baja y decidido, pero aun denotando miedo.
Antes de que el moreno tuviese tiempo de volver a arrepentirse, Manu apoyó el algodón con el antiséptico en la herida, presionando con su mano.Seba automáticamente se arqueó, tensando los músculos de su cuerpo. Con el intenso dolor en su rostro, cerró sus ojos a más no poder. Apretó sus dientes entre sí con una fuerza tal que el mismo castaño pensó que explotarían en su boca. Echó su cabeza hacia atrás, dejando salir un pequeño alarido en forma de queja, acompañado de un insulto al viento.
A pesar de ver el sufrimiento del mayor, Manu no se detuvo y siguió pasando con ayuda del algodón aquel líquido sobre toda la extensión de la herida.
Mientras más rápido terminase, mejor.
Sabía que el oji-café no exageraba. Él conocía el dolor que producía aquel líquido marrón. Si lo habría sufrido en el pasado, pensó. Manu guardaba varios recuerdos de su infancia en donde lastimarse podía ser solo un lastimado o una experiencia horrible, dependiendo de qué adulto estaba a su cargo en ese momento.Si de niño se lastimaba jugando, como todo infante, estando en cuidado de su madre, la cosa no pasaba a mayores. Su madre limpiaba la herida de forma amorosa, siempre dándoles ánimos llenos de cariño para que no llorara. Luego sacaba de su botiquín un antiséptico de color rojo, que no ardía al contacto con la piel herida. Estaba hecho para niños, incluso en la caja del producto se veían niños sonriendo, con su pulgar para arriba en señal de "OK" con una gran leyenda debajo que decía "Sin ardor".
En cambio, si se lastimaba estando en cuidado de su padre durante los fines de semana, allí sí que la cosa cambiaba. Y como cambiaba. Su padre limpiaba el lastimado de forma amorosa y le daba ánimos con tono paternal. En eso no había diferencias, su padre se preocupaba mucho por él, al igual que su madre. El problema era que después de limpiar la herida, su padre no sacaba del botiquín un frasquito con colores brillantes con niños sonrientes impresos en su dorso. Oh no. Su castaño padre sacaba aquella pequeña botella de vidrio de color marrón. Nunca podía faltarle.
Su papá siempre demostró firmeza con respecto al tema. No importaba cuántas veces le llorase, le suplicase que no le curara con aquella cosa, el mayor nunca cambiaba de opinión."Mi padre siempre me curaba las heridas con este líquido, Manu, como su padre le curaba a él. Créeme, es lo mejor que hay, mucho mejor que esos productos modernos que lo único que hacen es hacerte malgastar el dinero" le decía siempre.
El rubio recordó también las muchas veces que había ocultado sus lastimados y raspones de su padre para evitar vérselas con aquel "liquido milagroso" (como le llamaba Leonardo). Fede solía extorsionarlo para que hiciera sus quehaceres, sino... le amenazaba con contarle a papá que su hermanito menor se había lastimado y que necesitaba ser atendido con urgencia.
De nuevo en el presente, mientras limpiaba la herida, Manu no quiso imaginarse lo que sufría el moreno en ese momento. El dolor que producía ese líquido no era un dolor común, no era normal. No era un simple ardor. Era... un dolor distinto, extraño. Un dolor punzante. Aparte del inhumano ardor que provocaba en la piel lastimada, uno podía sentir como si le estuviesen pinchando con clavos en la herida. El dolor era tan intenso, que a más de uno le daba la sensación que ese líquido, en vez de curarlo, lastimaba aún más. Era difícil de explicar si uno no lo sentía en carne propia. Lo que si estaba seguro el rubio era que uno nunca se olvidaría de aquel dolor tan particular, como tampoco uno se olvidaría de aquel "liquido milagroso".
El ojiverde pensó que, si él había sufrido el antiséptico en heridas superficiales y raspones, y le dolió tanto...en una herida tan profunda como la de Seba seguramente se debía sentir todavía mucho más intenso. Ese pensamiento lo sorprendió y lo asustó al mismo tiempo. Posiblemente él no podría aguantar ese castigo; probablemente se desmayaría.
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Mi suerte
RomanceEl peor verano puede transformarse en uno único cuando menos se lo espera. Manu no sabía eso, ni tampoco que le deparaba el destino y su suerte.