Leonardo Subió las escaleras y se posicionó ante la puerta de la habitación que compartían Manu y Seba. Antes de abrir, pudo escuchar algunos murmullos y susurros que provenían desde adentro. Eso le extrañó ¿Por qué susurraban y murmuraban? Sin más, abrió la puerta.
Los dos adolecentes jugaban a las cartas, sentados sobre una de las camas, bastante concentrados. Manu se sorprendió al verlo, e inmediatamente bajó las cartas y las apoyó sobre la cama, de una manera nerviosa. Seba, al notar su presencia, hizo lo mismo, pero de una manera mucho más lenta y calmada. Leonardo notó aquella acción de los muchachos, pero no le dio importancia y disimuló no haber visto nada raro.
-Manu, necesito que vayas a la granja del viejo Esteban a comprar huevos- dijo al rubio, que solo le observaba con los ojos bien abiertos y su cara roja- la mamá de Sebastián está haciendo un pastel para todos.
-¿Ella está haciendo un pastel?- le preguntó el moreno con una mirada que demostraba algo de miedo.
-Sí, así es.
-oh no- se lamentó el oji-café agarrándose la cara.
-¿Por qué dices eso?- preguntó Leonardo.
-Ya lo verá- mencionó el castaño menor, agarrando las cartas de la cama y dejándolas ordenadas en la mesa de luz que en medio de las dos camas.
-Vamos, no digas eso, es bastante amable de su parte- dijo el adulto al peli-marrón con una sonrisa- Toma Manu, compra dos docenas, una nos la llevaremos nosotros a la ciudad... si es que algún día nos vamos- suspiró, mientras le entregaba dinero al ojiverde- es mejor que se apresuren, antes que se desate la tormenta.
El rubio tomó el dinero y salió del cuarto, seguido por Seba.
-Recuerda que yo estaba ganando la última partida ¿no? Te lo dejaré pasar esta vez- se escuchó que el castaño le dijo a Manu mientras bajaban las escaleras.
-¡¿Qué?! Si yo estaba ganando...-
-¡Que mentiroso! ¿Acaso no recuerdas que...Las voces de los dos jóvenes se desvanecieron a medida que bajaban la escalera y se alejaban.
Leonardo sonrió al ver lo bien que se llevaban su hijo y el hijo del matrimonio Caprelli. Eso le hacía sentir mejor, o por lo menos un poco menos culpable, ya que era culpa suya que Manu estuviese atrapado en la villa junto con él. Todo por culpa de su mala suerte.
El dueño de la vivienda salió de la habitación, pero se detuvo antes de cerrar la puerta tras de sí. Recordó la rara actitud de su hijo al verlo entrar al cuarto, escondiendo rápidamente los naipes, como si no quisiese que él los viera. Con el bichito de la curiosidad taladrándole el cerebro, volvió a entrar al cuarto, se acercó a la mesa de luz y recogió el mazo de cartas. Al tenerlas en sus manos, Leonardo entendió porque su hijo se había alterado al verlo entrar al cuarto. Aquellos no eran naipes normales. Imágenes de mujeres con muy poca, o nada de ropa, en diferentes posiciones bastantes sugerentes adornaban ambos lados de las cartas. No pudo evitar reír mientras ladeaba su cabeza de un lado a otro, recordando su propia adolescencia. Ese tipo de cosas eran una de las pocas que un joven de su época podía recurrir para "calmar" sus alborotadas hormonas; no era tan fácil como ahora.
Leonardo, por curiosidad, ojeó los naipes uno por uno, mientras caminaba hacia el exterior del cuarto. Algunas de las impresiones eran bastante originales. "Vaya, esta posición no la conocía" pensó viendo el 8 de oro, con una imagen algo..." peculiar".Estornudó sin previo aviso, y sin que pudiera evitarlo, varias cartas se le escaparon de la mano y cayeron al suelo, e incluso una llegó a planear hasta los escalones de la escalera. Rápidamente se agachó para recogerlas, pero al alzar la mirada se quedó petrificado. La madre de Sebastian , que subía las escaleras, había levantado la carta que había volado hacía el escalón.
-Leonardo quería preguntarle donde estaba la...- la castaña no terminó su frase ya que se quedó mirando el naipe que tenía en la mano-...eh... ¿y esto?
El padre del blondo, completamente rojo, tomó rápidamente la carta de la mano de la señora, deseando que se lo tragara la tierra
-Eh...bueno eso...jeje...eh- el castaño solo pudo tartamudear ante la incrédula mirada de la mujer.
Esas cartas no eran de Manu, se lo podría asegurar a cualquiera. Sin dudas eran de Sebastián , pero Leonardo no quería delatar al muchacho ante su madre, que evidentemente desconocía que su hijo tenía ese tipo de cosas en su poder. No tuvo otra que sacrificarse por el joven
-Eh, esto es un...un... ¡Un regalo! Un regalo de...de... mi vecino del frente, el señor Osvaldo, si...él me los regaló anoche mientras jugábamos al póker. Yo no quería aceptarlos, pero él insistió y no me quedó de otra. Siempre compra cosas así, creo que tiene un problema serio.
La madre de Seba solo le quedó mirando de manera rara, como si siguiera sorprendida de haber agarrado a Leonardo con esas cartas en las manos.
-Ah...ya veo...bueno, yo solo quería preguntarle si es que tenía una batidora.
-sí, sí, en el mueble de abajo, en la puerta que está más a la derecha jeje- contestó el dueño de la cabaña de manera nerviosa, con todavía su rostro ardiendo por la vergüenza.
-Bueno...gracias- le agradeció la mamá de Seba dándose media vuelta de manera lenta, para luego bajar por las escaleras.
Leonardo dio un largo suspiro al quedarse solo nuevamente en el piso de arriba, con las cartas aun en su mano. "Malditos mocosos, el papelón que me hicieron pasar" pensó rabioso mientras dejaba las cartas de nuevo en la mesa de luz de la habitación de Manu.
Esteban
Los dos muchachos partieron hacía la granja que Leonardo había mencionado. Salieron hacía el exterior de la cabaña y tomaron el sentido contrario al que solían tomar normalmente para ir a la plaza. La granja quedaba en la periferia de la zona urbanizada del pueblo.
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Mi suerte
RomanceEl peor verano puede transformarse en uno único cuando menos se lo espera. Manu no sabía eso, ni tampoco que le deparaba el destino y su suerte.