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Cecil

Enero

Todo se sentía extraño, parecía que estaba en otra dimensión, mis ojos jamás habían contemplado algo tranquilo y claro.

No sentía esa tensión de frustración sobre mi cuerpo.

¿Era real?

—Un kilo más—dijo la enfermera sonriéndome.

Baje la mirada a la báscula, que por primera vez no sentía ninguna emoción negativa al ver aquellos números, había un espejo al costado, mire el reflejo con curiosidad, estaba esperando el momento de perder el control y comenzara a juzgarme.

Ya no existía...

No existía la Cecil que rompía el espejo con tal de no ver su reflejo.

La enfermera me seguía mirando con amabilidad.

—Es normal que no te lo creas, aunque para ser sincera después de todas estas sesiones creí que estarías feliz y no dudosa.

—Lo estoy, pero es raro hacer algo que toda tu vida estabas haciendo mal.

—Lo seguirás superando.

La puerta del consultorio se abrió y entró la terapeuta con una carpeta llena de papeles y enseguida la enfermera salió.

—¿Cómo te sientes, Cecil?

Bajé de la báscula y la seguí hasta llegar al asiento.

—Nunca creí que la vida se viera tan clara—admití—. Después de cada atracón mi mundo se opacaba y me quedaba encerrada en eso que me daba miedo no saber cómo escapar—un nudo en la garganta se formó.

—Estoy orgullosa de ti, supiste pedir ayuda y hoy después de meses tan duros has superado tu enfermedad... tú sola y has demostrado el significado de resiliencia.

Mi abdomen se contrajo al sentir la nostalgia de esas palabras. La terapeuta era mayor tenía más o menos la edad de mi madre y por ese instante imaginé que ella me las decía, pero ni siquiera durante mi estancia en la clínica se atrevió a llamarme. Los únicos que estuvieron al pendiente de mi tratamiento fue mi padre y Marck.

Después de todo no estaba sola, pero solamente quería que por una vez mi madre se comportara como una.

—Gracias—susurré con los ojos vidriosos.

—Prométeme que cada día te mirarás al espejo y te recordarás a ti misma lo valiosa que eres. Porque lo eres, Cecil.

—Lo haré.

—Lo tienes que, es parte de tu tratamiento en casa, ese es el más importante.

La terapeuta me siguió dando indicaciones sobre los cuidados que debía de tomar. Mi alta en la clínica dependía de mi comportamiento fuera de ella.

Estaba tan consciente de lo que tenía que hacer para no regresar, no tanto por la atención, dado que Marck se había encargado de pagarme el mejor tratamiento en suiza.

Cuando me atreví a decírselo sentí vergüenza, él casi siempre hacía las cosas a la perfección y cada segundo juntos me hacía pensar que no era lo él precisamente estaba buscando. Admito que ese fue uno de mis mayores miedos; el que me dejará después de contarle lo de mi enfermedad.

Sin embargo, estuvo conmigo tomándome de la mano y dándome el apoyo y cariño que necesitaba.

La felicidad estaba al doble, uno porque iba a comenzar de nuevo mi vida sin problemas y segundo porque después de tanto tiempo lo iba a volver a ver. Para los dos fue difícil, ya que la clínica solo permitía una visita al mes y esos lugares eran peleados por Marck y mi padre.

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⏰ Última actualización: Aug 06, 2024 ⏰

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