Las llanuras del cielo se extendían en una calma eterna, impregnadas de una paz tan pura que parecía casi irreal. Este lugar, conocido como el pináculo de la existencia, era el destino anhelado por todas las almas. Más que un paraíso, el cielo representaba un renacimiento, un refugio donde las almas podían liberarse de la maldad y la corrupción que habían contaminado sus vidas anteriores. Era una utopía, sí, pero también un nuevo comienzo.
Entre los habitantes del cielo, Abel había emergido como una figura emblemática. A medida que los años pasaban, su vida, que había comenzado en incertidumbre y soledad, se fue aclarando, y con ello, su popularidad aumentó. Los demás lo veneraban, lo veían como un ser privilegiado, el primer humano en atravesar las puertas del cielo. Aunque la Tierra nunca le había brindado el tiempo ni el amor que merecía, en este nuevo reino, al menos, había encontrado aprecio y reconocimiento.
Sin embargo, esa admiración no llenaba el vacío en su corazón. En sus primeros años en el cielo, Abel estuvo solo, sin la compañía de otros humanos. Pasaron siglos antes de que viera un rostro familiar, el de su padre, Adam. Abel recordaba con dolor aquellos días en que Adam le prometía que todo volvería a ser como antes. Que encontrarían a Eva y empezarían una nueva vida juntos, lejos de quienes les habían hecho daño. Pero esas promesas se desvanecieron con el tiempo. Las búsquedas incesantes no dieron fruto; Eva no estaba en el cielo, y no había pistas de su paradero. La desesperanza se instaló en el corazón de Abel, transformándose lentamente en un frío resentimiento que crecía con cada año que pasaba.
Adam, al ver la tormenta que se gestaba dentro de su hijo, se preocupó profundamente. No queriendo perderlo a la oscuridad del rencor, decidió unirse a un proyecto propuesto por Sera, un plan ambicioso para enfrentar la sobrepoblación del infierno y, al mismo tiempo, aplacar la sed de venganza de Abel. Pero había un problema, un nombre que revivía antiguos dolores: Caín. Abel siempre había visto a Caín como un monstruo, el ser que le arrebató la esperanza de vivir. Nunca lo consideró un hermano, sino una aberración, fruto de la traición de su madre... y ahora, de su padre.
La situación que se desplegaba ante Abel lo transportaba al pasado, a aquellos días de traición y dolor, pero esta vez, sentía que estaba perdiendo a su padre por completo, todo por culpa del engendro de Lucifer. Decidido a corregir lo que Adam. no había podido, Abel se juró acabar con Caín y con todos aquellos a quienes odiaba. Sus ojos, llenos de una ira contenida, irradiaban un brillo oscuro, casi sangriento. Esta era su oportunidad de venganza, y no la desperdiciaría.
Desde la distancia, Lute observaba a Abel con tristeza. Sabía que Adam había tomado una decisión radical, y aunque entendía sus motivos, no podía evitar sentir el peso de la pérdida. Lute siempre había visto la relación de Adam con la princesa del infierno como un amor vulgar, una unión imposible entre dos mundos que no debían mezclarse. La existencia de un híbrido entre ángel y demonio era un hecho que incluso Abel encontraba perturbador.
Cansada de esperar, Lute, con su cabello blanco como la nieve, se acercó a Abel, quien estaba absorto en sus pensamientos, sentado en la silla que alguna vez perteneció a Adam. La situación que los rodeaba ya era lo suficientemente melancólica, pero para Lute, era aún más doloroso. Había desarrollado una relación cercana con Adam, una amistad genuina en la que él confiaba para desahogar sus penas y preocupaciones. Conocía a Adam mejor que nadie, sus luchas internas, sus dolores, y la carga que había llevado durante tanto tiempo.
La situación pesaba sobre los hombros de Lute, envolviéndola en una melancolía que la invadía con cada recuerdo de su tiempo junto a Adam. Su relación con él había trascendido lo profesional; lo consideraba más que un líder, era un amigo cercano. A menudo, Adam recurría a ella para hablar, para descargar el peso de sus preocupaciones y dolores, y en esas conversaciones, Lute había llegado a conocerlo profundamente. Él le había confiado detalles de su vida, sus hijos, y las cicatrices que cargaba de su tiempo en la Tierra. En el cielo, donde las almas eran numerosas pero las conexiones genuinas eran escasas, Lute se convirtió en uno de los pocos refugios emocionales de Adam.
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Un Trato Indecente (Charlie X Adam)
RomanceDurante el primer encuentro de Charlie y Adam, él acepta retrasar el exterminio a cambio de una noche de placer con Charlie, donde la pasión y el éxtasis arderan sin límites. Esto llevará a grandes sorpresas y al surgimiento de un gran amor. Todo po...