Capitulo 4

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Los inviernos poco a poco fueron pasando. La pequeña Daenerys portaba ya nueve días del nombre cuando Laena volvió a quedar encinta.

Todos se encontraban en Pentos, como invitados del príncipe Reggio Haratis. Este le había propuesto a Daemon una alianza, su apoyo y dragones contra la Triarquia, a cambio de aquel castillo y las tierras adyacentes. Al príncipe canalla le interesó mucho aquella propuesta, ya que su vida se había vuelto monótona y aburrida. Sus únicos momentos de adrenalina era cuando volaba sobre Caraxes o entrenaba junto a su primogénita. La pequeña había comenzado a entrenar con espada desde muy pequeña, pues deseaba en algún momento heredar la espada de su padre. Daemon no entendía porque su hija siempre había mostrado interés por Hermana Oscura.

Por otra parte, Baela y Rhaena no estaban interesadas en las peleas. A pesar de que Daenerys les insistía en entrenar juntas, estas se negaban. De las únicas cosas que las tres hijas de Daemon compartían y disfrutaban hacer era estar con los dragones. Rhaena no poseía un dragón aun, pues su huevo no había eclosionado aunque conservaba las esperanzas de que en algún momento lo haría, por lo que montaba junto a Daenerys sobre Vermitor.

Daenerys estaba en el patio de armas junto a uno de los guardias de Pentos, ambos entrenando con espadas de madera. Daemon observaba desde lejos el cómo su pequeña utilizaba todos aquellos consejos que él le había dado durante sus entrenamientos en Runestone. Daenerys era pequeña por lo que aún no tenía la fuerza suficiente para doblegar a un adulto, pero utilizaba su rapidez y pequeña figura para liberarse y atacar.

–Bien princesa, de seguir así podrá superar a su padre en poco tiempo. –dijo el guardia. Su nombre era Sir Martin Scot bastardo de Reggio Haratis, aunque aquello era un dato desconocido hasta para él mismo.

–Si quiero proteger a mi familia y mis tierras, tengo que convertirme en la mejor, Sir Martin. –el joven de quince años sonrió mientras secaba el sudor de su frente.

–Y sin dudas lo lograra princesa. –no lo dudaba. Desde que los Targaryen habían llegado a Pentos, había visto como la primogénita de Daemon entrenaba cada dia, en un principio junto a su padre, luego con él.

Daenerys dejo la espada en un taburete para sentarse en un fardo de paja, donde tomo su pañuelo y limpio sus manos sudorosas. Observo hacia la entrada al castillo y vio a su padre, quien la miraba con una sonrisa en el rostro. Pero aquella sonrisa se borró cuando uno de los criados se acercó a él y le susurro algo. El príncipe salió con rapidez de allí.

Laena Velaryon había comenzado con la labor de parto. En sus aposentos se encontraban su esposo, el maestre de Pentos y algunas matronas y criadas.

Las gemelas habían pedido estar con Daenerys en sus aposentos, temerosas por los gritos que se oían retumbar por las paredes del castillo. Sabían que el alumbramiento de un bebe era doloroso, pero no podían evitar sentirse nerviosas. Daenerys intentó tranquilizarlas, contándole historias que su padre alguna vez le había relatado antes de dormir.

Laena sufría. Sentía como si su cuerpo estuviera a punto de partirse en dos. Jamás había sentido un dolor semejante, ni cuando había dado a luz a las gemelas había sufrido tanto dolor.

–Cuando sientas el dolor puja. –le dijo el maestre. Si hubiera tenido las fuerzas suficientes lo habría golpeado, pues aquello le dolía en todo momento, no tenía un momento de respiro. Lleno sus pulmones y comenzó a hacer fuerza, dejando hasta su último aliento, pero nada ocurría. Llevo su mano hacia su entrepierna, notando un líquido caliente y espeso. Cuando la luz de la vela alumbro su mano, pudo ver sangre. Sabía que algo estaba saliendo mal.

Daemon por su lado estaba al lado de la ventana. Se sentía impotente al no poder hacer nada por su esposa. Noto como el maestre se acercaba a él, con la preocupación inundándole e rostro.

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